Dios, para juzgarnos, no tiene necesidad de muestreos complicados y enredados tests psicológicos.
Para Él, una persona se define a través de un simple gesto: el
ofrecimiento de un trozo de pan, de un poco de compañía.
Todos
esos pequeños servicios que constituyen el vaso de agua del evangelio que «no quedará sin recompensa», son gestos que fijan a una
persona en una perspectiva de amor y, por lo mismo, de eternidad.
Que
en la penuria de todos nuestros recursos sepamos decir, al menos: «No tengo cosas para darte, pero tómame a mi»
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