MARÍA ANTONIA SAMA MURIÓ A LOS 78 AÑOS DE EDAD TRAS
PASAR SEIS DÉCADAS EN CAMA, OFRECIENDO SUS DOLORES Y GUIANDO ESPIRITUALMENTE A
MUCHAS ALMAS.
«La monjita de San Bruno», una laica a quien beatificará
Francisco.
María Antonia Sama será
pronto declarada beata después de que el Papa aprobara el milagro por la
intercesión de la conocida como “monjita de San
Bruno”, una italiana con
una historia marcada por el sufrimiento desde niña, pero que decidió ofrecerlo
por las almas. Exorcizada de niña, y postrada en cama durante décadas, formará
parte del ejército de los santos y beatos.
La “curación milagrosa” por la
que será beatificada se produjo en una mujer que sufría una “grave forma degenerativa de artrosis en las rodillas” y
que le provocaba un dolor insufrible. Curiosamente, la futura beata estuvo
postrada en cama prácticamente más de 60 años debidos a esto mismos.
El hecho
milagroso ocurrió en la noche entre el 12 al 13 de diciembre de 2004 en Génova.
Esta mujer que sufría estos fuertes dolores suplicó a María Antonia Sama,
a la que conoció cuando era joven, que intercediera por ella. Tras
la invocación se durmió y a la mañana siguiente, al levantarse, se dio cuenta
que habían desaparecido los dolores y pudo retomar su vida normal.
UNA
INFANCIA DURA, Y UNA VIDA POSTRADA EN CAMA
Sama
nació el 2 de marzo de 1875 en la provincia de Catanzaro, situada en la sureña
región italiana de Calabria. Provenía de una familia pobre
pero muy religiosa, sus padres eran campesinos analfabetos y él falleció justo
antes de que ella naciera, lo que empeoró la ya de por sí dura vida de la
familia.
Pese a
esta situación e incluso el hambre que llegó a pasar, su
vida de fe era muy profunda y con siete años ya había recibido la Primera
Comunión y la Confirmación.
Pero todo
cambió cuando tenía 11 años. Un día acudió con su madre a lavar la ropa al río
y de regreso a casa sintiendo sed bebió el agua de
un charco sin saber que era insalubre. Poco
después empezó a sufrir convulsiones y una fuerte infección, que se alargó
durante bastante tiempo. En el pueblo pensaban que la niña había sido
poseída por un espíritu inmundo puesto que intentaba hablar y sólo balbuceaba. Además sentía una aversión particular a las
cosas sagradas, también a las campanas.
EL
EXORCISMO EN LA CARTUJA DE SAN BRUNO
Y como
las oraciones del sacerdote y de los frailes de un convento cercano no surtían
efecto finalmente la baronesa Enrichetta Scoppa decidió intervenir y lo organizó todo para que
María Antonia fuera trasladada a la Cartuja de San Bruno, precisamente el lugar
en el que falleció el santo fundador de los cartujos.
Allí la
joven recibió un exorcismo, pero aparentemente no pasó nada. La noticia se
extendió rápidamente y los vecinos se unieron a los monjes en oración por la
sanación de María Antonia. Entonces el
prior de la cartuja ordenó que llevaran ante la joven un busto que contenía
reliquias de San Bruno,
concretamente el cráneo y otros huesos.
Repentinamente,
la joven se levantó, abrazó el busto del que
dijo que le sonreía y dijo que se encontraba completamente sanada. La alegría se apoderó de la cartuja y de toda la comarca. Y
finalmente la joven pudo regresar a su pueblo.
LA
ARTROSIS QUE LA DEJÓ EN CAMA
Pero esta
tranquilidad apenas le duraría un par de años. Fue entonces
cuando un fuerte ataque de artrosis la dejaría postrada en cama, pero esta vez
ya para toda la vida. Más de seis décadas acabaría
en una incómoda postura con las piernas dobladas. Además, en 1920 su madre
falleció aunque muchas personas se interesaron para cuidar de esta joven
enferma.
Mientras
tanto, sus virtudes, su profunda fe ante el sufrimiento y la piedad que
demostraba desde la cama provocó que muchas personas acudieran a ella para que
rezara por sus necesidades o les diera consejo. Ella miraba al
crucifijo que tenía frente a su cama y como si recibiera un mensaje de Cristo,
María Antonia se lo transmitía a la persona que acudía a verla.
LA
FAMA DE SANTIDAD
Esta fama de santidad comenzó a forjarse en ese momento. Su testimonio
de vida se iba extendiendo, mientras ella ofrecía sus dolores y su parálisis a
Dios en favor de las almas, lo cual fue tocando el corazón de numerosas
personas.
Fueron
las hermanas del Sagrado Corazón cuidaron de María Antonia, la bañaban y
peinaban y nunca en su vida pese a estar postrada durante décadas tuvo llagas.
Y como le colocaron un velo en la cabeza empezó a ser conocida como “la monjita de San Bruno”.
Durante
estos años el sacerdote le llevaba a diario la comunión, y esta fue la fuerza
que le daba energía para seguir cada día ayudando a los demás desde su cama.
Finalmente,
mientras su testimonio se extendía acabaría falleciendo el 27 de mayo de 1953 a
los 78 años. Incluso ya fallecida no pudieron enderezar
las piernas a María Antonia, que tuvo que ser enterrada así. En el certificado de defunción, el párroco hizo
constar la frase: “Ha muerto en olor de santidad”. Pues
ese era el sentir general. Y parece ser que el pueblo de Dios tenía razón
porque dentro de poco será declarada beata.
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