Con entrega, la mujer no cesa en el esfuerzo de inculcar la gratitud en la familia y la sociedad.
Hace unos
días cayó en mis manos uno de esos libros que te sacuden y hacen pensar a
medida que pasas las páginas. En este caso, la inquietud que surgió en mí
cuando leía fue si realmente estoy dando a mis hijos los valores que la
sociedad de hoy necesita.
El libro
es “El valor de los valores”, donde Covadonga
O”Shea enumera una serie de principios que las mujeres debemos sembrar y
cultivar en nuestros hijos. Uno de ellos, y muy importante, es la gratitud.
El libro
recoge el testimonio del escritor francés Georges Chevrot, que señala que una
de las primeras palabras que pronuncia un niño es “no”.
Y nadie tiene que enseñarle. En cambio, cuántas repeticiones hacen falta
para inculcarle el hábito de decir “gracias”.
Muchas
veces tengo la sensación de que hoy los hijos consideran que es una obligación
de los padres dar, y que la palabra gracias no tiene nada que ver con ellos.
Como recuerda el Catecismo de la Iglesia “el
respeto a los padres (piedad filial) está hecho de gratitud para quienes,
mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo
y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia”.
Dar las
gracias —decir gracias— es una actitud aprendida desde la cuna. De ahí que la
mujer tenga un papel preponderante en la enseñanza de la gratitud, que brota de
acuerdo con la educación que se ha recibido en el corazón desde los primeros
años.
Y no
hablo del agradecimiento obligado, ese que se da por compromiso o de manera
automática. Me refiero a dar gracias sinceramente, porque fui educado por mis
padres para ser agradecido y porque he hecho propia, racionalmente, esta
actitud.
La forma
en que una persona expresa su agradecimiento nos dice todo de ella, ya que está
expresando su corazón y alma misma.
Vivimos
en un ambiente de mucho estrés, donde queda poco tiempo para reflexionar sobre
los motivos para dar gracias, pero si somos mujeres que aspiramos a la
excelencia femenina y, todavía más, pretendemos que nuestros hijos sean
agradecidos, debemos de buscar un tiempo cada día para inculcarlo.
Es bueno
tener la capacidad de decir gracias, aunque tal vez en esos momentos se esté
atravesando por un problema muy grande, gracias porque pertenezco a una
familia, porque puedo trabajar, soy una mujer sana, etc. Tener esta actitud
diaria, abierta al agradecimiento, ayudará a lidiar mejor con lo negativo y a
tener un mejor ánimo dentro de tu interior. Muchas veces no son los problemas
los que verdaderamente nos cansan, sino es más bien la actitud que tomamos
frente a ellos.
No se
puede borrar el pasado con palabras. Nadie puede enseñarnos nada que no esté
dentro de nosotros mismos. Como educadoras de nuestros hijos, las mujeres
debemos mirarnos a nosotras mismas y reflexionar acerca de nuestra propia
formación espiritual y humana, reflexionar y descubrir los hábitos de nuestro
corazón.
Debemos
también pensar si somos mujeres agradecidas en nuestro interior, ya que sólo
así podemos cultivar este valor en los nuestros. En efecto, no estamos en el
corazón de los que amamos ni ellos están en el nuestro, no sabemos las
decisiones que tomarán nuestros hijos al hacerse grandes y dueños de su vida.
Lo que sí sabemos es que, si cultivamos de la forma adecuada su fe y su afecto
(corazón), podremos estar seguras de que tendrán la actitud de los bien
nacidos: serán agradecidos.
Sheila Morataya
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