Teresita del Niño Jesús también es madre y maestra de la vida espiritual.
Por: Gustavo Daniel D´Apice | Fuente: Gustavo
Daniel D´Apice
La maternidad
espiritual de Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz.
Teresita quería ser, por su unión con Jesús, madre
de las almas.
Y Dios se lo concedió.
¿Qué es una madre o un padre naturalmente hablando?:
Aquellos que dan la vida al hijo.
¿QUÉ ES UNA MADRE O UN PADRE ESPIRITUAL?:
Aquellos que dan la vida de Dios, la gracia, que engendran un hijo o una hija
espiritual (que puede ser también el hijo engendrado naturalmente, ya que los
padres deben ser los primeros comunicadores de la vida de la gracia) y lo
alimentan en el camino de la santidad, en la comunidad familiar que llamamos
Iglesia doméstica.
Jesús le dio a Teresita un signo claro de que la escuchaba y de que la iba a
convertir en madre de muchos, cuando llegó a sus manos un periódico que
anunciaba la condena de Pranzini a muerte, un peligroso asesino y delincuente
de aquella época.
Aunque era impenitente y se declaraba ateo, Teresita le pidió a Jesús un signo
de conversión antes de su muerte.
“Probó” a Jesús en su unión con ella. Probó la
eficacia de su maternidad e intercesión. (Recordemos la lucha de Jacob con el
Ángel de Yahvé, a quien vence y éste cambia su nombre por el de Israel).
Y JESÚS SE LO CONCEDIÓ.
Y he aquí que, en el momento previo a la ejecución, Pranzini besó con devoción
la cruz que le aproximó el capellán en tres oportunidades.
LA VOCACIÓN AL AMOR.
Es característica de la espiritualidad de Teresita, el tratar de reconocerse
dentro del Cuerpo Místico de Cristo en su propia vocación, y tratar de buscar
qué es lo que Dios quería de ella.
Anhelaba ser misionera, mártir, sacerdote...
Y I Corintios le dio la respuesta:
Ella quería ser el compendio de todas las vocaciones:
Entonces, en el corazón de la Iglesia, que es nuestra Madre, ella decidió ser
el Amor.
Y el Amor engendra hijos para el Amor, para Jesús, para Dios.
Porque la Iglesia tiene un corazón, y por el Amor que hay en Él, dan la vida
los mártires, se entregan los misioneros, los laicos son santos, los religiosos
tratan de seguir más de cerca a Jesús.
Tenía una frase que es imposible vivirla: una hipótesis imposible, pero que
manifestaba su encendido amor por Jesús:
Le decía que desearía irse al infierno, para que al menos un alma (la de ella),
Lo ame desde allí.
DOCTORA DE LA IGLESIA.
Fue declarada Doctora de la Iglesia (la tercera mujer, después de Santa
Catalina de Siena y de Santa Teresa de Jesús), por su doctrina innovadora y su
manera de vivir la infancia espiritual, como un camino que a todos nos puede
ayudar para acercarnos a Dios, que engendra y hacer crecer la vida de Dios en
nosotros.
ES FRUTO DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL.
Una doctora o un doctor de la Iglesia es un santo o santa canonizado, que por
supuesto no tiene error en su doctrina, que su doctrina es eminente, elevada, y
que la expresa o vive de manera especial u original.
Y que ésta doctrina sirve para que la pueda entender y practicar cualquier
persona del Pueblo de Dios, cualquier miembro de la Iglesia, desde el Sumo
Pontífice hasta el último feligrés.
Así fue ella con la doctrina de la infancia espiritual como medio para
engendrar y hacer crecer la vida espiritual en las almas, propio de una madre o
un padre espiritual:
Lo novedoso fue cómo expresó y vivió esta doctrina que es tan antigua como el
Evangelio de Jesús (Mc. 10, 13-16. Mt. 19, 13-15. Lc. 18, 155-17).
ALGUNAS PARÁBOLAS TERESIANITAS.
Solía, en este aspecto, decir que era la pelotita
de Jesús (recordemos que su nombre era Teresa del Niño Jesús –y de la Santa
Faz-), y como hacen los niños con la pelota, lo mismo hizo Jesús.
La pelotita es tirada y pateada por el suelo.
Significando sus sufrimientos, dificultades y problemas, incluso de fe.
Y, como hacen todos los niños con sus juguetes, el “Niño Jesús” la rompió “para
ver lo que había dentro” (haciendo referencia a sus numerosas pruebas y
enfermedades, y a la fidelidad interior demostrada en ellas).
Si Jesús nos sacara el corazón para ver “lo que hay adentro”, ¿encontraría la
fidelidad y el amor incondicional que tenía Teresita, a pesar de nuestros
sufrimientos y dificultades?
¿Cuándo nos revuelcan por el suelo como la pelotita al jugar los niños (cuando
nos difaman, calumnian, dicen o hacen cualquier clase de injusticia contra
nosotros), se rebela nuestra soberbia y nuestro orgullo, o consideramos que
realmente lo merecemos,
haciendo un ejercicio de humildad?
También nuestra madre Teresita utilizaba la parábola del ascensor, para
engendrar la vida de Dios en nosotros:
Decía y enseñaba que el hacerse como niños y abandonarse en las manos del Padre
Celestial era el camino más rápido para llegar hasta Él, como un ascensor que
nos eleva sin esfuerzo.
El camino más rápido para llegar al cielo es como apretar un botoncito que nos
eleva automáticamente:
Éste botoncito es el abandono confiado y filial en nuestro Buen Padre Dios, que
nos lleva como sin esfuerzo hasta la eternidad por el camino para nosotros más
fácil.
CERCA DEL FINAL:
La pequeña santa.
Dándose cuenta de que engendraba la vida de la gracia en los demás, vamos a
recordar también algunos episodios cercanos al final de su corta pero fecunda
vida, que sigue siendo fecunda aún en nuestros días, y lo seguirá siendo sin
duda hasta el Final de los Tiempos, en el que todos estaremos resucitados con
Jesús.
Algunas cosas del momento anterior a su partida a la eternidad, y que hacen a
su maternidad espiritual:
La atendían en la enfermería del Convento, y en los momentos en que la fiebre
hacía que no se diera cuenta de lo que decía para afuera de sus labios, repitió
varias veces a quienes la atendían: -“Están atendiendo a una pequeña santa”.
El santo, la santa, engendran la vida.
Esto consta en el proceso de canonización por el testimonio de varias hermanas
que la escucharon.
Cuando volvía en sí, y retornaba su conciencia, las hermanas le comentaban lo
que había dicho, y ella lo negaba humildemente..., o por humildad...
“Una lluvia de rosas y de fragancias rojas”.
Prometió que desde el cielo derramaría una lluvia de rosas, significando las
gracias que concedería a los que se acogieran a ella para ir hacia Jesús, y por
Él al Padre.
Quería continuar su maternidad desde el cielo, haciéndola más potente todavía,
liberada de las limitaciones del tiempo y del espacio terrenos.
“-Quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la
tierra”, solía decir ya célebremente.
Y son numerosas las gracias que recibimos a través de ella, lluvias de pétalos
de rosas y fragancias rojas:
Ternura y consuelo espiritual.
Aliento en nuestras luchas y fortaleza en nuestras empresas.
Inspiración en nuestros proyectos y alegría en nuestro llanto.
Gracias que engendran en nosotros la vida que viene de Dios, vida eterna que
sana, cura, reconcilia y libera, dándonos plenitud de salud y salvación
espiritual.
Nos entrega la Vida de Jesús, la que Él ha venido a traer.
Y que es Vida Total y en Abundancia (Jn. 10, 10b).
La “gran misión universal”.
Y, aún estando en la clausura inviolable de un Convento contemplativo, fue
declarada Patrona Universal de las misiones, junto a San Francisco Javier,
jesuita.
Y ciertamente misionó después de su partida hacia la Casa del Padre, y no sólo
con su doctrina e intercesión, sino que visitó los más diversos países
(incluyendo Rusia, y, por supuesto, la Argentina) con sus reliquias, que la
hacían presente, paseadas en una réplica de vidrio de la Basílica construida en
Lisieux, su lugar de origen, en Francia, que asemejaba un pequeño y hermoso
castillo.
Yo tuve la gracia de llevarla desde la Parroquia Santa Teresita del Niño Jesús,
en Banfield, al lado de la cual viví hasta los 12 años, hasta el Convento
carmelita de Rafael Calzada, en el sur del Gran Buenos Aires, cuando nos
visitó.
Por eso para mí no sólo es madre espiritual, sino también amiga en el Espíritu.
Una última perlita espiritual:
Transfiguración final.
Si observamos sus fotos, desde que tenía 8 años
hasta los 24 en que falleció víctima de la tuberculosis, vemos que, al morir,
recobró la lozanía y luminosidad que tenía a los quince años, cuando la
enfermedad todavía no había hecho su aparición.
Así mueren los santos.
Mueren de amor y por amor a Jesús.
No hay desesperación, ni rostros desencajados:
Una leve sonrisa luminosa, y la tez suave y tersa para ir al encuentro del
Señor.
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