PARÁFRASIS 2
«Para
evitar cualquier interpretación desviada, recuerdo que de ninguna
manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio» (Amoris laetitia, n. 307)
Una cosa es ideal si, como dice el Diccionario
de la RAE, «no existe sino en el pensamiento».
El matrimonio perfecto y santo, sin embargo, no es algo ideal, sino real, y
ordinariamente posible por la gracia divina.
En este pasaje y otros
similares se da a entender que el matrimonio cristiano, aun siendo una
idea, no debe dejar de proponerse, pues es un ideal pleno, un “proyecto”
divino. El adjetivo pleno, en verdad, es redundante, pues otra
acepción de ideal incide en eso,
en su carácter de tipo; las ideas no son de este mundo, sino del
suprasensible.
Tenemos entonces una visión
idealista del matrimonio: sería algo tan
inalcanzable que sólo existiría en la mente de los pastores; éstos, para sentir
con el pueblo, deberían tenerlo en cuenta. El matrimonio no existiría
sino, digamos, como proyecto, pero no como realidad; convendría entonces tener
manga ancha y considerar que lo real no es lo ideal, que hay límites, que hay
debilidades en la gente de carne y hueso. En la vida real sólo existirían
aproximaciones, y en éstas, semillas de matrimonio, como semillas del Verbo en
las falsas religiones.
Las consecuencias de esta
idealización del matrimonio son más graves de lo que parece. Porque si el
matrimonio, se entiende que cristiano, es sólo un ideal que debe ser propuesto,
entonces, digámoslo claro, la gracia no sería eficaz y sería innecesario que
Cristo hubiera elevado el matrimonio a sacramento.
Pero
si la gracia es eficaz, como de hecho lo es, entonces un matrimonio puede ser
cristiano y santo, puede ser una realidad perfecta; la gracia
puede cambiar realmente el corazón de los conyuges, puede auxiliarles de verdad
en su camino, elevar la institución matrimonial a ser imagen REAL de la unión indisoluble de Cristo con su
Iglesia.
Cuando los cónyuges están en
estado de gracia, las acciones propias de su estado de vida son meritorias y
adquieren un valor infinito. El matrimonio cristiano puede entonces ser
realmente perfecto. ¡Nada de ser algo que sólo
existe en la mente de la Iglesia!
Pero
si la vida matrimonial se presenta como un ideal, entonces los pecados contra
el matrimonio, como el adulterio, no parecen tan graves, sino inevitables, y
quedan atenuados; la fidelidad sería sólo un
valor modélico a proponer. Y si el pecado es lo normal, dado el idealismo de la
vida matrimonial, ¿por qué no se podría estar en
gracia y adulterando al mismo tiempo? Sería cuestión de discernir el
grado de aproximación a lo ideal, para ser más comprensivos con lo inevitable.
En toda esta idealización del
matrimonio hay una desconfianza grande en la eficacia de los sacramentos y en
el poder de la gracia. Es lo propio en tiempos de pelagianismo global. Los
esposos cristianos, sin embargo, sabedores por la fe de que todo lo pueden en
Aquel que conforta su vida en común, han de vivir su matrimonio a la luz de la
eficacia de la gracia, acudiendo para ello regularmente al sacramento de la
penitencia y comulgando al Señor.
Configurados con Cristo, los
esposos viven la realidad perfecta de la unidad del Hijo del Hombre con su
Iglesia, y la representan en su unión esponsal, como figuras vivas del orden
sobrenatural. Orden gratuito y elevado, supuesto el natural, que es tan real
como que dos y dos son cuatro.
Alonso Gracián
No hay comentarios:
Publicar un comentario