domingo, 19 de noviembre de 2017

HISTORIAS DE HÉROES CON SOTANA QUE TE SORPRENDERÁN|


Los sacerdotes católicos son humanos y cometen errores, como cualquiera. Pero también hay héroes entre ellos.
Hace varios años, en su blog ahora en desuso The Crescat, la columnista consejera habitual de Aleteia Katrina Fernandez encontró esta fotografía aquí y se maravilló ante “el material del que están hechos nuestros sacerdotes”.
4 de junio de 1962. El capellán de la marina Luis Padilla daba los últimos sacramentos a soldados moribundos rodeado de fuego de francotiradores. Un soldado herido se levantaba agarrándose a la sotana del sacerdote, mientras las balas mellaban el suelo a su alrededor.
Héctor Rondón Lovera, que tenía que permanecer tumbado para evitar recibir un disparo, afirmó más tarde que no tenía claro cómo se las arregló para tomar esta fotografía. [Aquí puedes ver todas las fotografías que hizo aquel día en Venezuela]. Norman Rockwell usó de forma escalofriante esta fotografía como plantilla para su pintura Justicia Sureña (Asesinato en Mississippi).
Yo misma estoy impactada por la sensación de calma absoluta en esa imagen del padre Padilla. Hay algo sorprendentemente anclado ahí. Imperturbable. Osado, incluso.
La imagen me recordó al Siervo de Dios Vincent Capodanno, que fue muerto en la Guerra de Vietnam y que recibió el apodo de ‘grunt’, que significa ‘gruñido’ y que también recibían los soldados de infantería estadounidenses en Vietnam.
El padre Capodanno iba allá donde estaban los heridos y los moribundos, dando los últimos ritos y cuidando de sus queridos marines. Siempre cuidando de ellos, al igual que ellos cuidaban de él. Herido en la cara y sufriendo por una grave herida de metralla que casi le cercenó la mano, durante la épica batalla de Dong Son en septiembre de 1967, el padre Vince acudió a ayudar a un marine herido a solo unos metros de una ametralladora enemiga. El padre Capodanno murió a causa de una ráfaga de ametralladora [mientras] atendía a este joven marine. Cuando recuperaron su cuerpo, tenía 27 heridas de bala.
Un sacerdote con ojos cansados. La historia del padre Capodanno me trae a la mente otra historia de un posible santo, el capellán originario de Kansas padre Emil Kapaun: Mientras trabajaba con fervor más allá de las líneas estadounidenses, en “tierra de nadie”, consiguió detener una ejecución y negociar con el enemigo para mantener la seguridad de los estadounidenses heridos. Nadie sabe cuántos jóvenes soldados cargó a su espalda hasta ponerlos a salvo. Tras regresar una y otra vez, finalmente fue hecho prisionero cuando intentaba rescatar a otro soldado herido.
Hay una magnífica historia sobre Kapaun que cuenta que mientras ayudaba a un hombre herido, un soldado enemigo se le acercó y le apuntó con su rifle. Kapaun, que según parece no estaba de buen humor, derribó al soldado de un golpe, antes de ser capturado.
Kapaun me hace pensar en: El padre Tim Vakoc, capellán del ejército, que murió a causa de heridas sufridas en Irak: Vakoc fue herido el 29 de mayo de 2004 –duodécimo aniversario de su ordenación como sacerdote– mientras regresaba de decir misa para los soldados sobre el terreno en Irak cuando su vehículo militar Humvee pisó una bomba de carretera (IED). Sufrió un daño cerebral grave (…) El 1 de junio de 2005, recibió una bandera firmada por Vakoc y su unidad. Su primer mensaje a los visitantes que presentaron la bandera fue “TIM 4F” (código militar para ‘no apto para el servicio’) y luego “OK”.
Y la historia del padre Vakoc me trajo a la memoria al increíble padre Aloysius Schmitt, capellán de marina, que había terminado de celebrar misa en el buque USS Oklahoma  poco antes del ataque sobre Pearl Harbor y falleció mientras ayudaba a otros marineros a ponerse a salvo.
El cáliz oxidado del padre Schmitt y su libro de oraciones en latín, manchado de agua, fueron recuperados del naufragio. El libro conservaba todavía un marcapáginas en el lugar de las oraciones de aquella mañana, a la altura del Salmo 8.
¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra! Quiero adorar tu majestad sobre el cielo
El padre Schmitt fue el primer sacerdote católico en morir en acto de servicio en las fuerzas militares estadounidenses. El USS Schmitt, un destructor de escolta de la clase Buckley de la marina estadounidense, lo honra con su nombre.
Su historia siempre consigue conmoverme y, como es natural, me recuerda a otro sacerdote:
El padre John Patrick Washington, uno de los Cuatro capellanesde diferentes tradiciones que fueron vistos por última vez rezando juntos,  agarrados de los brazos, sobre la cubierta del buque de transporte de tropas condenado en la Segunda Guerra Mundial, el USS Dorchester.
El recuerdo de Washington me evoca el de san Maximiliano Kolbe, el brillante sacerdote franciscano que murió en Auschwitz después de ofrecerse voluntario para ocupar el lugar de un hombre con familia:
En julio de 1941, un hombre de los barracones de Kolbe desapareció, lo que provocó que el Hauptsturmführer de las SS Karl Fritzsch, subcomandante en el campamento, escogiera a 10 hombres del mismo barracón para que murieran de hambre en el Bloque 13 (famoso por las torturas), y así disuadir de otros potenciales intentos de fuga. (El hombre que había desaparecido fue encontrado más tarde ahogado en la letrina del campamento). Uno de los hombres seleccionados, Franciszek Gajowniczek, gritó llorando por su familia, y Kolbe se ofreció voluntario para sustituirle.
Durante el tiempo que estuvieron en la celda, Kolbe guio a los hombres a través de canciones y oraciones. Después de tres semanas de deshidratación y ayuno, solo Kolbe y otros tres permanecían vivos. Finalmente, fue asesinado con una inyección de ácido carbólico.
El asesinato de Kolbe me trae a la mente al obispo Óscar Romero, asesinado en el altar en medio de una revuelta política. Este fue el hombre que se atrevió a desafiar a todos los sacerdotes y también a todos nosotros: “Una Iglesia que no provoca crisis, un Evangelio que no desestabiliza, una Palabra de Dios que no se mete bajo la piel, (…) ¿qué tipo de evangelio es ese? (…) Los predicadores que evitan todas las cuestiones espinosas para no ser perseguidos  (…) no iluminan el mundo en que viven”.
Romero me recuerda al cardenal Ignatius Gong Pin-Mei, un prisionero del Gobierno chino, que les dijo: “Soy un obispo católico romano. Si condenara al Santo Padre, no solo no sería obispo, sino que ni siquiera sería católico. Podéis decapitarme, pero no podéis arrebatarme mis deberes”. Después de su arresto, Gong fue llevado a un estadio deportivo de Shanghái donde se esperaba que confesara sus “crímenes”. En vez de eso, con las manos atadas a la espalda, habló con fuerza al micrófono diciendo: “¡Larga vida a Cristo Rey! ¡Larga vida al Papa!”.
La multitud repitió sus palabras, añadiendo “¡Larga vida al obispo Gong!”. Pasó 30 años en prisión, gran parte de ese tiempo en régimen de aislamiento.
La historia de Gong me hace pensar en el arzobispo de Saigón, François Xavier Nguyên Van Thuân, prisionero durante 13 años, que celebraba misa en su solitaria celda con gotas de vino, migas de pan y un crucifijo de alambre que se hizo él mismo.
Gong fue nombrado cardenal por el papa Juan Pablo II, el sacerdote que vivió bajo la dominación tanto nazi como comunista y que comprendió que la respuesta al capitalismo imperfecto o a las sociedades injustas no era aplastar la libertad humana; el Papa que inspiró al pueblo oprimido de Polonia a exigir, una y otra vez, “¡Queremos a Dios!”.
Podría continuar nombrando a sacerdotes heroicos de todas las épocas, curas que fueron héroes porque perseveraron en tiempos de guerra o se enfrentaron a la opresión o arriesgaron su vida y su salud para poder llevar a Cristo a los enfermos. Muchos sacerdotes heroicos han caído a lo largo de los años y no siempre conocemos sus nombres, porque simplemente eran sacerdotes santos y silenciosos que cumplían con su deber.
¿De dónde sacamos hombres así? Sus padres les crían y les forman en la fe, pero como nos decía el arzobispo Timothy Dolan, su sacerdocio, su voluntad para salir al exterior y arriesgarse por el Evangelio y por el ministerio, es un don puro de Dios…”.
Amén. Concédenos muchos más dones así, Señor, los necesitamos. Tu pueblo los necesita.
Todos esperamos dormir en la Eterna Visión de Tu Gloria, como este monje y esta monja.

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