viernes, 24 de abril de 2020

A LOS CAPELLANES DE MI DIÓCESIS


Quiero rendir un homenaje a todos los capellanes de nuestra diócesis que, de un modo silencioso, prudente y discreto, realizan su labor sobre las almas de los enfermos. Todos entendemos el valor de un médico para la salud del cuerpo. Pero no se valora tanto el valor de un sacerdote para los espíritus.

No me voy, ahora, a fijar en la labor de consolar, dar consejos o llevar esperanza al enfermo, sus familiares y al personal sanitario. Esa labor es mucho más comprendida por la población, mucho más valorada. Sino que me quiero fijar ahora, en este tiempo de pandemia, en la función de otorgar gracias misteriosas a través del sacramento de la unción de los enfermos.

Tenemos la seguridad que nos da la Iglesia de que el sacerdote, al otorgar el misterio sagrado de este sacramento, confiere unas gracias a ese enfermo. Algo invisible sucede en ese espíritu por más que esté inconsciente. (Alguna vez, también en el cuerpo.) Siempre hemos profesado la fe de que los sacramentos son de institución divina. Si se confiere este séptimo misterio sagrado, es por Voluntad de Dios; no es fruto de alguna decisión opinable de los eclesiásticos. Algo sobrenatural acaece en ese espíritu humano, aunque no sepamos con exactitud el qué. Los antiguos tratados hablan de purificación, de aumento de la gracia santificante, de otros efectos. Y es verdad, pero, en cualquier caso, este sacramento de la unción actúa en cada uno de un modo personalizado y único, como una medicina del alma.

Valoremos esta faceta divina del sacerdote que está al lado de la cama del enfermo, pues otras facetas más humanas son más fáciles de comprender y agradecer. Que el Señor nos conceda que en todos los hospitales de la diócesis siempre, a cualquier hora, haya un sacerdote pronto a venir a traer algo que está por encima de los ánimos y consolaciones humanas.

P. FORTEA

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