lunes, 10 de octubre de 2022

LA CUESTIÓN DE LOS LÍMITES DE LA AUTORIDAD PAPAL

En mi opinión, la autoridad papal no conoce límites formales expresados en forma canónica. Tras veinte siglos esto es un hecho. ¿Por qué? Porque cualquier supuesto contemplado en la ley eclesiástica serviría de asidero para cualquiera que quisiera desobedecer. Por eso las Escrituras no nos indican de forma directa esos límites, y el Derecho Canónico ha seguido ese mismo criterio del silencio. Para encontrar límites evidentes tendríamos que poner ejemplos hipotéticos verdaderamente propios de un descerebrado. E incluso esos límites evidentes nunca se han puesto negro sobre blanco en un texto canónico.

Considero que esto no ha sido casual, esto no ha sido un descuido. Es mejor que sea así. De lo contrario, estaríamos echando paja al fuego de las futuras desobediencias. Las cuales, incluso sin esa paja, ya encuentran material en cualquier lado para encender una hoguera.

Otra cosa distinta al silencio canónico es que cualquier teólogo sensato puede vislumbrar las regiones en las que la autoridad papal carecería de capacidad autoritativa. Con eso basta, no es necesario más.

Pero no es fácil delimitar con una formulación jurídica esos límites, porque hay que darse cuenta de que el vicario de Cristo es el último recurso ante una situación de emergencia. Si todas las instancias previas fallan, él es el último muro que puede contener un desastre. De ahí que el último recurso tenga que poseer una gran libertad; o, mejor dicho, una gran capacidad autoritativa para actuar en cualquier campo y por encima de cualquier norma humana.

Y así hemos tenido un papa que removió de sus sedes a todos los obispos de un reino, tras la Revolución Francesa. O la norma por la que un buen día todo obispo del Orbe tuvo que presentar la renuncia al papa al cumplir los 75 años de edad.

Si un papa ordena (gobierno) o determina (verdad) algo de forma autoritativa, es que puede hacerlo. Esa es la norma que todos debemos tener en cuenta al deliberar sobre el tema. Hay que tenerlo muy claro cuando uno está en paz, porque en mitad de la tormenta la tentación será clamar: Non potest!

P. FORTEA

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