domingo, 19 de diciembre de 2010

PAT EL CARTERO Y EL REVERENDO TIMMS, OTRO CURA DE DIBUJOS ANIMADOS MUY DISTINTO AL DE LOS "SIMPSON"


Formas de ver la religión.

Son dos series que no tienen nada que ver, aunque sí algunos parecidos notables... y una forma peculiar de presentar al clero.

Aparentemente, entre Los Simpson y Pat el cartero, serie que emite Clan TV (canal infantil de RTVE), no parece haber muchas similitudes.

Aquélla es una obra de un genio excepcional como es Matt Groening, y ha marcado un antes y un después en la historia de la televisión. Ésta, una serie muy correctamente hecha pero que se olvidará antes o después.

Aquélla es una serie para adultos (sólo el formato de dibujos animados puede disimular ese hecho), ésta un producto claramente infantil, y para el área de edad más temprana.

Aquélla es ácida, sarcástica e irónica y busca provocar una reflexión en el televidente sobre prácticamente todos los aspectos de la vida cotidiana y de la cultura contemporánea, desde una perspectiva escéptica que roza en ocasiones el cinismo. Ésta es una serie absolutamente blanca y limpia, cuyo único objetivo es presentar a los niños historias muy simples con la finalidad de entretenerles un rato.

Sin embargo, un análisis de las mismas descubre tres llamativos puntos de contacto que apenas se encuentran en ninguna otra producción televisiva.

Por un lado, ambas representan comunidades tradicionales basadas en los arquetipos propios de la civilización occidental, tal como ésta se veía a sí misma antes de comenzar a autodestruirse. En Los Simpson es una típica población del interior de Estados Unidos. En Pat el cartero, una población rural de la Inglaterra idílica retratada al modo con que John Ford retrató la Irlanda rural e idílica en El hombre tranquilo, con John Wayne y Maureen O´Hara en papeles inolvidables. Tanto la serie de la Fox como la serie de Woodland aparecen pobladas de personajes característicos (policías, profesores, maestros, tenderos) presentes en el inconsciente colectivo del televidente como propios de una sociedad normalmente constituida. Las autoridades naturales (la paterna, la escolar, la que es propia de la ancianidad en forma de respeto) quedan siempre a salvo, con candor infantil en la serie británica, y a pesar de las puyas mordaces en la norteamericana. Ninguna de las dos cae en el multiculturalismo: la población inmigrante mantiene sus costumbres adaptándose a la cultura a la que llegan, sin pretender el recorrido inverso.

Hay un segundo punto de coincidencia: la familia como núcleo de la sociedad. En Los Simpson el matrimonio y la familia son lo único que, aun dentro del caos y desmadre a que se ven sometidos por los guionistas, permanecen como anclaje sólido de la vida. (Como si aún viviésemos en los años cincuenta o sesenta, la familia rota de Milhouse Van Houten aparece como la excepción trágica.) En Pat el cartero no se concibe otra cosa que lo que hoy llamamos «familia estructurada», como entorno propio del crecimiento y la educación.

Por último, está la forma desacomplejada en la que ambas producciones abordan la religión. Las dos tienen su cura (ninguno católico, por cierto, aunque ambos inseparables de su alzacuellos) como parte cotidiana e imprescindible de la trama de la vida.

Son, eso sí, muy diferentes.

El reverendo Lovejoy, de mediana edad, está casado, tiene hijos y en cuanto a su fe, podría dudarse incluso de que crea en algo, a pesar de que hay un persistente empeño de los creadores de Los Simpson en mantener el papel social integrador de la religión.

El reverendo Timms, sin embargo, es un entrañable párroco anciano, no tiene o no aparece su esposa (se entiende que pertenece al anglicanismo más conservador) y es también un permanente punto de referencia como elemento social integrador. No goza en la serie de la importancia de Lovejoy en la suya, pero aunque aparece poco, no se concibe la vida en el pueblo sin la presencia de sus característicos cabellos canos.

Ni en Los Simpson ni en Pat el cartero hay miedo alguno a mostrar la iglesia y la cruz como edificios y símbolos identificadores de la cultura en la que viven los personajes... y en la que viven los televidentes. Son, en ese sentido, pequeños oasis que aún reflejan la esencia de Occidente: pueblos hijos de una fe que aún los vertebra culturalmente, y aún espera de los Lovejoy y Timms del barrio una autoridad moral y una bendición.
C. I./ReL

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