1 de enero de 2022
Dichosa eres,
Virgen María, que llevaste en tu seno al Creador del universo. Engendraste al
que te creó y permaneces virgen para siempre.
(Carta de S. Atanasio a Epícteto, 5-9) La Palabra tendió una mano a
los hijos de Abrahán, como afirma el Apóstol, y por eso tenía que parecerse en
todo a sus hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro.
Por esta razón, en verdad, María está presente en este misterio, para que de ella la Palabra
tome un cuerpo, y, como propio, lo ofrezca por nosotros.
La Escritura habla del parto y
afirma: Lo envolvió en pañales; y se proclaman dichosos los pechos que amamantaron
al Señor, y, por el nacimiento de este primogénito, fue ofrecido el
sacrifico prescrito. El ángel Gabriel había anunciado esta concepción con
palabras muy precisas, cuando dijo a María no simplemente «lo que nacerá en ti» –para que no se creyese que
se trataba de un cuerpo introducido desde el exterior–, sino de ti, para que
creyéramos que aquel que era engendrado en María procedía realmente de ella.
Las cosas sucedieron de esta
forma para que la Palabra, tomando nuestra condición y ofreciéndola en
sacrifico, la asumiese completamente, y revistiéndonos después a nosotros de su
condición, diese ocasión al Apóstol para afirmar lo siguiente: Esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y
esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad.
Estas cosas no son una
ficción, como algunos juzgaron; ¡tal postura es
inadmisible! Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre, y de él ha
conseguido la salvación el hombre entero. Porque de ninguna forma es ficticia
nuestra salvación ni afecta sólo al cuerpo, sino que la salvación de
todo el hombre, es decir, alma y cuerpo, se ha realizado en aquel que es la
Palabra.
Por lo tanto, el cuerpo que el
Señor asumió de María era un verdadero cuerpo humano, conforme lo atestiguan
las Escrituras; verdadero, digo, porque fue un cuerpo igual al nuestro. Pues
María es nuestra hermana, ya que todos nosotros hemos nacido de Adán.
Lo que Juan afirma: La Palabra se hizo carne, tiene la misma significación, como se puede concluir de
la idéntica forma de expresarse. En san Pablo encontramos escrito: Cristo se hizo por nosotros un maldito. Pues
al cuerpo humano, por la unión y comunión con la Palabra, se le ha concedido un
inmenso beneficio: de mortal se ha hecho inmortal, de animal
se ha hecho espiritual, y de terreno ha penetrado las puertas del cielo.
Por otra parte, la Trinidad,
también después de la encarnación de la Palabra en María, siempre sigue siendo
la Trinidad, no admitiendo ni aumentos ni disminuciones siempre es perfecta, y
en la Trinidad se reconoce una única Deidad, y así la Iglesia confiesa a un
único Dios, Padre de la Palabra.
ORACIÓN
Dios y Señor nuestro, que por
la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la
salvación, concédenos experimentar la intercesión de aquélla de quien hemos
recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida.
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