martes, 14 de diciembre de 2010

SARDES


SARDES 1, LA IGLESIA ASALTADA

El bueno de san Andrés quedó admirado por la construcción del Templo. Maestro, mira que piedras. Pues yo te digo que no quedará piedra sobre piedra. Es una más de entre las muchas conversaciones proféticas que relatan los Evangelios. Buscaban a Cristo para interrogarle sobre cuantos acontecimiento futuros les había dejado caer provocadoramente: Maestro, dinos, cuando será esto…”. Y Él gustaba responder de ese modo tan difícil con el que abría los ojos al misterio, lo evidenciaba y confirmándolo, lo ocultaba.

El recuerdo de tales conversaciones dejó clara en la memoria colectiva de los cristianos que Dios es Señor del Mundo, que Él tiene sus designios, y sus tiempos. Y sus tiempos, los tiempos del Altísimo, versaban sobre muchas cuestiones desconcertantes: judíos, Iglesia, Anticristo, misterios revelados en lo oculto, fin del mundo. Y que sobre ello hablaban - y mucho - los cristianos de los tiempos apostólicos lo evidencia san Pablo en numerosas ocasiones. Lo mistérico, lo sobrenatural, la lectura de los signos de los tiempos a la luz de las profecías que pasaban de unos a otros… eran conversaciones recurrentes que manifestaban el ardor espiritual en el que vivían. Y había ardor porque había un convencimiento profundo en que la Historia la gobierna Dios.

Por ello, la crisis actual es, principalmente, una crisis de fe. Ahora se vive como si Dios no existiera y por eso la Historia le pertenece al hombre y el hombre mueve la Historia por la economía. La economía explicaría los movimientos sociales y las reacciones políticas. Cuanto acontece deberá ser visto en clave política, pero tras toda política hay una realidad económica previa. Así lo ocurrido en las recientes elecciones catalanas sería notoria plasmación de tal evidencia: lo económico ha hundido a la izquierda porque la izquierda hundió la economía. Lo cotidiano se valora en términos económicos, y por ello se deduce, que los grandes movimientos sociales, históricos, son económicos. Se olvidan las intenciones por más descaradas que sean y sólo se valoran en cuanto favorezcan o perjudiquen la riqueza. Lo moral o inmoral de las decisiones, de las intenciones, se esfuma como humo que no interesa y no aporta luz. Que el todo es materia, y la materia sólo riqueza y la riqueza la maneja el brujo de la economía es una apriorismo aceptado por la mayoría. Claro, por las mayorías que, curiosamente, son las que no manejan las decisiones.

Pero las decisiones son sólo dos: Dios o no Dios. Sobre esto gira la historia de la humanidad y sobre esto, así lo escribió san Juan en su Apocalipsis, girará la historia universal del hombre. En esos vaivenes apocalípticos está inmersa la humanidad donde lo demás - lo económico, lo político, lo social, lo militar - no será sino consecuencia del posicionamiento entre la aceptación a Dios o su negación.

Sin embargo muchos han visto en las cartas a las siete iglesias con las que se inicia el Apocalipsis no consejos históricos - válidos por tanto, para todos los tiempos, en ese juego entre imagen y símbolo de realidades futuras - sino narración histórica de las fases por la que se verá inmersa la Iglesia desde su fundación hasta el juicio final. Así lo veía el venerable Holzhauser, o el también venerable Dolindo Ruotolo, o nuestros sabios sacerdotes Benjamin Martín Sanchez o el padre Urrutia. Las siete iglesias son las siete fases por las que la Iglesia deberá pasar hasta su glorificación final.

Y ¿en que fase estamos? ¿Cuál de las siete iglesias del Apocalipsis es imagen de nuestra era? Llamativamente San Josemaría Escrivá no había dudado en comparar los tiempos actuales con la quinta Iglesia, la Iglesia de Sardes:
Si los pastores no luchasen personalmente para adquirir finura de conciencia, respeto fiel al dogma y a la moral - que constituyen el depósito de la fe y el patrimonio común -, cobrarían realidad las proféticas palabras de Ezequiel: Hijo del hombre, profetiza contra los pastores de Israel. Profetiza, diciéndoles: así habla el Señor Yahvé: ¡ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿Los pastores no son para apacentar el rebaño? Vosotros comíais la grosura de las ovejas, os vestíais de su lana... No confortasteis a las flacas, no curasteis a las enfermas, no vendasteis a las heridas, no redujisteis a las descarriadas, no buscabais a las que se habían perdido, sino que dominabais a todas con violencia y dureza.

Son reprensiones fuertes, pero más grave es la ofensa que se hace a Dios cuando, habiendo recibido el encargo de velar por el bien espiritual de todos, se maltrata a las almas, privándoles del agua limpia del Bautismo, que regenera al alma; del aceite balsámico de la Confirmación, que la fortalece; del tribunal que perdona, del alimento que da la vida eterna.

¿Cuándo puede suceder esto? Cuando se abandona esta guerra de paz. Quien no pelea, se expone a cualquiera de las esclavitudes, que saben aherrojar los corazones de carne: la esclavitud de una visión exclusivamente humana, la esclavitud del deseo afanoso de poder y de prestigio temporal, la esclavitud de la vanidad, la esclavitud del dinero, la servidumbre de la sensualidad...

Si alguna vez, porque Dios puede permitir esa prueba, tropezáis con pastores indignos de este nombre, no os escandalicéis. Cristo ha prometido asistencia infalible e indefectible a su Iglesia, pero no ha garantizado la fidelidad de los hombres que la componen. A estos no les faltará la gracia - abundante, generosa - si ponen de su parte lo poco que Dios pide: vigilar atentamente empeñándose en quitar, con la gracia de Dios, los obstáculos para conseguir la santidad. Si no hay lucha, también el que parece estar alto puede estar muy bajo a los ojos de Dios. Conozco tus acciones, tu conducta; sé que tienes nombre de viviente y estás muerto. Está atento y consolida lo que queda de tu grey, que está para morir, pues no he hallado tus obras cabales en presencia de mi Dios. Recuerda, qué cosas has recibido y oíste, y guárdalas y arrepiéntete.

Son exhortaciones del apóstol San Juan, en el siglo primero, dirigidas a quien tenía la responsabilidad de la Iglesia en la ciudad de Sardes. Porque el posible decaimiento del sentido de la responsabilidad en algunos pastores no es un fenómeno moderno; surge ya en tiempos de los apóstoles, en el mismo siglo en el que había vivido en la tierra Jesucristo Nuestro Señor”. (La lucha interior, Es Cristo que pasa.)

Pablo VI era de la misma opinión y así le diría a Jean Guitton cómo el problema actual era la tentación de tirar por la borda lo recibido, actualizando aquellas palabras del Ángel a la Iglesia de Sardes por tanto acuérdate de lo que has recibido y has escuchado, y guárdalo y arrepiéntete.

Vuelvo a repetir que los católicos no deben sucumbir a la tentación de ponerlo todo en tela de juicio, a consecuencia del Concilio; ésta es la gran tentación de nuestros contemporáneos; es una tentación omnipresente en este periodo histórico; la tentación de volver a empezar, partiendo de cero”.

Pero ¿qué supone Sardes, que implica Sardes en la lectura histórica de Dios? De entrada una advertencia: la amenaza pende sobre Sardes, si no velas, vendré como ladrón y no sabrás la hora en que vendré a ti. ¿Y cuál es el alcance de esa advertencia? El padre Arteaga lo explicaba con maestría y en cierto modo los tiempos actuales lo dejan intuir. No extraña entonces encontrarse afirmaciones tan elocuentes como las del padre Mario Ortega en su blog de intereconomía el 27 de noviembre.

Pienso que, creyentes y no creyentes, con la crisis moral, social y económica, la globalización que se traduce tantas veces en despersonalización, la evidencia de que el mundo está en manos de unos pocos señores con ansias de poder, etc. tenemos todos la impresión de que algo gordo nos espera. Los creyentes en Cristo sabemos que la historia se dirige finalmente hacia el triunfo definitivo del Señor, Rey del Universo, Dios justo. De manera preciosa, profetiza hoy Isaías en la primera lectura este final de Cristo victorioso en su Iglesia: “Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor”. Pero, de momento, aunque estemos en el arca de la Iglesia, notamos las fuertes sacudidas de la tempestad y el diluvio de un mundo muy contrario a Cristo; el Anticristo, que se va manifestando activo a lo largo de la historia y hoy día con inusitada virulencia”.

En eso estamos y de la mano del padre Arteaga se irá desgranando en próximos post cuanto se profetizó sobre la iglesia de Sardes.

SARDES 2: LA AUTODEMOLICIÓN DE LA IGLESIA

Segura de si misma, de su riqueza y su esplendor, Sardes parecía inexpugnable. Con su fortaleza en lo alto del monte Tmolos, Ciro no encontró modo de tomar la ciudad, pero la fortuna quiso que el soldado Hieroeades viese como a un centinela se le cayó el casco precipicio abajo, para poco después verle recogiéndolo. Había un sendero oculto. No hizo falta más. La noche y a través de la senda oculta, Ciro tomó la ciudad encontrando una guarnición desprevenida.

San Juan conocía la historia y la geografía de cada una de las siete ciudades, siete iglesias, con las que inicia su Apocalipsis. De modo que realidad, historia y geografía serían imagen y símbolo de situaciones futuras. Así Sardes, o Sardis, la capital del imperio Lidio, la capital del famoso Creso, rey del lujo y el esplendor, de la riqueza y el poder. Igual que entonces la Sardes de los tiempos apostólicos era rica y próspera. La buena vida, la vida regalada, el placer y el lujo, hacía estragos en una minoritaria población cristiana rodeada de conciudadanos con una más que proverbial vida inmoral y licenciosa. La apatía y la indiferencia espiritual era la tónica dominante. Sardes, por ello, se erige en modelo y figura de una iglesia dominada por la riqueza y la seguridad en lo material. Sardes es, por tanto, arquetipo de la modernidad.

Si en los tiempos de Tiatira se le entregó a la Iglesia poder sobre las naciones, en Sardes, una vez retirado este poder - con la pérdida de los estados pontificios y el criminal suceso de Porta Pia en tiempos del beato Pío IX -, la Iglesia ya no será combatida en lo temporal que le ha sido quitado, ahora se trata de una lucha por desnaturalizarla, por hacerla perder su esencia, por pervertirla desde dentro. Son los tiempos de la autodemolición. Conozco tus obras y que tienes nombre de vivo, pero estás muerto.

San Juan Bosco lo había anunciado a sus hijos: toda la Iglesia se sentirá sacudida de una manera terrible después de la muerte del Papa (el beato Pío IX)”. Pero había ido más allá: Se preparan días difíciles para la Iglesia. Lo que hasta ahora ha sucedido es casi nada en comparación a lo que tiene que suceder. La gravedad del mal, la novedad del estrago, era que la Iglesia había iniciado el autoderrumbe. Y si la crisis se hizo evidente los años posteriores al Concilio Vaticano II, el mal estaba dentro de mucho antes.

De poco sirvieron las alertas emitidas por grandes papas de la talla de Pío IX o Pío X: el mal se había infiltrado en la Iglesia. No fue suficiente la Quanta Cura de Pío IX - ni su aún más famoso Syllabus errorum con el que condenaba los errores que han marcado las violencias del siglo XX: panteísmo, naturalismo, racionalismo, indiferentismo, socialismo, comunismo, francmasonería y los varios tipos de liberalismo religioso -, ni la Pascendi de san Pío X contra un modernismo que empezaba a empapar la Iglesia. El cáncer sólo necesitaba tiempo para actuar, la metástasis haría el resto.

Acuérdate de lo que has recibido y has escuchado y guárdalo y arrepiéntete”. Y es que esta modernidad apenas encuentra donde mirarse en el pasado. Los baluartes que construyeron occidente han ido desapareciendo casi imperceptiblemente. La familia desaparecida; el honor a los ancianos inexistente; el respeto a lo religioso muerto años ha. Lo que han conocido nuestros abuelos será mito para nuestros nietos. Nunca la vida había dado un giro tal. Y en la Iglesia estas ansias de novedad eran notorias. Y tras el Vaticano II, evidentes. Monseñor Montini - futuro Pablo VI - ya lo denunció con anterioridad al Concilio:
"Nuestra sociedad se hace irreligiosa y atea. El ateismo de ayer, si me puedo expresar así, era una enfermedad excepcional y sin fuerza, ha llegado a ser una enfermedad internacional, deseada, organizada, con sus imprentas, sus libros, sus publicaciones, sus propagandistas y sus partidos (...) El pecado que caracteriza nuestro tiempo es la apostasía, el abandono de la fe, la incredulidad, la crisis de pensamiento y de conciencia, el abandono casi normal de las tradiciones religiosas, santas y sagradas".

Los años posteriores al Concilio sólo evidenciaron los frutos de un mal ya arraigado en la Iglesia. Pero a pesar de las señales positivas de reconstrucción que se pueden vislumbrar, el cáncer está más vivo que nunca en una sociedad, al decir de Benedicto XVI, desacralizada. Por eso no llaman la atención las palabras de Peter Sewaald, autor del último libro del Papa, sobre los aspectos qué preocupan más al Papa en la actualidad.

Yo no soy el representante del Papa, ni su portavoz. Pero es evidente que le preocupa el futuro del Cristianismo en el mundo, y el futuro del mundo en sí. No podemos seguir como hasta ahora. A Ratzinger también le preocupa mucho la ausencia de una presencia relevante de Dios en la sociedad actual".

¿Hasta cuando nos tendrá Dios paciencia? Monseñor Montini también se lo preguntaba. "No hay ideas preconcebidas que nos cieguen, que nos enmascaren las esperanzas del mundo, sus esperanzas profanas, temporales, naturales. Hoy, cuando un hombre espera, funda su esperanza en sí mismo. Un nuevo humanismo, que se sueña y que llega a ser un mito, sostiene las esperanzas del mundo… Un poderoso pragmatismo sostiene las energías del mundo, y el mundo marcha, se lanza hacia delante como un gigante ciego desencadenado. La evolución social ¿será la ruina o el porvenir de la vida cristiana? Este es el problema que se plantea”.

La segura Sardes, modelo de nuestros tiempos, azotada por guerras, destruida por un terremoto en el 17 después de Cristo, reconstruida, nuevamente azotada por guerras… para finalmente - curiosa coincidencia - ser destruida por el líder militar musulmán Temur, uno de los últimos grandes conquistadores del Asia Central. Estate alerta y consolida lo demás que está para morir, pues no he hallado perfectas tus obras en la presencia de mi Dios. (…) "Porque si no velas, vendré como ladrón y no sabrás la hora en que vendré a ti”.
La historia suele gustar de la ironía.

SARDE 3: EL ANIQUILAMIENTO VOLUNTARIO

Cuando el católico ateizado Peter Seewald se sentó a entrevistar por primera vez al Prefecto para la Doctrina de la Fe, no dejó en el tintero ninguna pregunta por polémica que fuera. No era para menos, Ratzinger respondería a todo. Aún estaba reciente la caída del muro de Berlín, y el mundo parecía encaminarse a tiempos de paz y gloria, hasta el punto de que la flor de un día de Fukuyama preconizara el fin de la historia con su tan errado juicio: El fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas. Bastaron pocos años para contrastar lo ridículo de tal optimismo embaucador. Pero ni el genocidio de Ruanda, o las guerras de los Balcanes, o el mismo 11S fueron suficientes para apagar la centella del positivismo maníaco. Quizá Fukuyama decidiera andarse algo más calladito, pero todo un occidente no estaba dispuesto a dejarse arrancar tan alegre máscara de felicidad envuelto en una expansión monetaria nunca vista que la llevó a unos índices de riqueza jamás alcanzados.

Todo estaba bien. Pero no para Ratzinger. Aquel 1996 el periodista alemán le tantearía sobre el poder del mal en el mundo y la falta de respuesta de todo un Dios incapaz de contenerlo. La pregunta parecía exagerada: Esta situación del mundo, que ha sido calificada como réquiem satánico del siglo XX, ¿no debería asustarnos?”. Previamente habían hablado de la evidente crisis de la Iglesia, y ahora se daría paso a la crisis de un mundo que pocos percibían con la nitidez del Cardenal Prefecto.

Lo que sabemos como cristianos es que el mundo está siempre en manos de Dios. Aún cuando el hombre se aleje de Dios hasta el punto de abocarse a la destrucción, Dios volverá a establecer un nuevo comienzo precisamente en la decadencia del mundo. () Pero por supuesto, también podría hacerse un diagnóstico más pesimista. Podría ocurrir que la ausencia de Dios sea tan fuerte, que el hombre entre moralmente en barrena y tengamos ante nosotros la destrucción del mundo, el apocalipsis, el caos”.

Ratzinger era claro: sin Dios no hay paz. Sin moral se entra en barrena. Se puede decir que es esta una verdad primaria de la fe olvidada y despreciada: la necesidad de Cristo para la paz del mundo y para su futuro. Y que esta verdad está olvidada y despreciada lo evidencia la actual crisis financiera y política de occidente, dónde sólo la búsqueda de soluciones técnicas parece apta para la mayoría de los católicos. Resolver el problema de los controladores en España mediante la declaración del estado de alarma parece encontrar justificación en la sociedad. Estos días se han podido ver escenas dantescas de gentes desquiciadas gritando e insultando a cuantos controladores veían en la calle. La defensa de la fe de sus hijos protestando, por ejemplo, contra la pérfida EpC o los talleres de salud sexual, no parece requerir de tanta energía. Y es sólo un ejemplo, pero evidencia hasta que grado el derecho al bienestar, al placer, al goce, está por encima de la fe, de la moral, de la verdad.

Pero Ratzinger, reitero, era claro. Donde el hombre se aparta de la fe, los horrores del paganismo se presentan de nuevo con reforzada potencia. Lejos queda esta afirmación de una mentalidad occidental en la que la solución de los problemas es sólo materia para la tecnocracia. Dios es apartable. Si bien hoy se ha pasado de este escalón al siguiente, en el que Dios debe ser apartado. Pero mientras la tecnocracia resuelva y remache un estado del bienestar tambaleante, todo estará bien. Hasta que, simplemente, deje de estar.

La Iglesia de Sardes le pertenece al hombre. No ha sido probada por la hora de la tentación como lo será la iglesia de Filadelfia. Tampoco están contados sus días como en la última iglesia de Laodicea, con un Señor a la puerta y llamando. Sardes se ha entregado a la inanición, voluntariamente. Se ha autodemolido. Y que es esta una peculiaridad respecto de las otras Iglesias lo evidencia la amenaza que pende sobre Ella, pues es condicional (si no velas, vendré como ladrón.). Pero a la par de condicional es incierta en su ejecución (y no sabrás la hora en que vendré a ti). ¿Hasta cuando tendrá Dios paciencia?, porque Sardes no sabrá la hora del juicio. Ecumenio, ya en el siglo VI, daba algunas pistas.

Pues si no estuvieses vigilante, dice, y no te levantases del sueño de tu pereza, vendré a ti como ladrón cuando no lo esperas. El divino Apóstol dice también sobre otros: Cuando digan paz y seguridad entonces, de repente, se precipitarán sobre ellos la ruina, como los dolores del parto de la que está encinta. Sin embargo tienes en Sardes unos pocos que no han manchado sus vestido y que caminarán conmigo con vestidos blancos, porque son dignos, por lo que, dice, estoy difiriendo mi rechazo y tengo paciencia con vosotros”.

Este es el misterio que sigue desconcertando desde hace tantas décadas, el que la Madre de Dios alerta sobre el castigo que pende como en un filo y éste no se verifica. Pero si no se ha entrado en el caos - en ese apocalipsis del que hablaba Ratzinger - es porque hay quien carga sobre sí los pecados de Sardes y detiene el pesado brazo de Dios que, como ladrón en la noche, caerá sin avisar. El tercer secreto de Fátima se muestra también revelador.

Después de las dos partes que ya he expuesto, hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!”

Es María quien hoy detiene el justo castigo, pero obsérvese el orden narrativo. A la actuación intercesora de María el Ángel exige por tres veces Penitencia. De nuevo Sardes tiene en sus manos su futuro, pero debe saber que de esta crisis sólo saldrá por la penitencia, o de lo contrario el castigo vendrá como ladrón en la noche porque sin Dios todos los horrores resurgirán con fuerza. Porque sin Dios el hombre se aboca al abismo.
Cesar Uribarri

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