La familia es una obra de arte, ¿en qué lugar la estamos colocando o dejando que la coloquen en la gran sala del mundo?
Por: Jorge Enrique Mújica, LC | Fuente:
Catholic.net
Una obra de arte, por ejemplo una pintura, puede
ser apreciada y valorada desde diferentes puntos de vista. Si nos encontráramos
delante de la “Mona Lisa”, ese famoso cuadro
de Leonardo Da Vinci donde aparece una enigmática mujer sonriente, ¿qué nos dirían de ella un decorador, un historiador, un
arqueólogo, un coleccionista o un poeta? El decorador seguramente
hablaría del lugar más conveniente para colocar el cuadro; el historiador tal
vez se inclinaría en hablar del contexto histórico en que se realizó la pintura;
el arqueólogo se centraría en el análisis material del cuadro: dataría su origen, el tipo de pigmentos utilizados,
naturaleza de la tela, etc.; el coleccionista concentraría su atención en el
valor económico de la pintura y procedería a buscar el modo de adquirirla; el
poeta, por último, echaría a volar su mente y corazón para tratar de penetrar
los sentimientos que movieron a Leonardo a plasmar en arte hecho pintura el
busto de esa mujer. Del decorador al poeta, cada uno seccionó un aspecto
de la “Mona Lisa” sin quedarse con una
perspectiva de conjunto; algo ciertamente útil pero no válido. Y es que para
valorar una obra de arte se considera cada aspecto pero destacando el lazo de
verdad indivisible que une a unos respecto a otros. Una obra de arte se valora
desde una visión de conjunto.
Algo semejante viene sucediendo, y cada vez más notablemente, con la familia.
Algunas visiones se reducen a estancarse en tal o cual aspecto haciéndolo
aparecer como esencial, absoluto y verdadero cuando en realidad no es así. La
deforman. Hay algunos que afirman que la familia, tal y como hasta ahora
todavía la reconocemos, no es más que un escalón en la inmensa escalerilla de
una sociedad en evolución. El hombre, según esta visión, al ir “evolucionando” con la tecnología y la ciencia, va
necesitando menos de la familia hasta que llegará a un punto en que le
resultará innecesaria. Otros ven a la familia como un instrumento del cual
valerse para hacer esto o aquello y después desecharla o cambiarla según
convenga o sea más útil (como un pincel puede servir para pintar un óleo o una
acuarela pero luego, ya usado, poder tirarlo). Algunos más ven en la familia un
mero producto del cual se pueden sacar muchos beneficios individuales. Todas
esas visiones justifican su validez destacando su utilidad. Sin embargo no todo
lo útil es válido (el pincel es útil también para picar los ojos pero no es que
por ello el artista vaya andar por ahí picando los ojos de todo aquel con el
que se tope).
Para desentrañar la esencia de las cosas, ir hacia una verdadera y global
visión de la familia, no debería bastar la admiración de tal o cual aspecto de
la “Mona Lisa” sino considerarlos todos en
conjunto, evaluar su verdad, formarse un juicio: no permanecer en las ramas de
los árboles sino ir a la raíz. Si interrogáramos a la naturaleza sobre la
familia nos recordaría que todo ser humano tiene su origen en una. Es en ella
donde todo hombre o mujer recibe las primeras nociones del bien y del mal y
donde aprende a ser una persona que necesita relacionarse con otros. En la
familia el hombre reconoce que es un ser social. Sin entrar en detalles, el
hecho de que haya familias desunidas es algo antinatural si bien la frecuencia
de saber que existen numerosos casos ha ido haciendo parecer esas situaciones
como “normales”.
¿Y es que una visión errada de la familia tiene sus
consecuencias negativas en la vida diaria? Ciertamente. ¿Cómo ayudarse entonces para construirse una verdadera
perspectiva de la familia y reconocer el mal que se quiere hacer pasar por
bien? Una verdadera perspectiva de la familia debe ser tanto teórica
como práctica; debe comprender y atender.
Para comprender qué es la familia y cuál es su verdadera importancia no podemos
quedarnos en ideologías que resaltan mucho el aspecto emotivo y sentimental
(por ejemplo con la proyección de videos e imágenes con música “enternecedora” y “atontadora”
de fondo) pero que no ofrecen argumentos racionales y con un mínimo de
rigor lógico para justificar lo que defienden.
Una verdadera perspectiva de la familia, en el plano de la ideas, defiende el
valor de la persona y reivindica la figura del matrimonio. Una verdadera
perspectiva de la familia, en el plano de la acción, suscita políticas sociales
y económicas que la defiendan y promueve la participación de la sociedad civil.
Una verdadera perspectiva de la familia une el diálogo ideas-acción fomentando
el conocimiento de un conjunto coherente y eficaz.
Defender a la persona es defender a la familia y en consecuencia a toda la
sociedad. El ser humano es un ser social: necesita a los demás y los demás le
necesitan. Frente a la pretensión individualista de las ideologías que buscan
hacer pasar al hombre como un ser autosuficiente, egoísta y desligado de los
otros, la familia recuerda que la persona humana desde que nace lo hace en el
grupo esencial que funda toda sociedad: la familia misma. Para hacerse una
verdadera perspectiva de la “Mona Lisa” es
necesario apreciar cada color (la persona humana). Un color necesita del otro y
así todos juntos (en familia) dan el toque de belleza al conjunto (sociedad).
Ningún color podría decirle a otro que no es necesario; es gracias a la
diversidad de colores que se experimenta cierto atractivo hacia la pintura. Si
todo el cuadro fuese verde, ¿lo apreciaríamos del mismo
modo?
La familia, además, está indisolublemente unida a la realidad del único
matrimonio posible: el de un hombre con una mujer. En el matrimonio, hombre y
mujer encuentran su papel de cara a la sociedad y ese papel es a la vez
transmitido a los hijos. El hecho de que cada vez con mayor frecuencia se hable
de “otras formas de matrimonio” o de uniones
equiparadas a éste, no es más que la confirmación de una incorrecta visión de
la familia y la carencia de bases racionales sólidas que amparen como válida,
lícita y justa, no únicamente útil, la unión entre personas del mismo sexo. La
misma naturaleza nos lo dice: de la unión de un
hombre y una mujer se da origen a nuevas vidas; de la unión entre personas del
mismo sexo no. O lo que es lo mismo: uno más
una igual a matrimonio; uno más uno igual a dos. Reconocer la relación
intrínseca matrimonio-familia es reconocer la relación del pintor con su
pintura.
Considerar de modo racional dos aspectos a valorar cuando hablamos del
matrimonio (el valor de la persona y del matrimonio) serían insuficientes si no
fuéramos al plano de las acciones. Las dos acciones más importantes dependen de
dos instituciones: el Estado y la sociedad civil.
El Estado debe fomentar políticas sociales y económicas que faciliten el surgimiento
de más y más familias. El hecho de que, de modo general, cada vez menos se
casen y, de entre los casados, las familias no sean numerosas, parece ser una
respuesta lógica a casas pequeñas, salarios bajos, faltas de prestaciones para
la mujer embaraza… Y es que con salarios bajos y precios tan elevados no es que
den muchas ganas de tener demasiados hijos, ¿cómo
mantenerlos después? Además, las casas o departamentos que se construyen
ahora son tan pequeños, tan reducidos, que de tener un hijo más, ¿dónde meterlo? Por si fuera poco, para las
mujeres que trabajan su embarazo puede conllevar, injusta e ilícitamente, el
despido. Una sana política económica o social debe tener al hombre al centro;
si no es así podrá aparentar que sí lo tiene cuando en realidad no sucede.
Cuando, por ejemplo, se quiere luchar contra la pobreza, no se debe ir al
individuo sino a la familia. La pobreza debe ser interpretada desde la familia
pues no es un hombre pobre y sin empleo sino una familia pobre y sin alimentos.
Ciertamente, ni con esto último ni con todo lo anterior, nos colocamos ante
hechos consumados imposibles de cambiar. Se puede mejorar y mucho. De ahí que
sea importante, al momento de ejercer el derecho al voto, conocer las
iniciativas y programas de tal partido o tal candidato en materia familiar.
Tener buenas políticas sociales y económicas es como si el Estado aplicara
programas que ayudasen a los artistas a obtener los medios necesarios para
producir sus pinturas y fomentase la aparición de medios educativos y culturales
(libros, video, revistas, etc.) que ayudasen a los que no alcanzan aún a
apreciar el arte, a hacerlo.
La sociedad civil también tiene su papel. Delante se le pone un reto. Es ella
misma la que debe fortalecer espacios que hagan ver la belleza de la familia.
Si bien es verdad que las denuncias suelen ser necesarias pues con ellas se
manifiesta el desacuerdo frente a los ataques sistemáticos, no es que sólo la
denuncia y la confrontación basten; es verdad, despiertan a más de uno y le
hacen recapacitar, pero ¡hay que hacer notar la
belleza de la familia! Nada más eficaz. Hacer ver la belleza de la
familia es salir en familia al parque, a comer, a la Iglesia; hacer ver la
belleza de la familia es dialogar, compartir las experiencias al final de la
jornada, es escuchar al otro; hacer ver la belleza de la familia es ocuparse
del otro, donarse en el servicio hacia el otro, es comprender al otro; hacer
ver la belleza es transmitir los valores de la amistad, de la atención, de la
cercanía, de la confianza, del respeto; ¡hacer ver
la belleza de la familia está al alcance de toda persona creativa y con un
mínimo de espíritu de iniciativa!
Ciertamente en este empeño juegan un papel importante los medios de
comunicación. Los medios son los vehículos masivos por los que se puede seguir
atacando a la familia o por los que se le puede reivindicar. La programación
anti-familia es fácil de reconocer (novelas, programas, “realitys shows”, entrevistas, películas, etc.); y si sabemos
que más bien daña, ¿entonces para que verla? Entretiene, sí, pero sin irlo
percibiendo puede ir logrando que se entre en comunión con las ideas que lleva
en el fondo. Además hay una amplia gama de programación que nos da la
posibilidad de elegir cosas de provecho. Si sabemos que el alcohol perjudica,
entonces para qué tomarlo; si sabemos que el agua natural nos beneficia,
entonces habrá que beberla.
El diálogo entre las ideas que comprenden los fundamentos de la familia y la
acción que atiende sus necesidades debería conllevar a un efecto: una rearticulación de los derechos humanos. Y es
que si de verdad el hombre está en el centro (ya dijimos que no es lo mismo
tener a la persona -abierta a los otros- que al individuo -cerrado a los
demás-, dos visiones del mismo hombre, una verdadera, la otra no) todo apuntará
a que la institución familiar debe reconocerse jurídicamente, con leyes,
protegerse y defenderla. La familia no es el resultado de un consenso de
opiniones ni nace a partir de decretos de un Estado. Ni los grupos ni el Estado
deben suplir los deberes de la familia y sí promoverla y apoyarla. El Estado
tiene razón de ser gracias a la familia.
La “Mona Lisa” es una obra de arte
considerada patrimonio de la humanidad y por eso se conserva con las mayores
atenciones y cuidados en una de las mejores salas de exposición del museo del
Louvre en París. La familia también es una obra de arte, ¿en qué lugar la estamos colocando o dejando que la
coloquen en la gran sala del mundo?
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