Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del
Padre Nicolás Schwizer
Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de
Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es
decir no lavadas,- es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse
lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al
volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que
observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas -Por
ello, los fariseos y los escribas le preguntan: «¿Por
qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino
que comen con manos impuras?» Él les dijo: «Bien
profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me
honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden
culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. Dejando el
precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres.». Llamó
otra vez a la gente y les dijo: «Oídme todos y
entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle;
sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de
dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones,
robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje,
envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de
dentro y contaminan al hombre.
REFLEXIÓN
Los fariseos debían ser unos personajes muy poco simpáticos, según lo
que sabemos de ellos por medio del Evangelio. De hecho, cada vez que
intervienen en la vida de Jesús, es para hacerle algunas preguntas más o menos
tontas, para ponerle trampas o recordarle la Ley del Antiguo Testamento.
Fácilmente nos los imaginamos de mal genio, prepotentes, duros, hipócritas,
fanáticos...
En el pasaje evangélico de hoy, se escandalizan de la actitud de los discípulos
que comen con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. Los fariseos nos
dan a conocer así, indirectamente, su concepto del pecado. Según ellos, la
pureza o santidad consiste en cumplir un montón de tradiciones y costumbres.
Por eso piensan que basta con lavarse las manos antes de comer, y cosas
semejantes, para cumplir con su religión.
En contraste a esta mentalidad de los fariseos, tenemos que ver la actitud de
Jesús. Los cristianos de hoy, difícilmente podemos medir la fuerza de escándalo
y también de liberación de las afirmaciones de Él. Porque tanto el pagano como
el judío vivían angustiados por innumerables reglamentos y amenazas. Las cosas
eran puras o impuras, sagradas o profanas, benéficas o maléficas por razones
oscuras. Y quien violaba esas leyes, aun inconscientemente, incurría en graves
castigos.
Y Cristo, con sus palabras y con su propio ejemplo, está derribando todas esas
barreras: Ninguna cosa, ningún ser, ningún hombre
es impuro por naturaleza o por nacimiento. Toda la pureza procede del
corazón y todas las cosas son buenas, si se utilizan para el bien. Sólo el
pecado es lo que hace impuro.
Por la encarnación de Cristo, queda abolida la distinción entre profano y
sagrado, entre puro e impuro. Jesús desacraliza todo lo que era sagrado, y
sacraliza al hombre, a todo hombre, a todo el hombre. “Vuestros
cuerpos son templo del Espíritu Santo”, nos dirá San Pablo.
Desde entonces, lo realmente sagrado - que es Dios - se ofrece a cada uno de
los hombres y penetra en él en la medida de su consentimiento. Hay que leer, en
los Hechos de los apóstoles, el asombro de los cristianos judíos, cuando
comprueban que el Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles.
Pues ellos los oían hablar en lenguas y glorificar a Dios.
A raíz de ello, San Pedro dijo: “¿Acaso puede
alguno negar el agua del bautismo a estos que han recibido el Espíritu Santo
como nosotros?”.
Ahora, estos recuerdos de los tiempos antiguos, ¿no
tendrán también alguna enseñanza para nosotros? ¿No hemos reconstruido muchas
veces también nosotros esas barreras que Cristo destruyó?
Por ejemplo: ¿No compartimos la extrañeza de los
judíos convertidos al ver como la santidad florece también al margen de la
Iglesia, “fuera de la cual no debería haber
salvación”. Los cristianos han creído durante mucho tiempo que tenían el
monopolio del Espíritu Santo. Pero el Espíritu de Dios “sopla
donde quiere”.
Él llena todo el universo, ilumina a todo hombre que vive en este mundo. Todos
los que son de la verdad oyen su voz. Todos los que practican la justicia han
nacido de Él. Y todo aquel que ama es hijo de Dios y conoce a Dios.
Queridos hermanos, Dios es un Dios que se acerca y que busca a todo ser humano.
Se pone a la puerta del corazón de cada hombre y le llama - tal como indica el
libro del Apocalipsis: “Si alguien oye mi voz y me
abre la puerta, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo”.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
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