Ya lo he dicho muchas
veces que la Santa Iglesia Católica en los países cristianos se está
desmoronando. [Vaya, qué sorpresa, padre
Fortea. Qué idea tan novedosa en este blog.] Pero es
que el orden natural entre las naciones también va acumulando más y más
tensiones. Como si todo esto estuviera abocado a resolverse en una épica
tormenta, tan destructiva que, después de ella, tendremos, a la fuerza, que
sentarnos todos, en torno a una mesa, y decidir cómo reestructuramos el mundo.
Hace poco supe de la existencia
de una novela de monseñor Hugh Benson titulada The
dawn of all. ¿Seremos nosotros la
generación que verá el reinado del cristianismo sobre la Tierra? Ha
habido muchas personas a lo largo de la Historia convencidas de que había
llegado el momento, y se equivocaron.
Sea de ello lo que fuere, ¿cuál será la organización social de cada país y la
organización internacional de esa era cuando llegue, sea cuando sea eso?
Desde luego habrá libre mercado,
habrá libertad económica. Pero, de algún modo, el gobierno de los mejores, el
Poder de una verdadera meritocracia, impondrá paternalmente criterios,
consejos, leyes, restricciones. Nunca más la economía se planteará como una
lucha, como una locomotora que se lanza hacia delante sin frenos, pasando por
encima de lo que sea.
La mentalidad de lucha deberá ser
sustituida por la mentalidad de colaboración, por la mentalidad de ejercer una
función en una familia que es la comunidad. Por supuesto que, para nada, estoy
pensando en una planificación ni social ni económica como la del marxismo.
Pero, en una sociedad, movida por el altruismo y no por el egoísmo, será
posible organizar las cosas respetando la libertad y el bien común. Muchas
sociedades, a lo largo de los siglos, han vivido el trabajo de esa manera. Y,
especialmente, la Cristiandad sí que tuvo una tendencia a vivir el progreso
como una tarea común, no como una meta nacionalista. Por supuesto que también
en la Edad Media hubo enfrentamientos terribles. Pero eran enfrentamientos en
nombre de la corona y para bien de la corona. El odio al de otra nación todavía
no había impregnado las mentes.
La Cristiandad dista mucho,
muchísimo de ser una época perfecta. No tengo ninguna visión idealizada de esos
siglos. Ahora bien, la consecución de una versión mejorada de aquella comunidad
de pueblos, basada en la Ley de Dios, en el bien del ser humano, será tarea de
esa época postapocalíptica. No es nuestra tarea ahora, ahora no podemos hacer
nada. Pero otros, otros que viven entre nosotros, sí que se pondrán manos a la
obra en la labor de reconstruir un mundo en ruinas.
P. FORTEA
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