¿Pedagogía de la oración?: Los salmos. El Espíritu Santo nos enseña a orar con los salmos: pone en boca de hombres lo que quiere que le digamos y así nos enseña a orar.
Jesucristo
aprendió a orar con los salmos, también María y San Pablo. Los Salmos han sido escuela de oración por
siglos para multitud de creyentes.
Con
frecuencia no sabemos poner palabras a lo que nos sucede. Tampoco sabemos cómo
reaccionar en determinadas situaciones y cómo decírselo a Dios.
Los Salmos nos enseñan a hacerlo. Son
oraciones de hombres que vivieron experiencias como las que nosotros vivimos y que nos enseñan a adoptar las actitudes
convenientes, sobre todo en nuestra relación con Dios.
Dios mismo inspiró a los salmistas las palabras y los
sentimientos con que deberían dirigirse a Él, para que sus oraciones quedaran
como andadera del orante. Decía San Agustín: "Para que el hombre alabara
dignamente a Dios, Dios se alabó a sí mismo; y, porque se dignó alabarse, por
esto el hombre halló el modo de alabarlo."
Cuántas veces podemos pensar: "no
sé orar". "No oro bien". "No sé si a Dios le agrada mi
oración".
Dios mismo quiso salir al paso de nuestra pobreza. Nos enseña a orar con palabras sencillas del modo más perfecto: dejando que la Palabra de Dios se
haga vida de nuestra vida.
¡Cómo no vamos a agradarle a Dios si le dirigimos, totalmente
encarnadas y desde lo más profundo de nuestro corazón, la misma Palabra con la
que Él se nos ha revelado!
Me vienen ahora a la mente estos números del Catecismo que
nos pueden ayudar:
"Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos
inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor" (Ef 5,
19; Col 3, 16). Como los autores inspirados del Nuevo Testamento, las primeras
comunidades cristianas releen el libro de los Salmos cantando en él el Misterio
de Cristo. En la novedad del Espíritu, componen también himnos y cánticos a
partir del acontecimiento inaudito que Dios ha realizado en su Hijo: su
encarnación, su muerte vencedora de la muerte, su resurrección y su ascensión a
su derecha (cf Flp 2, 6-11; Col 1, 15-20; Ef 5, 14; 1 Tm 3, 16; 6, 15-16;
2 Tm 2, 11-13). De esta "maravilla" de toda la Economía de la
salvación brota la doxología, la alabanza a Dios (cf Ef 1, 3-14; Rm 16,
25-27; Ef 3, 20-21; Judas 24-25). (Catecismo, 2641)
Por medio de su Palabra, Dios habla al hombre. Por medio de
palabras, mentales o vocales, nuestra oración toma cuerpo. Pero lo más importante es la presencia del corazón ante
Aquél a quien hablamos en la oración.
"Que nuestra oración se oiga no depende de la cantidad
de palabras, sino del fervor de nuestras almas" (San
Juan Crisóstomo, De Anna, sermón 2, 2).
(Catecismo, 2700)
Algo tan sencillo como memorizar algunas frases está al
alcance de todos.
He seleccionado algunas oraciones extraídas de
los salmos que tal vez
quieras apropiar y aprender para decírselas a Dios en momentos semejantes, como
lo hizo el mismo Jesucristo cuando exclamó desde la cruz:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?" (Salmo 21)
CUANDO SIENTAS DESEO DE DIOS
Señor, mi alma tiene sed de ti (Salmo
63)
A ti, Señor, levanto mi alma (Salmo
25)
Una cosa estoy buscando: morar en tu casa todos los días de
mi vida (Salmo 27)
Tu rostro busco, Señor. No me ocultes tu rostro (Salmo
27)
Como anhela la cierva corrientes de agua, así mi alma te
anhela a ti, Dios mío. (Salmo 42)
CUANDO QUIERAS DARLE GRACIAS Y BENDECIRLE
¿Cómo te pagaré todo el bien que me has hecho? (Salmo
115)
La misericordia del Señor es eterna (Salmo
103)
Dad gracias al Dios de los cielos, porque es eterno su
amor (Salmo 136)
Me has tejido en el vientre de mi madre; te doy gracias por
tantas maravillas (Salmo 139)
Todo ser que alienta, alabe al Señor (Salmo
150)
CUANDO QUIERAS CONFIRMARLE TU CONFIANZA
El Señor es mi Pastor, nada me falta (Salmo
23)
Sólo en Dios he puesto mi confianza (Salmo
62)
Tú me conoces y me amas (Salmo
91)
Mi corazón está firme en el Señor (Salmo
107)
¿A dónde iré lejos de tu espíritu, a dónde podré huir de tu
rostro? (Salmo 139)
CUANDO NECESITAS SU AYUDA
Señor, apiádate de mí. (Salmo
57)
Acuérdate, Señor, que tu amor y tu ternura son eternos (Salmo
25)
Cuando acudí al Señor me hizo caso (Salmo
34)
PARA CUANDO ESTÉS EN PECADO
Sáname, Señor, he pecado contra ti (Salmo
41)
Crea en mí, Señor, un corazón puro (Salmo
51)
Dios salva al que cumple su voluntad (Salmo
50)
EN LA DIFICULTAD
Señor, tú eres mi esperanza (Salmo
71)
Guarda mi alma en la paz, junto a ti Señor (Salmo
130)
En ti descargo lo que me agobia (
Salmo 55)
Sálvame, Señor, las aguas me llegan hasta el cuello. (Salmo
69)
EN EL SUFRIMIENTO
El Señor sana los corazones quebrantados (Salmo
147)
Sufrir fue provechoso para mí (Salmo 119)
Desahoga tu corazón en su presencia (Salmo
62)
En tus angustias estaré contigo (Salmo
91)
EN EL PELIGRO
Señor, tú eres mi refugio (Salmo
90)
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer? El
Señor es el refugio de mi vida, ¿por quién he de temblar? (Salmo
27)
Ten piedad de mí, ¡respóndeme! (Salmo
27)
EN LA TRISTEZA
Señor, que tu amor me consuele (Salmo
119)
En ti busco mi alegría (Salmo
37)
Publicado
originalmente en: la-oracion.com | Autor: Padre Evaristo Sada, L.C
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