Hagamos silencio para escuchar la Palabra de Dios y meditarla, para que ella siga morando, viviendo y hablándonos a lo largo de todos los días.
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
El mundo moderno nos bombardea con noticias y ruidos, con músicas y
discusiones, con “blogs” y mensajes de todo
tipo. Al mismo tiempo, nuestros corazones generan pensamientos y emociones que
aturden y arrastran, que encandilan y casi “drogan”
nuestro espíritu.
La semilla no puede dar fruto si el alma vive prisionera de mil preocupaciones,
angustias, apegos, zozobras. Para que la semilla empiece su camino vigoroso,
antes hay que escardar, limpiar, zanjar, proteger el terreno del espíritu.
Escuchar la Palabra, el mensaje de Dios a los hombres, es imposible si nos faltan
espacios de silencio. Como explica el Papa Benedicto XVI, “la palabra sólo puede ser pronunciada y oída en el
silencio, exterior e interior. Nuestro tiempo no favorece el recogimiento, y se
tiene a veces la impresión de que hay casi temor de alejarse de los
instrumentos de comunicación de masa, aunque sólo sea por un momento. Por eso
se ha de educar al Pueblo de Dios en el valor del silencio. Redescubrir el
puesto central de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia quiere decir
también redescubrir el sentido del recogimiento y del sosiego interior”
(exhortación apostólica postsinodal “Verbum
Domini”, n. 66).
Si adoptamos una sana actitud de silencio, el corazón empieza a estar abierto a
la acogida de la Palabra de Dios, como la Virgen, como los santos. Así lo
explica el Papa: “La gran tradición patrística nos
enseña que los misterios de Cristo están unidos al silencio, y sólo en él la
Palabra puede encontrar morada en nosotros, como ocurrió en María, mujer de la
Palabra y del silencio inseparablemente. Nuestras liturgias han de facilitar
esta escucha auténtica: Verbo crescente, verba deficiunt” (“Verbum Domini”, n. 66).
Esto vale, como señala Benedicto XVI en el texto antes citado, de modo especial
para la Liturgia: “Este valor ha de resplandecer
particularmente en la Liturgia de la Palabra, que «se debe celebrar de tal
manera que favorezca la meditación». Cuando el silencio está previsto, debe
considerarse «como parte de la celebración». Por tanto, exhorto a los pastores
a fomentar los momentos de recogimiento, por medio de los cuales, con la ayuda
del Espíritu Santo, la Palabra de Dios se acoge en el corazón” (“Verbum Domini”, n. 66).
Si pasamos a través de los dinteles del silencio y del recogimiento, interno y
externo, entramos en la escuela en la que habla el verdadero Maestro,
Jesucristo. Él está, respetuosamente, junto a la puerta de nuestros corazones. “Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre,
entraré y comeremos juntos” (Ap 3,20).
Por eso, al finalizar el texto de la exhortación “Verbum
Domini”, el Papa invita a todos los católicos a fomentar un clima
adecuado a la escucha con la ayuda del silencio.
“Hagamos silencio para escuchar la Palabra de Dios
y meditarla, para que ella, por la acción eficaz del Espíritu Santo, siga
morando, viviendo y hablándonos a lo largo de todos los días de nuestra vida.
De este modo, la Iglesia se renueva y rejuvenece siempre gracias a la Palabra
del Señor que permanece eternamente (cf. 1Pe 1,25; Is 40,8). Y también nosotros
podemos entrar así en el gran diálogo nupcial con que se cierra la Sagrada
Escritura: «El Espíritu y la Esposa dicen: ‘¡Ven!’. Y el que oiga, diga:
‘¡Ven!’... Dice el que da testimonio de todo esto: ‘Sí, vengo pronto’. ¡Amén!
‘Ven, Señor Jesús’» (Ap 22,17.20)” (“Verbum
Domini” n. 124).
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