BREVE Y PRECISO ANÁLISIS DEL CARDENAL AUSTRALIANO SOBRE EL PENSAMIENTO DE JOSEPH RATZINGER
EL CARDENAL GEORGE PELL, ENTONCES ARZOBISPO DE SIDNEY, RECIBE A
BENEDICTO XVI EN LA JMJ CELEBRADA EN DICHA CIUDAD AUSTRALIANA EN JULIO DE 2008.
El cardenal George Pell murió inopinadamente el
10 de enero, diez días después de Joseph Ratzinger.
Pero tuvo tiempo de escribir una valoración teológica sobre su obra, que ha
publicado póstumamente Il
Timone en su número de febrero, como parte de un
especial sobre el Papa alemán en el que participan, junto a otros
colaboradores, siete cardenales además del fallecido: Angelo Bagnasco, Willem
Eijk, Gerhard Müller, Mauro Piacenza, Camillo Ruini, Robert Sarah y Matteo Zuppi.
***
Un
testigo auténtico: teología, liturgia
y martirio
Ningún Papa en la historia ha
publicado una teología tan elevada sobre tanta variedad de argumentos como
el Papa
Benedicto XVI.
Otros Papas han hecho
contribuciones importantes al desarrollo de la doctrina, como León
Magno en el concilio de Calcedonia, o el Papa Juan
Pablo II, sobre todo con las dos encíclicas morales Veritatis Splendor y Evangelium Vitae, en las
que Joseph Ratzinger,
en calidad de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
tuvo un papel significativo.
Cuando yo era
seminarista en Roma durante el Concilio,
Joseph Ratzinger, como peritus, no era muy conocido en mi
círculo, ni era considerado especialmente radical. En el mundo anglosajón se
dio a conocer sobre todo después de las convulsiones del mayo del 68.
A mediados de los años 60, antes
de la crisis del 68, Ratzinger escribió: "Si la
Iglesia se adaptara al mundo de cualquier modo que comporte un alejamiento de
la cruz, esto no llevaría a una
renovación de la Iglesia, sino solo a su muerte". Mientras algunos
de los opositores de Ratzinger han cambiado, su marco teológico básico ha
permanecido inalterado, sin ningún cambio de ruta, también después del 68. Sus
cambios de postura más importantes atañen a
la liturgia y la eclesiología.
EL
TOMISMO
La actitud de Ratzinger respecto
al tomismo se puede considerar opuesta al descrito como tomismo leonino o barroco, que
floreció en muchos seminarios antes del Concilio, y también en su oposición
a Suárez.
Ciertamente, la mayor parte de
los manuales escolásticos escritos en latín que se estudiaban en filosofía en
los años 60 en Australia eran áridos, obsoletos, impersonales y mecanicistas.
Fue precisamente ese
impersonalismo el que empujó al joven Karol Wojtyla a escribir una tesis sobre el
personalismo de Max Scheler y sobre la
sensibilidad hacia la experiencia humana en su fenomenología. Casi todos los
seminaristas de los años 60 compartían al unísono el escepticismo de Ratzinger
respecto al tomismo de los manuales.
UNA ENTREVISTA DE EWTN
AL CARDENAL PELL TRAS LA MUERTE DE BENEDICTO XVI.
Sin embargo, no hay que
interpretar su escepticismo de manera tan exasperada, porque Ratzinger, como la
mayoría de los católicos, es deudor de Santo
Tomás por miles de
motivos, sobre todo en el campo de la moral, y no es hostil al tomismo clásico en general o
al propio Aquinate.
RELACIÓN
CON EL SANTO DE HIPONA
Se puede considerar que Joseph
Ratzinger-Benedicto XVI tomó de San Agustín su concepción de la centralidad del amor (como
demuestra su primera encíclica Deus caritas
est) y el vínculo fundamental con la verdad; la convicción de que la fe no puede estar radicalmente
separada de la razón; y su devoción de la belleza
trascendental en el arte, la
música, la literatura y, sobre todo, la liturgia.
Hay quien ha querido
contraponer el tomista Juan Pablo II al agustino Benedicto.
Se trata de personalidades distintas, con dotes y formaciones diferentes.
Juan Pablo II procedía de una Iglesia que luchó contra el nazismo y el comunismo y que vio a ambos bajarse del escenario de
la historia. Estudiaba derecho en la universidad, estuvo obligado a los
trabajos forzados, era un líder nato y un poeta, un actor y un optimista. La
filosofía y la espiritualidad fueron sus estudios de doctorado.
También el papa Benedicto creció
en la fuerza comunitaria de la Baviera católica, pero los católicos alemanes no
pudieron impedir el ascenso al poder de Hitler y
compartieron los desastres que este causó a su pueblo.
Benedicto es un hombre de honda
espiritualidad, de una genuina amabilidad y de una enorme cultura que se
desarrolló a través de una vida dedicada al estudio y la escritura. Y sin
embargo, la colaboración entre el papa Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger ha
sido una de las más brillantes y eficaces de la historia
de los Papas y de la
Iglesia, pues ambos supieron dialogar con el mundo del saber y se enfrentaron a
la cultura de la muerte.
LA
LITURGIA Y EL TESTIMONIO
Mucho antes del Concilio, el
joven Ratzinger mostró interés en la reforma litúrgica. Muchos se sorprendieron
de lo francos y provocadores que fueron sus comentarios sobre algunos aspectos
de los desarrollos litúrgicos posconciliares.
Considera que
algunas liturgias contemporáneas son formas de apostasía, similares a la adoración del becerro de oro por parte de los judíos.
En su opinión, el santo sacrificio de la misa es un
acto de culto, no una comida en compañía, por lo que reducir la eucaristía a
una exaltación de la comunidad local es una alteración radical de las
prioridades obligadas. La verdadera renovación litúrgica ha sido obstaculizada
por fuerzas burocráticas filisteas o secularistas.
De cualquier manera, sé que
Joseph Ratzinger-Benedicto XVI nunca habría enfatizado mucho la importancia de
una determinada teología en la producción de la vitalidad católica, porque en
el fondo estaba en línea con el poema Stanislaw,
de Juan Pablo II, en el que podemos leer: "Si
la palabra no convierte, la sangre lo hará".
Ratzinger siempre indicó que
nuestro ideal debe ser el mártir, el testimonio: una vida que
coincida con la verdad.
Traducido por Helena
Faccia Serrano.
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