Desde que, hace ya bastantes años, escribí mi primera versión del ensayo acerca de cómo debería ser una constitución ideal, he sido testigo de los sucesos de El Salvador o Perú y otros países de Hispanoamérica, y me confirmo más y más en que el Poder Ejecutivo debe ser elegido por el congreso.
La
elección independiente del presidente por el Pueblo respecto a la elección de
los congresistas siempre da mal resultado. El congreso siempre será una cámara
dominada por los intereses de los partidos, es lógico; y la presidencia será
una magistratura política si es elegida por el Pueblo directamente, también eso
será inevitable. De ahí que esta doble elección siempre
supondrá un choque de intereses contrapuestos, nunca ejercerá como un
control razonable del Poder Ejecutivo.
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La labor
del senado tampoco podrá ser nunca la de controlar al congreso si ambas cámaras
son elegidas por elección de Pueblo. Pues en ese caso o estarán siempre de
acuerdo (si el mismo partido las domina) o siempre en oposición (si son de
signo contrario).
La única
solución para evitar choques es que el congreso elija al Poder Ejecutivo, y que
el senado tenga una función legislativa. Y que una cámara sea política y
elegida por el censo electoral, y que el senado no sea político y sea elegido
por otro medio que no sea en unas elecciones populares. En España ni el
Tribunal Constitucional ni el Tribunal Supremo ni el Consejo de Estado son
elegidos en una elección popular. Y todas esas instituciones funcionan muy bien
y de modo neutral.
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Cualquier
constitución que considere que, habiendo dos cámaras electivas, una puede
controlar a la otra, no atiende a la realidad de los países en los últimos
decenios, que es la parte de historia constitucional que mejor conozco por
haberla vivido.
La
constitución debe establecer las bases para la armonía, no aplanar un terreno
para crear un perfecto campo de batalla.
Si esos
tres poderes (Ejecutivo, congreso y senado) son elegidos por elecciones
independientes del Pueblo, se crea una situación que solo sería susceptible de
empeorar si hubiera otra elección más para elegir al Tribunal Supremo. Menos
mal que nunca ha existido un partido que propugne la anarquía constitucional
cuyo programa fuera crear el marco óptimo para crear la lucha perfecta de todos
contra todos.
Pero
observemos (a través de la historia de los últimos treinta años) que la
confrontación nunca es a tres bandas, siempre es a dos. Si hay tres poderes
enfrentados, si hay tres partidos adversarios, si hay tres coaliciones que se
oponen entre sí, siempre dos de ellas se unirán.
Si
observamos todos los conflictos constitucionales de mi generación, el conflicto
siempre ha sido por bicefalia: entre el Poder
Ejecutivo y el congreso. Algo lógico pues en todos los países el senado
acaba con la misma mayoría que el congreso, más pronto o más tarde. Además,
jamás se ha oído decir que los senadores den un golpe de Estado. Los congresos,
sí; los presidentes también.
De ahí
que el presidente nunca debe ser elegido por el Pueblo, sino por el congreso.
Y, como ya dije, lo ideal es que el senado sea elegido por el congreso con la
función específica de legislar y con cargos vitalicios obtenidos por consenso
entre los congresistas. Este es el modo de lograr la paz duradera, la armonía
de los mil años. Bueno, es una opinión, la mía. Si algún día se lleva a cabo lo
que digo. Aunque nunca se sabe, puede que mi ensayo pavimente el camino al
desastre con la mejor de las intenciones. Puede que me lleve las manos a la
cara, recriminándome: “Pero… ¿qué he hecho?”.
P. FORTEA
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