¿Tienes idea de
cuántas veces lo has dicho?... pero… ¿Sabes en realidad qué significa?
Por: Daniel Alberto Robles Macías | Fuente: ConMasGracia.org
¿Cuántas veces hemos
pronunciado la palabra “amen” después de alguna oración? La
mayoría la aprendimos al mismo tiempo
que aprendimos a rezar. Es una palabra muy corta, pero que está cargada de mucho significado.
Lástima que muchos de nosotros ya la
repetimos sin darle mayor importancia o hasta lo hacemos por rutina.
Esta palabra deriva de “aman”,
que en hebreo y en arameo significa “hacer estable” o “consolidar”, es decir, es estar seguro.
Decir amén es
expresar seguridad y confianza ante algo que se cree. De hecho, la
palabra pertenece a la misma raíz que
la palabra “creer”. Por lo
tanto, nosotros al decir “amén” después de
alguna oración, afirmamos que creemos y que deseamos que dichas
palabras se cumplan.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos
reafirma: Creer
es decir “Amén” a las palabras, a las
promesas, a los mandamientos de Dios, es fiarse totalmente de Él, que es el
Amén de amor infinito y de perfecta fidelidad (1064). Como ejemplo tenemos lo que sucede en
la Eucaristía, ya que antes de recibirla, el Sacerdote alza la hostia
consagrada y nos dice “El Cuerpo de Cristo” y
nosotros asentamos con un “Amén”, es decir,
lo creo y lo acepto en mi vida.
Jesús mismo lo llegó a profesar muchas veces,
antes de cada enseñanza al decir “En verdad, en
verdad os digo” (Jn 5, 19) y esto
para demostrar que hablaba con autoridad y con verdad. Con esto, es como si él
mismo nos dijera “créeme que es verdad lo que te estoy diciendo”.
El uso de esta palabra lo podemos ver, incluso,
desde el Antiguo Testamento y hasta las primeras comunidades cristianas. El
Profeta Isaías se refiere a Dios como el Dios del Amén, es decir, el Dios fiel,
el Dios de la verdad: “Quien desee ser bendecido en
la tierra, deseará serlo en el Dios del Amén” (Is 65, 16).
Por lo tanto, cada que decimos “amén” debemos darnos cuenta de lo que decimos. Al repetirla hacemos un compromiso con Dios,
pues le reafirmamos nuestro “sí”, confírmanos que creemos en Él, en su palabra
y, por lo tanto, que queremos ser siempre fieles aún a pesar de nuestras dificultades.
Pero este compromiso no lo
podremos cumplir por nuestras propias fuerzas, sino que es Dios mismo quien nos
ayuda por medio de su Hijo Jesucristo. Así lo afirma el emérito Papa Benedicto XVI: En nuestra
oración estamos llamados a decir “sí” a Dios, a responder con este “amén” de la
adhesión, de la fidelidad a Él a lo largo de toda nuestra vida. Esta fidelidad
nunca la podemos conquistar con nuestras fuerzas; no es únicamente fruto de
nuestro esfuerzo diario; proviene de Dios y está fundada en el “sí” de Cristo,
que afirma: mi alimento es hacer la voluntad del Padre (cf.
Jn 4, 34).
Este “sí” a Dios debe ser
una tarea de todos los días, puesto que sólo así nos mantendremos firmes y
unidos con Él. De esta manera sentiremos el consuelo de su amor y su compañía. Dios
no se cansa de nosotros, no pierde la paciencia ni se enoja cada que nosotros
no le hacemos caso, al contrario, Él sale a nuestro encuentro, da el primer
paso para demostrarnos que su fidelidad es eterna.
Busquemos encontrarnos con el Señor que está
vivo y que espera por nosotros. La oración es ese “sí”
al diálogo con Aquél que nos ama y que busca dar consuelo en medio de
las tempestades de nuestra vida y hacernos vivir unidos sólo a Él.
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