Estamos sepultados en corrupción. Toda la
sociedad. Hablo de la española, en primer lugar, pero es extensible a todo el
occidente: al primer mundo. Y no se salva ningún estamento, empezando por el
político y sus miembros, a todos los niveles. Solo salvo a excepciones
personales, o a personas excepcionales, que alguna debe quedar. Supongo.
Es como una lava que mana suavemente, pero que funde todo a su paso: no deja ni rastro, y nada
queda en pie: solo cenizas: las del propio volcán
al enfriarse sus ríos ardientes. Da lo mismo que hablemos de la
política, de la judicatura, de la universidad -de tan demoledora y sintomática
actualidad en estos últimos meses-, de la medicina, de la policía, del mundo
empresarial, de la información o del mundo periodístico en todas sus
manifestaciones, de lo que sea… TODO ESTÁ PODRIDO.
Y, además, se busca corromper a cuantas más personas, mejor: porque la corrupción siempre es de las personas y, a
partir de un cierto número de ellas, ya se habla de estamentos y de sistemas de
corrupción. Corrompidos y corruptores.
No he exagerado ni en una sola letra en lo que llevo escrito. Y si me pusiese a enumerar
casos y cosas estaría un mes seguido escribiendo; y eso solo por contar desde
el año 1982: por poner un año en cierto modo “simbólico”
en España.
Aquí, en este país, todo el entramado de corrupción empezó con los sociatas en
el poder. Antes de FG y AG -los siameses del psoe, marxistas de
temporada- los políticos, ya en la misma transición y en sus inmediatos
albores, fueron unos caballeros, en el sentido que antes tenía esta palabra.
Por cierto, desde los “cien años de honradez” ya
ni existe el vocablo; no digamos su contenido.
En cierto modo, no hubo “engaño” por su parte, porque hicieron toda una
declaración de intenciones que, además, cumplieron al pie de la letra: “A España no la va a conocer ni la madre que la
parió". El engaño o la mentira como sistema político estuvo más
bien en los medios que emplearon, empezando por robar a manos llenas, por
comprar a todo el que se vendía, y por mentir compulsivamente. ¿Conoce alguien a un político que, en el ejercicio de sus
funciones, alguna vez haya dicho una verdad queriendo? ¡Me encantaría
conocerlo, palabra!
Y de ahí se fue extendiendo,
como una mancha de aceite usado -que ni merece la pena reciclar porque ya es
imposible- por toda España. Se contagiaron los demás partidos -todos: cuánto
más rojelios, más, claro-, se sumaron estamentos y, a día de hoy, la política
-y, con ella, la entera sociedad- solo es corrupción, podredumbre y mentira. Se
corrompe hasta a los niños desde que son niños. O a la mujer, que es la que más
vale. O los sindicatos. O los jueces: siempre encontrarán a alguno que haga un “marlaska” cuando le convenga al gobierno o a
quien pague más.
Lo último, de momento, lo de
PS y su doctorado. Claro que, para eso, hizo falta que toda una universidad
estuviese corrompida. Y para que una estuviese corrompida, tenían que estarlo
todas las demás. Y lo están, porque vienen funcionando así desde hace más de
cuarenta años; empezando por la endogamia y el dedazo: por señalar algo que va
contra de la línea de flotación de la misma institución; y no hay entidad que
lo resista durante mucho tiempo.
“Todo se ha politizado". Lo que viene a significar que todo está corrompido o en vías de estarlo.
¿Cómo ha sido
posible tamaño desastre; de muy difícil reciclaje, por cierto? Todo nace y viene del IMPERIO de la MENTIRA. Y de su poder corruptor de las
personas: si se admite, es como admitir la gangrena como síntoma de salud. Y en
esto se está. En todos los temas.
¿Cuál es la “madre de todas las mentiras"? Viene de lejos. En concreto,
de Diderot, que metió la “cuña publicitaria” -que alcanzó un éxito de
extrordinario recorrido- de que los
gobiernos, las sociedades y, en último término -o en primer término- las
personas, debían montarse la vida “ut si Deus non daretur" -entonces
aún la gente que quería decir algo “culto” o
que así le pareciera escribía en latín: ¡qué
tiempos!-, es decir, “como si Dios no existiese".
No hay mentira más gorda ni más destructiva, ni hay engaño mayor que
enseñarle al hombre que Dios no existe. Por eso, Diderot, enciclopedista de postín y ateazo con pedigri, que se
da cuenta de lo que está diciendo, lo pone en condicional: “como si…". ¡Es que ni se atreve a decirlo tal cual!
Así eran los ateos entonces. Los de ahora son unos desvergonzados. Por
ej., el R, el de C’s.
A partir de aqui cabe ya todo: desde que “el hombre es el dios para el
hombre", hasta la ideología de género; desde la “interrupción voluntaria del embarazo” hasta
liquidar a los viejetes o enfermos; desde el divorcio a llamar “matrimonio” al mero arrejuntamiento ambisex u
homosex: ¿qué más dará, no?; desde sustituir
la VERDAD por las “ideologías”
-todas falsas y mentirosas-: hasta que un tío dice que es una tía, lo
meten en una cárcel de mujeres y “se ventila” a
unas cuantas, hasta que lo trincan -en Inglaterra, lógico-; desde usar los
fetos abortados para abaratar o “llevarse” el
dinerillo de la calefacción de los hospitales -también en Inglaterra- hasta
llevar a la bancarrota a países enteros; desde cargarse la libertad de
enseñanza hasta secuestrar la patria potestad de los padres respecto a sus
hijos; desde los ERE a mentir en el
curriculum vitae, desde que el problema de España es exhumar los huesos de
Franco hasta que a una señora, a la que acababan de hacer ministra, engañó con
el máster… ¡y la tildan de “valiente” por mentir
primero y dimitir después!
Y así podríamos
seguir días y días.
Con la mentira por delante y como bandera se puede hacer del hombre lo
que se quiera y con total impunidad, porque no hay ante quien rendir cuentas:
sin Dios, o sea, sin Vida Eterna, todo está “permitido". Los ciudadanos, a esas alturas,
ya están todos convertidos en borregos, ¡y tan a
gusto, oigan!
De Dios nadie se burla. Mucho menos
la ingente cantidad de imbéciles -nacidos así o hechos en laboratorio
ideológico- que pretenden afirmar y afirman, como denuncia la Escritura
Santa: Dixit
insipiens in corde suo: non est Deus! (Y
no lo pienso traducir, ¿vale?)
De la corrupción “por lo eclesiástico", en la próxima entrega.
Y recen por mí: se lo
agradezco.
José Luis
Aberasturi
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