ESCUELAS QUE ACTÚAN A ESCONDIDAS DE LA FAMILIA, PSIQUIATRAS QUE NO INVESTIGAN...
En Inglaterra o en España, es asombroso comprobar cómo
se parece la transmisión entre adolescentes, especialmente entre chicas,
de las dudas sobre el propio género e identidad, y cómo la industria trans, y a menudo los propios colegios
de secundaria, lo potencian, y esconden
a los padres y las familias lo que
pasa con sus hijas.
En Inglaterra, la diputada Miriam Cates, que fue profesora de biología durante
años, avisa públicamente en una audiencia acerca
de cómo en los colegios se instala la confusión que acaba
dañando a las adolescentes e impulsándolas a la mutilación.
COLEGIOS QUE ACTÚAN A ESCONDIDAS DE LOS PADRES
"Los niños que dicen a un profesor en la
escuela que sufren incomodidad de género [gender distress] son excluidos
a menudo de las protecciones normales. En vez de acudir a los padres y considerar los posibles orígenes
de lo que siente el niño y la mejor forma de actuar, algunas escuelas
activamente esconden información a los padres, cambian en secreto el nombre y los
pronombres del niño en la escuela, y mantienen los nombres y pronombres de nacimiento en las
comunicaciones con los padres", avisa la parlamentaria.
"La madre de una chica de 15 años con
diagnóstico de síndrome de Asperger descubrió que sin su conocimiento, la
escuela de su hija había empezado el proceso de transición social de
su hija, y siguió haciéndolo pese a las objeciones de la madre", explicó.
Cita después las palabras de otra madre. “Todo
pasó muy rápido y muy inesperadamente. Por lo que entiendo, a los niños les
animaron a cuestionarse los límites de su identidad sexual y su identidad de
género. Su grupo de amigas, de 8 chicas, todas adoptaron alguna forma de
identidad sexual o de género LGTBQ. La salud mental de mi hija se ha
deteriorado rápidamente, hasta llegar a autolesionarse, y parte de
la culpa me echan a mí por no animarla en su deseo de aplanar sus pechos y
tomar bloqueadores de pubertad".
EN ESPAÑA, LO MISMO: PADRES ASUSTADOS, Y A VECES
ENGAÑADOS
Lo que la diputada Cates denuncia desde Inglaterra ya sucede en España,
y cada vez va a ser más complicado para los padres proteger a los hijos de este
contagio, y más aún con la nueva Ley Trans española y otras leyes autonómicas
que ya existían.
El pasado 9 de julio, la periodista Sandra León, en LibertadDigital,
publicaba tres testimonios de madres e hijas
españolas presionadas por psicólogos y colegios que en vez de examinar en serio la situación
psicológica de las muchachas las colocaban con toda velocidad en la cinta transportadora del cambio de sexo, con su protocolo de transición
social, y luego las hormonas, que son la antesala de
la mutilación.
El titular del artículo resumía bien la sensación general en estas
familias: "Cuando tu hija adolescente te dice que es
trans y tú luchas para evitar un daño irreversible: 'Era como una secta'".
»Alma, Natalia e Irene ni siquiera se conocen en persona.
Cada una vive en una comunidad diferente, pero las tres han pasado por lo mismo: sus hijas, unas niñas que
jamás habían dado ningún síntoma de rechazar su sexo biológico, habían llegado
a casa en plena adolescencia y les habían comunicado que en realidad eran
chicos trans. Las tres lo habían hecho con un discurso perfectamente
aprendido, prácticamente idéntico y extraído de las redes sociales
en las que los jóvenes de hoy en día parecen encontrar el mejor refugio para
capear los problemas inherentes a esta tediosa etapa de la vida: algunos de socialización y otros mucho más graves.
»Sus madres -mujeres que han educado a sus hijas en entornos libres de
estereotipos de género y que hoy son tachadas de tránsfobas- han resistido los
envites de médicos que, sin ni siquiera escuchar sus
historias, les animaban a "celebrar la llegada de un nuevo hijo";
se han rebelado contra centros educativos que, sin su permiso, y ni siquiera su
conocimiento, han empezado a tratar a sus hijas en masculino; y han estudiado
día y noche para poder explicar a unas adolescentes a las que les cuesta pensar
más allá de un año vista las consecuencias que la hormonación o la doble
mastectomía pueden tener a largo plazo.
LA HISTORIA DE ALMA
Cuando Alma se separó de su marido, su
hija, entonces de 11 años, empezó a autolesionarse y cayó en la anorexia.
A los 15, tras salir de uno de sus múltiples ingresos hospitalarios, la
muchacha dijo a su madre que era un chico. La madre al principio lo aceptó,
pero luego se lo pensó mejor, repasó su pasado, todo lo que sabía de su hija, y
le dijo: "Vamos a tomarnos las cosas con calma y a ver
qué pasa".
Pero la muchacha se sumó a un grupo de amigos adolescentes
que, al igual que ella, se autodeclaraban trans y que ni estudiaban ni trabajaban, sino que se
pasaban todo el día fumando porros,
explica la madre.
"Se enganchó a uno que era como el líder, porque
era un poco más mayor que el resto, y empecé a ver que aquello era como una
secta que la había absorbido. Tenían su líder y también su comunión,
porque empezar a hormonarse era como su rito de iniciación".
Como la chica empezó a escaparse de casa, la madre, temiendo que le
pasara algo en la calle, aceptó llevarla a una unidad de género en un hospital.
"Lo primero que le dijeron fue que no
necesitaba que ningún médico corroborase lo que le pasaba y que, como
ciudadana, tenía derecho a pedir la hormonación, que ellos sólo estaban allí
para acompañarla en el proceso", explica Alma. Nadie le preguntó sus
antecedentes -chica anoréxica, que se autolesiona y que escapa de casa- antes de decirle eso.
Cuando la madre preguntó qué consecuencias tendría la
hormonación para su hija dentro de 20 años, le respondieron "no lo
sabemos", y le reconocieron que nadie le garantizaba, por
ejemplo, que sus ovarios volvieran a funcionar bien.
La madre se convenció de que aquello era una locura y le dijo a la chica que no autorizaría nada así.
Cuando la muchacha cumplió 18 años, la propia chica le dijo: ‘Mamá, gracias por no haberme dejado
hormonarme, porque no soy un
chico. No sé cómo me siento, pero no soy un chico".
La anorexia siguió golpeándola y la pandemia empeoró su situación.
Intentó suicidarse. Psicólogos y psiquiatras descubrieron que de niña sufrió
abusos sexuales (como muchas otras niñas que dicen sentirse chicos) y le
diagnosticaron un trastorno grave de personalidad. Fue internada y sigue
confusa: viste de chica y difunde fotos suyas como tantas otras chicas, pero
pide que le hablen en masculino.
La madre, en cualquier caso, reivindica "que
se atienda a las adolescentes en toda su dimensión, no que se focalicen en eso como
si eso fuera a resolverles la vida, porque no es verdad. No sólo no se la resuelve, sino que
en la mayor parte de los casos se la complica todavía más".
Muchas chicas con problemas de autoimagen - a veces
ligados a distintos trastornos- corren el riesgo de caer en la "cinta
transportadora" que les lleva al discurso trans, la hormonación y
mutilación.
LA HISTORIA DE NATALIA
La hija de Natalia no tiene ningún trastorno diagnosticado. Al repasar
su historia, uno se pregunta qué habría sido
de ella en una época sin redes sociales, móvil ni pandemia de coronavirus.
"Mi hija había sufrido acoso escolar en el
colegio y, al pasar al instituto, no encontraba un sitio en el que encajar",
explica
Natalia, la madre. Pasó la pandemia encerrada en su habitación.
Empezó a tratar a una chica que se declaraba trans, y al poco,
así lo hizo ella también. "Al llegar del
instituto, soltó la mochila y me dijo: ‘soy un chico trans y quiero hormonarme
y quitarme las tetas’". Cuando la madre, helada, le respondió que
no era algo para hacer a la ligera, la chica contestó que ya sabía dónde y cómo
ir, que ella tenía disforia de género.
Era un discurso aprendido en Internet. Además, en TikTok seguía a
jóvenes trans que instruían a las adolescentes y les animaban a romper con su
familia y su pasado. Así, si la madre le mostraba fotos de viajes o cumpleaños,
ella negaba recordar nada. "Les dicen que tienen que
borrar todos los recuerdos de su niñez", asegura Natalia. La chica, además, se negó a tratar con
psicólogos.
Al año siguiente, cambió de instituto. Cuando la madre, tras un par de
meses, se reunió con la tutora, la profesora le explicó: "Desde que
comenzó el curso la tratamos en masculino
y la llamamos por el nombre que ella ha elegido".
La madre se indignó: "¿Mi hija pide que la
traten en masculino y nadie levanta el teléfono para comunicármelo y pedirme
permiso? ¡Es menor de edad! ¡Y no saben
nada de ella! Ni quién es, ni cómo es, ni qué le ha llevado a esta situación o
si tiene un diagnóstico médico".
Después, descubrió que en la
clase de su hija había otras cuatro chicas que decían ser chicos trans. En
total, en el mismo centro, eran ocho. "¡Eso
rompía todas las estadísticas! ¿De
verdad nadie se lo replanteaba?".
La tutora le pasó la pelota al Departamento de
Orientación, el que había tomado la decisión de aceptar los deseos de la menor sin
ni siquiera ponerlo en conocimiento de sus padres".
"El orientador me citó la ley Rhodes [ley
reciente en España, en teoría contra el maltrato a menores] y me dijo que
lo que nosotros estábamos haciendo al negarnos a tratarla en masculino era
violencia. Imagínate cómo nos quedamos. ¿De verdad creían que la estaba
maltratando? ¿Y si me denunciaban? Ni siquiera me dejaron explicarles la vida de mi
hija. Salí de allí temblando, con una sensación de indefensión total
y pensando que menos mal que mi hija no era anoréxica o bulímica, porque
entonces… ¿Le iban a enseñar a vomitar mejor?"
Natalia llevó el caso a la Consejería de Educación, que inició una
mediación con el centro: "Se disculparon con
nosotros y reconocieron que tenían que habernos llamado cuando mi hija les
pidió que la tratasen en masculino. Yo les dije dónde encontrar información
sobre la disforia de género de inicio rápido, subrayando que un 85% de los
casos se revierten solos,
sin que nadie tenga que reforzar o contradecir nada".
Se acordó que la volvieran a tratar en femenino y por el nombre que
consta en el Registro, y, para sorpresa de unos y otros, ella lo encajó
rápidamente. "Ahora mismo lleva una vida totalmente normal
y tranquila -explica
Natalia-. Sigue con el runrún y de vez en cuando
nos habla del tema, pero yo no entro a debatir con ella, únicamente le suelto
frasecitas para que reflexione, porque lo que estas chicas quieren realmente
son los roles masculinos".
LA HISTORIA DE IRENE
La hija de Irene, como la de Natalia, también conjuga un cambio de
instituto con un aislamiento en pandemia, y además después de llegar de otro
país donde era feliz. Cuando, tras el confinamiento más
estricto, el Gobierno empezó a permitir salir en grupos de seis y luego de ocho, sus antiguas amigas
nunca tenían hueco para ella.
Se centró en los compañeros de su equipo de vela, donde era la
única chica, e insistió en más y más gimnasio para ser más fuerte. "Estaba todo el día en el gimnasio con ellos", señala
la madre.
Un día, sin previo aviso, su hija escribió a sus padres una carta
declarándose un chico trans. Los padres se asombraron: "Había sido una niña feliz, a la que le gustaban las manualidades, los
bebés y los peluches". Pero
otras personas señalaron que se había cortado el pelo y siempre estaba con
chicos deportistas, como si eso fuera determinante de algo.
Cuando los padres contactaron con dos parientes psicólogas, se
asombraron al ver que ellas no cuestionaban nada: "Nos
dijeron que teníamos que aprender a llevar el duelo de haberla perdido y
celebrar la llegada de un nuevo hijo. Todo eso, acompañado de advertencias
sobre los casos de suicidios de chicos a los que los padres no
comprenden".
Los padres decidieron visitar una unidad de género, sin decirle nada a
su hija. "Nos dijeron tajantemente que si una niña
seria y responsable con 17 años se autoidentifica como chico no hay ninguna
duda. Nosotros explicamos que los
dos últimos años habían sido muy duros para ella, pero nos insistieron en que
eran asuntos independientes que no tenían relación. Es más, como mi hija había
dicho que tenía la intención de entrar en la universidad en septiembre como
hombre, nos hicieron un calendario para empezar
inmediatamente con hormonas y terminar la transición para esa fecha con todo tipo de facilidades. ¡Y todo esto sin
verla!", puntualiza Irene.
Les remitieron a una psicóloga que en vez de investigar la raíz del
asunto la reafirmó más en su supuesta transexualidad.
Todo cambió hace unos meses, porque encontraron un libro valiente: Un daño irreversible, de Abigail Shrier. "Lo
leímos en una sola noche. En ese momento entendimos por primera vez lo que
ocurría con nuestra hija", explica.
Después contactaron con la asociación de reciente creación Amanda, de familias preocupadas por esta "cinta
transportadora" en la que psicólogos, colegios y
administraciones quieren meter a sus hijos para cambiarles de sexo. Son ya unas
200 familias preocupadas y organizadas.
Con la ayuda de una nueva psicóloga, hablaron con su hija. "Ella empezó a llorar y a decirnos que no
tenía amigos, que sentía que nadie la quería, que si el colegio… La abrazamos, la besamos y le dijimos
que entonces íbamos a empezar por todo eso que nos estaba contando y que luego
ya veríamos si tocaba hablar de otras cosas. Ese mismo día comenzó a cambiar
nuestra vida". En apenas dos meses, su hija les reconoció
que estaba equivocada.
"La psicóloga no le hizo una terapia de
conversión. Simplemente exploró cuál era la causa de su dolor", defiende Irene, que asegura
que, en estos momentos, su hija es feliz. "Tiene un
grupo grande de amigos, sale todos los fines de semana y su rendimiento escolar es excelente. El ambiente en
casa es estupendo y está todavía más unida a nosotros que antes de todo
esto", resume.
Pero, ¿y si no hubieran leído el libro? ¿Y
si hubieran hecho caso a los supuestos "expertos" y las parientes
psicólogas?
"Estamos en julio y en la Unidad de Género me decían
que en septiembre tendría una niña con apariencia de chico. Hoy,
tenemos una hija sana y feliz, con todo un futuro prometedor por delante, que
es todo lo que unos padres desean para sus hijos", añade.
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