miércoles, 29 de diciembre de 2010

TODO LO PUEDE, EL QUE AMA AL SEÑOR


Cualquier creyente, sea practicante o no lo sea, sabe, reconoce y acepta plenamente que Dios es un ser omnipotente.

Y si no lo cree ni lo reconoce ni lo acepta, entonces no es creyente, es un vulgar pagano. Dios como creador único y absoluto de todo lo visible y lo invisible, todo lo puede, todo lo gobierna, todo lo dispone y todo existe y se mantiene, desde el más diminuto átomo de la materia, hasta la más complicada de sus criaturas, desde el más insignificante elemento de lo invisible hasta el más complicado y depurado ser invisible, cuáles pueden ser los ángeles, todo absolutamente todo existe y se mantiene por que el Señor lo desea. “… Porque nada hay imposible para Dios”. (Lc 1,37).

El parágrafo 268 del Catecismo de la Iglesia católica nos dice que: “De todos los atributos divinos, sólo la omnipotencia de Dios es nombrada en el Símbolo: confesarla tiene un gran alcance para nuestra vida. Creemos que es esa omnipotencia universal, porque Dios, que ha creado todo (cf. Gn 1,1; Jn 1,3), rige todo y lo puede todo; es amorosa, porque Dios es nuestro Padre (cf. Mt 6,9); es misteriosa, porque sólo la fe puede descubrirla cuando "se manifiesta en la debilidad" (2Co 12,9; cf. 1Co 1,18)”.

El teólogo dominico Garrigou-Lagrange, escribe: Dios es el mismo Ser, que no puede ser, que es desde toda la eternidad, sin comienzo sin límite alguno, el infinito océano del ser. Para comprender la grandeza de Dios habría que afirmar, que si hay cosas que Dios no es capaz de hacer; Dios no es Dios. Si pudiésemos tener una exacta noción de lo que representan los términos infinito y eternidad, comenzaríamos a comprender lo que significa la grandeza de Dios. Y solo entonces al comprender nuestra pequeñez al lado de su grandiosidad, empezaremos a ser humildes. Porque la humildad nace de la visión del abismo que separa a Dios de la criatura. El Padre celestial queriendo gravar profundamente este pensamiento en el alma de Catalina de Siena, le dijo:Yo soy el que es, tú eres la que no es”. Del mismo modo le habló a Moisés el día de la zarza ardiendo en el Sinaí. Dicho en otras palabras, el Señor nos dice: Yo soy el todo, vosotros sois la nada”.

Nada ocurre que Dios no lo disponga. En el Libro de los salmos, esto se expresa en el salmo 126 con unas bellas palabras:
Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas. Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!” (Sal 126,1-2).

También en el Libro de los Salmos, podemos leer: "Todo lo que Él quiere lo hace" (Sal 115,3)

Y este principio real e inmutable, de la omnipotencia de Dios, es muy importante para nosotros por varias razones. La primera de ellas, porque lo que actualmente somos y representamos y lo que seremos, cualquiera que sea nuestro eterno destino, se apoya en la omnipotencia divina. En definitiva nosotros vivimos y existimos porque Dios así lo desea.

Es importante también, porque tenemos que tener siempre presente, que lo que ocurre en el mundo y en aquello que directamente nos afecta, tal como nos dice el apóstol San Pablo: "Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. (Rm 8,28). Sucede porque Dios así lo desea o permite que suceda. Dicho de otra forma: Toda nuestra actividad humana y todo lo que ocurre en el mundo, es consecuencia de una directa intervención de Dios o en su caso del maligno, permitido por Dios para nuestra bien, aunque no lo comprendamos. Aquí nada pasa si Dios no quiere que pase, ya que Él es omnipotente. Y dudar de su omnipotencia es tentarle a Él y ofenderlo, tal como nos explica el parágrafo 2.119 del Catecismo de la Iglesia católica, al decir este que: “La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba, de palabra o de obra, su bondad y su omnipotencia. Así es como Satán quería conseguir de Jesús que se arrojara del templo y obligase a Dios, mediante este gesto, a actuar (cf. Lc 4,9). Jesús le opone las palabras de Dios: "No tentarás al Señor tu Dios" (Dé 6, 16). El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el respeto y la confianza que debemos a nuestro Creador y Señor. Incluye siempre una duda respecto a su amor, su providencia y su poder (cf. 1Co 10,9; Ex 17,2-7; Sal 95,9).

El Señor, nos dejó dicho: "Mirándolos, Jesús les dijo: Para los hombres, imposible, más para Dios todo es posible. (Mt 19,26). Y desde luego nada ni nadie puede cruzar el umbral de nuestro espíritu. Y por ello nada creado puede, por su propia naturaleza, entrar dentro del alma humana, unirse con ella y dilatarla, hacerla más grande. Ese poder solo pertenece a Dios. Lo que es imposible para el hombre es posible para Dios.

Y cuando Dios penetra en un alma humana de sus elegidos, ella puede realizar y realiza cosas asombrosas. Acordémonos de la hazaña de Josué, cuando detuvo el sol en Gabaón, o la de David, que con unos míseros guijarros derrotó al gigante Goliat, Gedeón que rompiendo una vasijas de barro, con solo 300 soldados derrotó sin moverse de su sitio a todo el ejército de nómadas y madianitas adoradores de Baal o el triunfo de Judas Macabeo en la batalla de Bet Horon.

Nosotros podemos participar de esa omnipotencia divina si es que creemos lo suficiente y así el Señor nos dijo: "El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: “Arráncate y plántate en el mar”, y os habría obedecido”. (Lc 17,6). La fuerza de la oración, como es lógico, proviene de nuestra capacidad en participar de la omnipotencia divina.

Asimismo todas las manifestaciones taumatúrgicas, que Dios realiza por medio de personas, son manifestaciones de su divina omnipotencia.

Terminemos, pidiéndole al Señor de que seamos cada uno de nosotros conscientes de su grandeza y de su omnipotencia, y actúe siempre en consecuencia, porque nuestros éxitos nunca son fruto de nuestro trabajo, sino de la voluntad del Señor, porque fuera de Él, nada existe. Digámosle: Señor, porque solo Tú eres el Todo de todo, de lo que se ve y de lo que no se ve, de lo que ya ha existido, de lo que ya existe y de lo que puede existir en un eterno futuro.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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