domingo, 13 de febrero de 2011

ORACIONES NOCTURNAS


Es la segunda vez, que en menos de un año, le dedico una glosa al contacto con Dios durante la noche. Y ello es debido, según mi criterio, a la importancia que tiene seguir amando al Señor, durante la noche, es decir, hay que amarle las 24 horas del día y sin dejar pasar un minuto.

Claro está que cuando dormimos no podemos controlar los pensamientos y fantasías de nuestra mente, pero en general ella sigue elaborando los sueños, con los materiales que le hemos proporcionado despiertos, y si resulta que nuestro preocupación esencial cuando estamos despiertos, ronda siempre alrededor del amor a Dios, nada de extraño tiene, que incluso durmiendo pensemos en el Señor y rechacemos hipotéticas tentaciones, que se nos pueden ofrecer en este estado de sueño. Hay casos en que la lucha ascética, si nos la tomamos muy en serio, como debe de ser, puede continuar incluso durmiendo.

En toda la enseñanza teológica emanada de los textos evangélicos, se ha venido siempre contraponiendo simbólicamente, la luz con las tinieblas y desde luego, esto es así, la luz es la antítesis de las tinieblas u oscuridad. Mejor podríamos decir que la oscuridad o tinieblas es la falta de luz. El Señor es la luz, Él es una luz especial, no material, una luz de la que emana su amor, una luz indescriptible, radiante espléndida, pero que no deslumbra, es la llamada luz tabórica, la luz que contemplaron los tres apóstoles Pedro, Juan y Santiago, en la cumbre del monte Tabor, cuando el Señor se transfiguró ante ellos. El demonio, por el contrario, es el señor de las tinieblas, y así se nos manifiesta esta idea a lo largo de todos los textos bíblicos, en los que se utiliza el término tinieblas hasta 115 veces.

Si leemos el comienzo del Génesis, vemos que él nos dice, que: En el principio,…. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo…. Dijo Dios: Haya luz, y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz día, y a la oscuridad la llamó noche”. (Gn 1,1-5). Más adelante, ya en el N.T. Podemos leer el comienzo de evangelio de San Juan, en el que si meditamos detenida mente sus primeras líneas escritas, encontraremos una vez más la antítesis entre la luz y las tinieblas: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1,1-9). La palabra era el Hijo del hombre y Él era la luz que vino a nosotros para liberarnos de las tinieblas.

No hay que pensar mucho para ver que la luz se identifica con el bien y las tinieblas, la ausencia de la luz con el mal, que es también lo que genera el hombre cuando tiene ausencia de bien. Luz y bien se identifican lo mismo que mal y tinieblas también se identifican. El sumo bien, es el Señor que es la Verdad, el sumo mal, es el maligno, que es el padre de la mentira. El Señor nos aclara esta última afirmación cuando les dice a los judíos: “Vosotros tenéis por padre al diablo, y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él es homicida desde el principio no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no estaba en él. Cuando habla la mentira, habla de lo suyo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira”. (Jn 8,44). Está muy claro que el demonios es la mentira y Dios es la verdad, y por si quedasen dudas, leamos los Evangelios: "Díjole Tomás: No sabemos adónde vas: ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Si me habéis conocido, conoceréis también a mi Padre. Desde ahora le conocéis y le habéis visto”. (Jn 14,5-7). No solo es importante este pasaje evangélico, porque el Señor nos dice que él es la Verdad, sino que también explícitamente y sin lugar a duda al final nos dice que Él es Dios.

Planteadas así las cosas, no tiene nada de extraño, que tengamos nuestros innatos temores, que se nos avivan en la oscuridad de la noche. Todo el mundo ama la luz, ama el día solo el pecador ama la noche. Así San Juan nos dice: “Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios”. (Jn 3,20-21). Y avanzando más podríamos llegar a la conclusión de que no es bueno orar de noche y sin embargo nos equivocaríamos.

Somos criaturas del Señor, hijos suyos creados para un destino final glorioso, cual es el de integrarnos en la plenitud de Su gloria, si es que somos capaces de superar la prueba de amor a la que aquí abajo nos encontramos convocados. Y para la superación de esta prueba, hemos de orar, orar perseverante e incesantemente tal como él mismo nos dejó dicho: Conviene orar perseverantemente y no desfallecer (Lc 18,1). Y San Pablo en sus epístolas nos complementa este versículo de San Lucas, cuando dice: "Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros (1Ts. 5,17-18). Y en otra epístola, también se refiere a la necesidad que tenemos de orar en todo momento, sea este cual sea y nos dice: "Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios(1Co 10,31).

La noche se hizo para descansar, pero las 24 horas del día están hechas para alabar al Señor, y si son las horas nocturnas, están tiene su encanto y ventajas. Orar en el lecho antes de dormirse, pensando en el amor del Señor, más que en las incidencias del día pasado o las que nos esperan en la mañana del siguiente, es uno es un magnifico ejercicio de amor a Él. En el libro de los salmos podemos leer: Cuando pienso en ti sobre mi lecho, en ti medito en mis vigilias, porque tú eres mi socorro, y yo exulto a la sombra de tus alas; mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene”. (Sal 63,7-9). También nosotros más de una vez, nos hemos encontrado desvelados a lo largo de la noche, y quizás esto sea no un fastidio sino una oportunidad de estrechar nuestra amistad con el Señor. Es una oportunidad estupenda, para que puedas continuar tu diálogo con Él. A ejemplo de Cristo y de todos los grandes santos, la oración nocturna forma parte integrante de la vida intensa de oración.

El Señor frecuentemente usaba la noche para orar: Obligó luego a los discípulos a subir en la barca y precederle a la otra orilla, mientras El despedía a la muchedumbre. Una vez que la despidió, subió a un monte apartado para orar, y llegada la noche estaba allí solo (Mt 14, 22-23). Nuestro Señor, rezaba solo, rezaba de noche. Era una costumbre en Él. Amemos, acariciemos, practiquemos a ejemplo suyo la oración nocturna y solitaria. Cuando todo dormita en la tierra, velemos y hagamos ascender nuestras plegarias a nuestro Creador, escribía el eremita Charles de Foucauld.

En la vida monástica de varios órdenes religiosas, la noche juega un papel muy importante, levantarse a media noche, bajar al coro para orar, la hora litúrgica que corresponda y después subir a la celda para reanudar el sueño, es algo muy normal y que tremendamente fortalece la reciedumbre de la vida espiritual de estos monjes. La noche nos envuelve con un manto de intimidad con el Señor. El silencio y la soledad de la noche al pecador le incita al temor, pero al que tiene inhabitando en lo más íntimo de su ser, el amor de Dios, encuentra en la noche el encanto de los enamorados.

La noche para el que ama a Dios. Es un momento gozoso de intimidad con Él. Para San Juan de la Cruz la verdadera oración con el Señor, ha de realizarse siempre de noche. La noche es siempre en los amantes del Señor, una fuente de oración profunda y contemplación gozosa.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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