miércoles, 18 de mayo de 2016

CUANDO EL MARIDO SE QUEDA SIN TRABAJO


Una perspectiva positiva para ayudar a superar la crisis emocional y familiar, de un problema muy común en nuestros días.


La realidad de un marido y de un padre que perdió el trabajo es complicada y muy dura. Incluso desesperante porque no se sabe cuánto durará. Por eso es alentador conocer el testimonio de hombres que llenos de optimismo y alegría de vivir salieron adelante, ganando muchísimo más de lo que en un momento perdieron.

Cuando los que alguna vez en su vida han quedado cesantes, que la sensación de quedarse sin trabajo es confusa y desconcertante. “Para la mayoría de los hombres la sola idea de perderlo es aterradora. Ellos saben que su casa sería un hogar estable en la medida que tengan trabajo”, afirma la psicóloga Isabel Diez. En la inmensa mayoría de los casos, los hombres se entregan profesionalmente en un 100% y dan lo mejor de sí, entonces cuesta entender la situación. “Porqué yo y no el del lado”, se preguntan.

Sin duda, la personalidad juega un papel relevante al momento de enfrentar la pérdida del trabajo, independiente del cargo, puesto o suelto que tenían. Existen hombres positivos, tira para arriba, seguros de sí mismos y bien dispuestos a salir adelante como sea. Otros, en cambio, tienden a rebelarse, a culpar a todos los que lo rodean de su situación y son incapaces de ver la mano que algunos tratan de tenderle.

Y ahora ¿qué?

Al principio, los hombres tratan de seguir con la rutina a la que estaban acostumbrados, pasando muchas horas fuera de la casa: van a ver a los amigos, fijan algunas entrevistas, hacen uno que otro contacto; la idea es no estar en la casa: “El estado de ánimo va estrechamente relacionado con el número de horas que el hombre empieza a pasar en su casa. Porque el lugar donde a él le parece lógico realizarse profesionalmente es en su trabajo, en ese ambiente, con sus papeles, reuniones y el teléfono”, dice la psicóloga Claudia Grez.

El mal humor y la irritabilidad se hacen más potente cuando ya no hay más donde ir, cuando ya no hay más a donde ir, cuando no hay más entrevistas, cuando nadie llama… Aquí el panorama empieza a tomar otro color y otro sabor. Porque ha pasado más de un mes y no hay nada a la vista. Aparece también la rabia; a raudales en muchos casos, porque existe la sensación de abandono y de traición por parte del entorno. En otros, aflora la desconfianza, la inseguridad en sí mismo o, incluso, una fuerte amargura. No es difícil darse cuenta, al oírlos hacer bromas crueles a la hora de comida, provocando angustia en los hijos y en la mamá, la que empieza a cargar, además con el peso anímico de la familia.

Por otro lado, a estas alturas el tema “dinero” ha tomado otra dimensión, sin duda mucho más alarmante. El pago por desahucio e indemnización por años de servicio se está agotando y muy pocas familias tienen ahorros a los que recurrir. De hecho, existe una inmensa mayoría que además de no contar con un peso de reserva, tiene innumerables deudas. Entonces a este cuadro de cesantía pueden añadirse agravantes: tarjetas de crédito y de casas comerciales quedan impagas, llegan cartas de cobranza, se bloquean alternativas de pago, y en muchos casos sobreviene algo peor; el nombre de la persona que busca trabajo aparece en listados de morosidad y cuando una empresa pide informes comerciales de quien solicita trabajo, este dato juega en contra un estigma.

Sin ánimo de echar leña a la hoguera, la psicóloga Grez hace notar cómo la cesantía pone de manifiesto el buen o mal uso que una familia ha hecho de sus recursos. Sea cual sean los ingresos, una cuota de ahorro debiera existir siempre, pues los imprevistos —no sólo la cesantía- existen. Dicho de otro modo: es mala política familiar vivir eternamente sobrepasado por los gastos, y remisamente habría que ubicarse en un nivel de vida y de gastos que deje cierto margen para reaccionar ante eventualidades como falta de trabajo, enfermedad, etc.

Claudia Grez hace una distinción entre estas dos situaciones: cuando un jefe de familia no ha permitido que se le disparen los gastos y no tiene deudas, más aún, algo ahorrado, el estar sin trabajo implica no tener nada qué hacer, pero no se siente con la soga al cuello. “Verá afectada su autoestima, pero al menos tendrá cubiertas las necesidades básicas por un tiempo”, señala.

Impacto en la mujer

En la inmensa mayoría de los casos cuando el marido se queda sin trabajo, las mujeres pasan a ser el roble del jardín. Porque se convierten en el apoyo al que todos recurren y si además trabaja, su ingreso pasa a ser vital. “Su trabajo es como un salvavidas”, afirma uno de nuestros entrevistados, aunque para algunos hombres signifique un golpe a su orgullo ver que ella logra defender el presupuesto del hogar. Pero, si existe una buena relación matrimonial y el marido es capaz de reconocer el talento y apoyo de su mujer —además- decírselo verbalmente, esta situación puede traer mucho bien a toda la familia. Lamentablemente, las personas en general son poco dadas a medir sus palabras y menos aún, a darse las gracias por el apoyo y comprensión en momentos difíciles.

La mujer —en general- entiende y acepta el mal genio, el mal carácter y las malas caras del marido. Por aquí, por allá, trata de ingeniárselas para salir del paso. Solas, muchas veces, se toman los tragos amargos, cuando les toca ir al colegio de los niños a decir que no tienen plata para pagar…. “Pero lo que sí se les hace cuesta arriba es tener al marido muchas horas en la casa. Les altera la rutina y ese es un impacto fuerte para ellas”, afirma la psicóloga Grez.

Por eso es importante organizarle o asignarle algunas tareas para hacerle más llevadero el ocio. En este punto, también habría que hacer un punto, también habría que hacer un esfuerzo por mantener la calma, ceder ante el cambio, y permitir que el marido, por un tiempo, abra el refrigerador dos horas, revise el aseo y reclame por los desperfectos en que antes no reparaba. Pronto las aguas vuelven a su cauce y esa experiencia intra-hogareña también puede transformarse en algo valioso para el futuro.

¿Se lo decimos a los niños?

Definitivamente, este es un problema que afecta a todos en la casa, no sólo al matrimonio. También a los hijos. La familia es un equipo y, por lo tanto, debe enfrentar unida la situación. Ahora, el cómo, dónde y cuándo se lo digan va a depender de su edad, debiendo asumir que será difícil que los niños menores de diez años entiendan por lo que está pasando el papá. Mientras que en otros casos serán los hijos adolescentes los más reacios a comprender: a la larga, coinciden las especialistas, todo va a depender de cómo hayan sido educados los hijos y cómo viva la familia, si en torno al tener o al ser.

La regla general, sin embargo, es que ellos reaccionen de acuerdo a lo que han visto en su casa. Si están acostumbrados a un papá trabajador, responsable, tenderán a simpatizar con lo que él está viviendo. Por el contrario, si lo que han visto es un padre inconstante, flojo, sin ideales profesionales, tenderán a culparlo y pensarán que si lo echaron, si no encuentra trabajo, es por culpa suya.

De cualquier forma, los hijos debieran, -sobre todo los que están en edad de comprender lo que está sufriendo su padre- apoyarlo. No juzgarlo. Incluso, si la situación está al límite, que sepan acogerlo en su depresión. Cuando vean que no duerme bien, que ha bajado de peso, que no tiene fuerzas para salir a buscar trabajo que lo acompañen y ayuden, indirectamente, a buscar trabajo.

De presidente a vendedor. Alfredo y Mónica (siete hijos)

Corría 1977 y Alfredo era el presidente de una fábrica de calzado que su abuelo había fundado. Un buen negocio, pero que ahora con el “boom” de importaciones se había vuelto difícil. Se declara la quiebra, se pagó a los acreedores y Alfredo quedó sin un peso. Con su mujer, comenzaron a vivir la más estricta de las economías de guerra: Mónica fue al colegio de las niñitas a decir que no tenía con qué pagar por un tiempo; apagaron la calefacción y dejaron sólo una estufa para toda la casa; se acabó el jamón; y comían porotos y lentejas cinco veces a la semana.

Hombre de armas tomar y de un gran optimismo, pasó de ser presidente de una industria a vendedor de juguetes, ropa interior y autos, puerta a puerta y con mostrado en mano. Le quita importancia al cambio: “Uno no mantiene familia ni paga sueldos con la tradición del abuelo…” junto con su señora trabajaron él la Fisa y ella, que hacía transporte escolar, intensificó los viajes.

Alfredo: “Siempre me gustó la venta y cuando hay que alimentar a siete hijos se hace de todo no más. Sin duda que me ayudó el no haberle quedado debiendo a nadie. Nunca sentí vergüenza por lo que nos había pasado y tampoco nunca tuve que cambiarme de vereda para evitar cruzarme con alguien”.

Respecto a los hijos, escolares y universitarios algunos, fueron los mayores los problemáticos. Se pusieron rebeldes y no había caso de hacerles entender que no había plata para esquiar o comprarse ropa. Esto sí que les costó a Alfredo y Mónica fuertes dolores de cabeza.

Con tantas ganas de trabajar, empeño y conocidos no les costó salir a flote: “A poco andar me fue bien. Hasta imposiciones y vacaciones por ley empecé a tener”. Mónica, por su parte, es una convencida de que cuando Dios manda una prueba, da la fuerza para salir adelante y aunque está segura de que no fue fácil para su marido pasar de presidente a empleado, lo hizo con alegría y humildad.

Sus consejos: No perder nunca la confianza en uno mismo. No pensar que uno se denigra por aceptar un trabajo inferior al que tenía. Tocar todas las puertas que se pueda. Asumir que una situación así la puede vivir cualquiera. Nadie tiene el futuro comprado y no es obligación de que a uno le vaya siempre bien.

Pedir y aceptar ayuda

Mucho se ha dicho que vivimos en una sociedad competitiva, individualista, donde se valoran más las apariencias que las esencias. Pues bien, en el caso de la cesantía —más si es prolongada- esto se confirma. El cesante siente que estar sin trabajo lo marca negativamente, que a nadie le importa lo que a él le pasa y que por lo mismo es mejor no exhibir su problema, ni demostrar sufrimiento. Gran error el suyo, y también de quienes le rodean y pueden tenderle una mano, no sólo para ofrecerle trabajo sino comprensión, medios materiales si es el caso, ideas… Aquí algunas actitudes concretas:

*Quien está sin trabajo tiene que darse ánimo y escuchar a todas las sugerencias que le hagan, por descabelladas que le parezcan. Por ello es vital que mantenga el contacto con sus amigos y antiguos compañeros de trabajo, los reciba si lo visitan y les conteste el teléfono.

*No aferrarse a esquemas rígidos de cargos a los que aspira; sobre todo porque es un hecho innegable que es más fácil encontrar un mejor trabajo una vez que se está dentro del mercado laboral.

*Algunos amigos ofrecen oficinas, teléfonos, incluso cargo a comisión. No desechar estas ofertas que pueden servir para mantenerse en contacto con el mundo del trabajo y con la moral en alto.

*A quienes rodean a una familia que está pasando por este problema no les faltan áreas en qué ayudar: una palabra de aliento, compañía, ideas… y si se puede, medios materiales. Todos sabemos lo que cuesta alimentar y vestir hijos y si hay verdadera amistad, es hora de saltarse los reparos y falsas vergüenzas y decir “hoy por ti, mañana por mí”.

Por culpa de la edad
Manuel y Ximena (cinco hijos, entre 12 y 24 años)

Él renunció a su trabajo para irse a un país vecino a echar a andar un negocio que valía oro. Se fue sólo y su mujer, que trabajaba medio día, también renunció para dedicarse a hacer las maletas mientras los niños terminaban el año escolar. A Manuel le bastaron unos días afuera para darse cuenta que tal magnífico negocio no existía. Se sintió utilizado, engañado. Volvió esperando encontrar a alguien con quien llevar a cabo el proyecto acá. Pero pasaron los meses y nada. Su mujer no conseguía trabajo y los ahorros se agotaron.

Según Manuel, fue a su mujer a la que en un principio más le costó asumir el problema de plata. Tanto así que después de tres meses de buscar los dos trabajo en vano. Él tomó las riendas de la casa. “Gracias a Dios, nuestros hijos siempre han sido muy austeros y no lo tomaron mal. No se les ocurre pedir otro par de zapatos hasta que no andan con hoyos en la suela…”

Manuel mandaba currículo y postula a cuanto trabajo aparecía, pasando todas las etapas, pero, al final, siempre contrataban a alguien más joven. Él tenía 48 años. Incluso postuló a trabajos en que le ofrecían la mitad de lo que ganaba antes.

Aunque las críticas le llovieron por todos lados, nunca se deshizo de su celular y está convencido de que fue la mejor decisión: “Si dependes del teléfono de tu casa empiezas a no moverte de ahí, corres el riego de que no te den los recados o que tengas que hablar con el llanto de la niña como melodía de fondo y eso no da buena impresión”. Por lo demás, fue gracias al celular que consiguió un par de pequeños empleos, que le devolvieron la alegría y lo ayudaron a sentirse activo hasta que encontró algo más definitivo.

La peor sensación de Manuel: sentirse espectador de todo lo que sucedía a su alrededor, sin él poder participar de nada. La de Ximena: no tener plata ni para comprarse medias.

Sus consejos: tomar medidas drásticas de inmediato. No esperar a comerse los ahorros. Tener un celular a mano. Gastar solamente en lo básico. Pero, por encima de todo y poniéndose el parche antes de la herida, Manuel dice: “Que los hombres mayores de 40 traten de formar algún negocio personal, paralelo al trabajo. Porque conseguir trabajo después de esa edad es muy difícil”.

MartaFresno M.

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