La alegría de saber que Jesús está vivo, la esperanza que llena el corazón, no se pueden contener.
Por: SS Francisco | Fuente: Catholic.net
Reflexionemos hoy en unas palabras de SS
Francisco en su primera Catequesis durante el Año de la Fe:
Los primeros testigos de la Resurrección fueron
mujeres. Al amanecer, van al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús, y
encontraron al primer signo: el sepulcro vacío (cf. Mc. 16,1). Esto es
seguido por un encuentro con un mensajero de Dios que anuncia: Jesús de Nazaret, el crucificado, no está aquí, ha
resucitado (cf. vv 5-6.). Las mujeres se sienten impulsadas por el amor
y saben cómo acoger
este anuncio con fe: creen, y de inmediato lo transmiten; no lo retienen para
sí mismas, sino que lo transmiten. La alegría de saber que Jesús está vivo, la
esperanza que llena su corazón, no se pueden contener.
Esto también debería suceder en nuestras vidas: ¡Sintamos la alegría de ser cristianos! ¡Creemos en un Resucitado que ha vencido el mal y la
muerte! ¡Tengamos el valor de "salir" para llevar esta alegría y esta
luz a todos los lugares de nuestra vida! La resurrección de Cristo es
nuestra mayor certeza; ¡es el tesoro más preciado!
¿Cómo no compartir con otros este tesoro, esta
certeza? No es solo para nosotros, es para transmitirlo, para dárselo a
los demás, compartirlo con los demás. Es nuestro propio testimonio.
En las profesiones de fe del Nuevo Testamento, como testigos de la Resurrección
se recuerda solo a los hombres, a los Apóstoles, pero no a las mujeres. Esto se
debe a que, de acuerdo con la ley judía de la época, las mujeres y los niños no
podían dar un testimonio fiable, creíble.
En los evangelios, sin embargo, las mujeres tienen un papel primordial, fundamental. Aquí podemos ver un elemento a
favor de la historicidad de la resurrección: si se tratara de un hecho
inventado, en el contexto de aquel tiempo, no hubiera estado ligado al
testimonio de las mujeres. Los evangelistas sin embargo, narran simplemente lo
que sucedió: las mujeres son las primeras testigos.
Esto nos dice que Dios
no escoge según los criterios humanos:
los primeros testigos del nacimiento de Jesús son los pastores, gente sencilla
y humilde; los primeros testigos de la resurrección son las mujeres. Y
esto es hermoso. ¡Y
esto es un poco la misión de las madres, de las mujeres! Dar testimonio a sus
hijos, a sus nietos, que Jesús está vivo, que es la vida, que resucitó.
¡Mamás y mujeres, adelante con este testimonio! Para
Dios cuenta el corazón, el cuánto estamos abiertos a Él, si acaso somos como
niños que se confían.
Pero esto también nos hace reflexionar sobre cómo las mujeres, en la Iglesia y
en el camino de la fe, han tenido y tienen también hoy un rol especial en la
apertura de las puertas al Señor, en el seguirlo y en el comunicar su Rostro,
porque la mirada de la fe tiene siempre la necesidad de la mirada simple y
profunda del amor.
A los Apóstoles y a
los discípulos les resulta más difícil creer. A las mujeres no.
Pedro corre a la tumba, pero se detiene ante la tumba vacía; Tomás debe tocar
con sus manos las heridas del cuerpo de Jesús. También en nuestro camino de fe es importante saber
y sentir que Dios nos ama, no tener miedo de amarlo: la fe se confiesa con la
boca y con el corazón, con la palabra y con el amor.
Después de las apariciones a las mujeres, les siguen otras: Jesús se hace
presente de un modo nuevo: es el Crucificado, pero
su cuerpo es glorioso; no ha vuelto a la vida terrenal, sino que lo hace en una
condición nueva.
Al principio no lo reconocen, y solo a través de sus palabras y sus gestos sus
ojos se abren: el encuentro con Cristo resucitado
transforma, da nuevo vigor a la fe, un fundamento inquebrantable.
Incluso para nosotros, hay muchos indicios de que el Señor resucitado se da a
conocer: la Sagrada Escritura, la Eucaristía y los demás sacramentos, la
caridad, los gestos de amor que llevan un rayo del Resucitado.
Dejémonos iluminar por la
Resurrección de Cristo, dejémonos transformar por su fuerza, para que también a
través de nosotros en el mundo, los signos de la muerte den paso a los signos
de la vida.
(...)Jóvenes, a ustedes les digo:
1. Lleven esta certeza: el
Señor está vivo y camina con nosotros en la vida. ¡Esta es su misión!
2. Lleven adelante esta
esperanza: este ancla que está en los cielos; mantengan fuerte la cuerda,
manténganse anclados y lleven la esperanza.
3. Ustedes, testigos de Jesús,
den testimonio de que Jesús está vivo y esto nos dará esperanza, dará esperanza
a este mundo un poco envejecido por las guerras, por el mal, por el pecado.
¡Adelante, jóvenes!
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