Puede parecer un hecho insignificante pero no lo es: hace referencia a nuestros orígenes cristianos.
Por: Héctor Aguer, arzobispo de La Plata | Fuente:
Zenit.org
Muchos de ustedes, seguramente, habrán asistido y más de una vez quizás,
a la celebración del bautismo de un niño. Recuerden como comienza el rito
bautismal. Después del saludo inicial el sacerdote, o el diácono, hacen esta
pregunta a los padres de la criatura: ¿qué nombre
le pusieron a su hijo? Los papás responden; ese es el rito de imposición
del nombre.
Se me ocurrió conversar con ustedes acerca de este punto porque hay algo que me
ha llamado la atención: los nombres que muchas veces se ponen a los niños. Hay
en las familias tradiciones respecto de esto; se repite el nombre del abuelo o
del bisabuelo, que atraviesa varias generaciones. Además, en algunos ambientes,
era muy común, por ejemplo en los ambientes rurales, el poner el nombre del
santo del día: se fijaban en el almanaque y se le
ponía al bebé el santo que correspondía. A veces se producían chascos
fenomenales. Imagínense un nombre que quizá hoy día suena extravagante; y no ha
faltado el caso de un nene o una nena que acabaron llamándose ´Fiesta Cívica´
por haber nacido un 25 de mayo o un 9 de Julio.
No obstante en esos tiempos y lugares existía la intención de poner un nombre
cristiano, y esa es la cuestión: poner un nombre
cristiano.
Lo que advierto en la actualidad es que se buscan nombres de culturas exóticas
y otros que, a lo mejor, expresan cosas significativas en esa cultura
originaria pero que no tienen nada que ver con nuestra realidad concreta, de
argentinos y de católicos, por lo menos sociológicamente católicos.
Aquí hay algo interesante, no solo porque el chico va a llevar ese nombre toda
la vida, sino porque el sentido de elegir para un niño un nombre cristiano es
que pueda invocar la intercesión de la Santísima Virgen en alguna de sus
títulos y advocaciones o del santo cuyo nombre se le impone. Además, ese gesto
implica que si el chico lleva luego efectivamente una vida cristiana, lo que es
de desear, pueda tomar a ese santo por modelo.
Aquí hay algo que no debe ser desechado, porque tiene que ver con, la
trasmisión de una cultura cristiana. Felizmente todavía hay muchísimos padres
que bautizan a sus niños, y esto no es un dato menor, porque me parece que
expresa el aprecio de la vida cristiana por una gran parte de nuestro pueblo.
Les propongo a ustedes esta reflexión porque me parece que tenemos que hacer
una especie de “campaña”. Ustedes conocerán,
a lo mejor, parientes o amigos, matrimonios jóvenes que esperan un niño y sobre
el nombre que pondrán a la criatura; quizá se puede sugerir que elijan un
nombre cristiano.
Hay manías o modas que se repiten y luego el chico queda para toda la vida con
ese nombre que a lo mejor dentro de 20 o 30 años suena más extravagante que
llamarse hoy día, por ejemplo, Policarpo. De paso, ¿Saben
que quiere decir Policarpo?: significa fruto abundante. Hay ciertos
nombres de la tradición cristiana que tienen un sentido muy bello, muy noble y
no solamente del punto de vista religioso sino también humano. En este tema se
trata de tener un poco de discreción, pero implica también un reconocimiento de
lo que significa el Bautismo.
Es verdad que al chico lo llevan a bautizar cuando el nombre ya está estampado
en el trámite civil, en el registro del nacimiento y no hay mucho remedio. Sin
embargo, puede haber un cierto remedio y yo, a veces, lo sugiero cuando me toca
celebrar algún Bautismo; es proponer que si el chico no tiene un nombre cristiano
se le añada en la ceremonia del Bautismo, Todavía, unos años después, existe
una posibilidad ulterior, cuando el chico va a recibir el Sacramento de la
Confirmación. Ahí él mismo puede elegir un nombre cristiano; yo les sugiero a
los catequistas precisamente eso: que en el tiempo
de preparación vean si el niño o la niña no debe adoptar un nombre cristiano, y
que él mismo lo añada, y que ese gesto sirva, de alguna manera, para iluminarle
el camino de su vida ulterior.
Ustedes pueden pensar que esto es una cosa insignificante, pero multiplicada y
generalizada esta iniciativa contribuye a una presencia concreta en la
sociedad, es la presencia del hecho cristiano y de la referencia a nuestros
orígenes cristianos.
A propósito del cambio de nombre o de la imposición del nombre recordemos que
acaba de ser el Día del Papa, la Fiesta de San Pedro y San Pablo. ¿Qué debe hacer el Papa cuando lo eligen? Debe
adoptar un nombre. Nosotros tenemos el caso afectivamente cercano del Cardenal
Bergoglio que cuando fue elegido Sumo Pontífice eligió llamarse Francisco, y ¡vaya si tiene sentido que haya elegido ese nombre! porque
de alguna manera se indica una veta espiritual y pastoral del Pontificado. De
paso, no nos olvidemos de rezar por el Papa Francisco.
Pues bien traslademos eso al caso sencillo del Bautismo de cualquiera de
nuestros niños en nuestras parroquias. ¡Hay que
pensar en el asunto del nombre, y si se le va a bautizar, que sea un nombre
cristiano!
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