martes, 10 de noviembre de 2015

LA PALABRA SE HACE CARNE EN NUESTRO CORAZÓN


Los oídos que tenemos que tener abiertos son los del corazón, para escuchar, a través de la palabra, el amor de Dios.

Por: Taís Gea | Fuente: Catholic.net

LITURGIA DE LA PALABRA

La Liturgia de la Palabra es cuando se pronuncia la Palabra de Dios ante la asamblea. Sabemos bien que la palabra que el Padre ha pronunciado para darse a conocer como Dios Amor ha sido Jesucristo. “En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo.” (Heb 1, 2). Él es el Verbo, la Palabra de Dios que se hizo hombre. María, con su apertura en la encarnación, recibió al Verbo que se hizo carne en ella. “La Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros.” (Jn 1, 14).

LA PALABRA SE HACE CARNE EN NUESTRO CORAZÓN

Así como María, también nosotros, por la acción del Espíritu Santo, recibimos al Verbo que se engendra en nosotros. Es por eso que acoger la Palabra de Dios nos va transformando en la misma Palabra que recibimos. Poco a poco, la acción del Espíritu Santo se va realizando y nos va asemejando más al Verbo Divino. “Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud.” (1 Jn 2, 5).

La liturgia de la Palabra es el momento en el que el Verbo se hace carne en nosotros. En esta parte de la Misa debemos tener una actitud de acogida. Dios se quiere revelar a nosotros. “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.” (Mt 11, 27).

LLENARSE DE DIOS

El acto penitencial nos ha ayudado a vaciarnos de nosotros mismos. La liturgia de la Palabra es el primer momento en el que nos llenamos de Dios. Durante la Misa, Dios se nos da en varias formas, en este caso Dios se nos da en forma de palabra. “Como lluvia se derrame mi doctrina, caiga como rocío mi palabra, como blanda lluvia sobre la hierba verde, como aguacero sobre el césped.” (Deut 32, 2).

A LA ESCUCHA

Los oídos que tenemos que tener abiertos son los del corazón. Es el momento de abrirlos para escuchar, a través de la palabra, el amor de Dios hacia nuestra alma.

A veces nos quejamos porque no escuchamos la voz de Dios. Queremos que nos hable, que nos explique el por qué de tantas cosas que pasan en nuestra vida. Queremos que nos diga cuánto nos ama. Dios habla y habla muy claro. Se reveló durante siglos al pueblo de Israel y después, en Cristo, nos dijo todo lo que nos podía decir. “Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud.” (Col 1, 19). En la Sagrada Escritura se encuentra el mensaje de Dios para sus hijos.

Ese mensaje es también para ti. Cuando estés en la Misa, puedes poner en tu corazón todas esas dudas, todos esos deseos, toda tu necesidad de Dios y escuchar. Escucha acogiendo al Dios que se te da en la Palabra. No es coincidencia que el día que deseabas consuelo, la primera lectura decía: ¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! Prorrumpan los montes en gritos de alegría, pues Yahveh ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido.” (Is. 49, 13).

No es casualidad que el día que ansiabas saber qué hacer en una situación compleja escuches el salmo 23: “Yahveh es mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca hierba me apacienta. Hacia las aguas de reposo me conduce, y conforta mi alma; me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre”.

No es coincidencia que el día que necesitabas el perdón, oigas con claridad en el Evangelio: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.” (Lc 23, 34). No es casualidad, es la acción de Dios que se desborda de amor.

Hay que aprender a afinar el oído de nuestra alma para vivir en una actitud de escucha. Dios necesita corazones sencillos y llenos de fe que crean en su mensaje.

NECESIDAD DEL SILENCIO

La Liturgia de la Palabra nos permite encontrarnos con Dios que nos habla en los textos de la Sagrada Escritura. Para escuchar la Palabra se requiere silencio. Sin embargo, no podemos pretender eliminar todo aquello que está en nuestra mente, es decir, nuestras preocupaciones, ilusiones, miedos, pendientes, etc. Es más importante que abandonemos en Dios todo aquello que lleva nuestro corazón y esperemos una respuesta de Él así como el centurión del Evangelio: “Basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano.” (Mt 8, 8).

Los pensamientos se convierten en ruido cuando son un monólogo. Sin embargo, si presentas a Dios tus preocupaciones puedes hacer un diálogo con Él. Silenciar el alma es ordenarla en Dios. Por ello, la liturgia de la Palabra es esencial, ya que Dios responde a ese diálogo con los textos de la Sagrada Escritura. Puede ayudarte abandonar en Dios aquello que tiene tu mente y sobre todo tu corazón, esperar de Él una respuesta y escuchar.

Escucha la Palabra que te habla y hablándote te ama. Escucha la Palabra que te habla y hablándote te consuela y llena tu soledad. Escucha la Palabra que te habla y hablándote te ilumina y te guía. Escucha la Palabra que te habla y hablándote te reprende y te permite conocer tu verdad. Escucha la Palabra que te habla y hablándote te convierte, te transforma, te santifica. Escucha la Palabra que te habla y hablándote se te da a sí misma.

LO QUE DIOS PIDE DE NOSOTROS

Dios, en su Palabra, es exigente. “La Palabra de Dios es más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón.” (Heb 4, 12). Nos invita a vivir de modo auténtico.

A la vez, Dios es justo y conoce nuestra pequeñez y miseria. Es por eso que nos da antes lo que nos va a pedir después. Nos pide que acojamos su palabra y la vivamos (Lc 8, 11-15). Junto con el don de su palabra nos da la gracia para cumplirla. Es por eso que su “hágase creador” crea en nosotros la respuesta para que podamos decir, como María, "hágase". “Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié.” (Is 55, 11).

La Sagrada Escritura nos enseña que la Palabra de Dios es viva y eficaz. (Heb 4, 12). Con una actitud de acogida permitimos que la Palabra sea, en nuestro corazón, viva y eficaz. Dejémonos penetrar y transformar por la Palabra de Dios.

RECOMENDACIONES

Eso no significa que no nos podemos perder ni una frase de la lectura. Dios actúa más allá de nuestra poca o mucha atención. Sin embargo necesita una actitud de apertura y de deseo para que esa Palabra, viva y eficaz, realice su obra en nosotros. “Al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes.” (1Ts 2, 13).

Puedes dirigirte a Dios con esta oración antes de comenzar a escuchar su Palabra:

Espíritu divino desciende con tu fuerza creadora a mi corazón. Mira con misericordia mi corazón abierto a tu acción. Permíteme acoger en mi alma a la Palabra de Dios. Que se haga carne en mí y así me transforme en Él. Concédeme vivir mi vida con una actitud de escucha. Que en todo momento te escuche a ti, Palabra del Padre, para vivir de ti y para ti.

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