viernes, 17 de diciembre de 2010

CONFIAR... ¿EN QUIÉN?


El término confianza es muy importante y trascendente en el desarrollo de la vida humana y en especial dentro de esta en la vida espiritual de una persona.

El diccionario de la RAE, define la confianza, en su primera y principal acepción, diciendo que es: “Esperanza firme que se tiene de una persona o cosa”. Esta definición no me parece muy plausible, si pensamos que como sabemos, vulgarmente se dice que esperar no es confiar, y todavía menos desde la perspectiva de la vida espiritual. Por ello me parece más adecuada la definición del hermano marista brasileño, Pedro Finkler que dice que: “La confianza es una certidumbre serena de no ser defraudados”. De estas dos definiciones del término confianza, podemos extraer una primera conclusión diciendo que el que confía nunca pide ni necesita explicaciones, si lo hace su confianza se quiebra por la duda, que es un término incompatible con la confianza. Y también es de tener presente otra conclusión, que nos dice que: La confianza no se puede imponer a nadie, solo se puede inspirar.

Como generalmente ocurre, cuando analizamos algo relativo a nuestra vida y en especial a nuestras acciones, relaciones, y en general a todo lo que constituye la conducta humana, la confianza tiene una doble vertiente en su consideración. Existe una confianza meramente humana de orden natural, que afecta a las relaciones de nosotros con todos nuestros semejantes que nos rodean y una confianza de orden espiritual o sobrenatural, relativa a nuestras relaciones con el Señor. Por supuesto que aquí a y ahora es esta segunda clase de confianza de la que vamos a hablar.

Dentro del orden espiritual, el término confianza expresa una situación en la persona, que la relaciona con otras situaciones sumamente importantes en el orden espiritual; como son por ejemplo la fe, la esperanza, el abandono o entrega en el Señor, y otras varias.

La confianza se encuentra siempre a caballo de la fe y de la esperanza. Por un lado la confianza es una consecuencia de la fe, si no media fe, difícilmente puede haber confianza. Nadie confía en lo que no cree, que existe. Pero por otro lado también resulta que el que cree, espera recibir los frutos de su fe, lo que ella le dice que alcanzará el día que cruce el umbral de la esperanza de lo que espera. Se puede tener confianza cuando se espera con fe, pero la espera sin fe no existe. La confianza es siempre la espera basada en la fe. La confianza pues genera el fruto de la esperanza. El que creyendo no llega a confiar no puede llegar a tener esperanza.

Al igual que ocurre con las tres virtudes teologales, que aumentan o disminuyen en la vida espiritual de una persona siempre al unísono, no puede subir una y bajar la otra sino que las tres están de tal modo interrelacionadas que su aumento o disminución determinará siempre el nivel de vida espiritual de una persona. Pues bien la confianza, nuestra confianza en el Señor, que es de lo que se trata, también aumentará y disminuirá al ritmo de las tres virtudes básicas indicadas.

Hay momentos en la vida de las personas, en los que su fe es de tal naturaleza, que ella se puede imponer a su esperanza. Es muy expresivo lo que a este respecto, nos escribe San Pablo con referencia a nuestro padre Abraham: “El cual, esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones según le había sido dicho: Así será tu posteridad”. (Rm 4-18). La fuerza de su fe, generó tal grado de confianza en Abraham, que anulando lo que su mente le indicaba que era razonable no esperar, obtuvo lo que deseaba. Y es que en nosotros también, muchas veces la confianza en el Señor, su fe en Él, nos exige esperar contra toda esperanza. Vemos pues, que la confianza es necesaria en el desarrollo de las dos virtudes esenciales en la fe y en la esperanza, en ambas ha de funcionar la confianza.

Pero, cabe preguntarse ¿Qué ocurre con la tercera virtud teologal? ¿juega también ahí la confianza? Indudablemente que sí, nadie ama de verdad sin confianza. Santa Teresa de Lisieux decía: “Es la confianza y solo la confianza quien debe llevarnos al amor. Y ello es así porque la confianza tiene sus raíces en la seguridad, en ese deseo de seguridad que todos llevamos dentro. Esa seguridad que todos deseamos y con la que todos desearíamos pasar por este mundo, solo el Señor puede dárnosla. Solo vive seguro en esta vida, aquel que confía sin duda alguna en la providencia del Señor. En visiones y revelaciones particulares, el Señor siempre ha manifestado a sus elegidos, que tengan confianza en Él. Así a Santa Catalina de Siena una vez le manifestó: “Tú ocúpate solo de Mí, que Yo ya me ocuparé de ti. La confianza en que nuestro amor al Señor nunca nos defraudará, nos hará sustituir en nuestra alma, los deseos de seguridad material, que a todos nos apremia, por la seguridad que el amor al Señor nos ofrece. "Por eso os digo: No os inquietéis por vuestra vida, por lo que habéis de comer o de beber, ni por vuestro cuerpo, por lo que habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad como las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? No os preocupéis, pues, diciendo: ¿Que comeremos, que beberemos o que vestiremos? Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. No os inquietéis, pues, por el mañana; porque el día de mañana ya tendrá sus propias inquietudes; bástale a cada día su afán. (Mt 6, 25-26-31-34). Para el que quiera prosperar en su vida espiritual, que no olvide que con Dios se vive al día. No se puede amontonar hoy el pan para no correr riesgos el día de mañana… El Señor no permite a su pueblo vivir en la seguridad. Cada día tiene que recoger su ración de alimento. Día a día sin preocuparse del mañana, que también traerá su propio alimento, tal como lo ocurría al pueblo judío cuando recogía maná en el desierto del Sinaí, que si cogía más de lo que necesitaba para el alimento diario, no le aprovechaba porque se descomponía.

Pero también, al igual que la fe y la esperanza son conceptos interdependientes con la confianza, tal como hemos visto, la confianza es también a su vez un factor de necesidad ineludible en la consideración de la entrega o abandono en el Señor. En el orden humano y material, nadie se entrega o abandono en las manos de un tercero si no media confianza en este. Y en el orden del espíritu, el abandono o entrega en el Señor, requiere también confianza.

Cuando alguien se abandona en el orden humano, siempre busca la seguridad que espera obtener de aquel, en el que pone su confianza, pero la mayoría de las veces el que ha confiado sale defraudado. Por el contrario, la confianza en el Señor, nunca defrauda a nadie. En el libro de los Salmos, podemos encontrar bastante de ellos, de los 150 que son, dedicados a la confianza en el Señor. Así del salmo 41 he escogido este versículo que dice:

¿Qué te abate, alma mía; por qué gimes en mí? Pon tu confianza en Dios que aún le cantaré a mi Dios salvador. (Sal 41,12).

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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