miércoles, 11 de noviembre de 2015

INSISTAMOS EN LA BELLEZA DE LA FIDELIDAD


Los sujetos empeñados en destruir las virtudes humanas propias de una civilización o sociedad estable y sólida suelen decir que nada es para toda la vida, que los compromisos personales son, de suyo, efímeros y cambiantes. Entiendo que hablen así, porque ellos mismos son como las veletas del campanario.

¿Hay en esta vida algo más hermoso que la fidelidad recíproca de un matrimonio bien avenido? Incluso la fidelidad a la empresa en la que uno trabaje. Cierto que nada obliga a permanecer atado de por vida a un puesto laboral porque ninguna ocupación es un maridaje, pero al menos, mientras permanezcamos en un trabajo, lo propio que se nos puede pedir es fidelidad a la tarea encomendada, a la empresa que nos paga un salario.

Los sujetos empeñados en destruir las virtudes humanas propias de una civilización o sociedad estable y sólida suelen decir que nada es para toda la vida, que los compromisos personales son, de suyo, efímeros y cambiantes, empezando por el mismo matrimonio. Personalmente entiendo que hablen así, porque ellos mismos son como las veletas del campanario: giran según sople el viento, pero en el pecado llevan la penitencia.

Cuando llegó la democracia, decíase de los socialistas que representaban el cambio de las tres Ces. Cambiaban de casa, de coche y… de compañera/o. Así lo hicieron muchos de ellos. No es necesario dar nombre concretos, porque están en la memoria de todo el mundo de entonces. Vino a ser un pésimo ejemplo que se fue extendiendo como mancha de aceite.

Y en esas nos hallamos, de manera que hasta en la Roma eclesiástica se registran infidelidades funcionales de quienes por su actividad y función están más que obligados a mantener reserva de los documentos y asuntos que pasan por sus manos. Así estamos viendo estos días la divulgación en sendos libros de escritos y escuchas que nunca tendrían que haber salido de los despachos vaticanos. No es que, según las reseñas publicadas por los medios informativos, contengan grandes secretos, porque la Iglesia institucional es cada vez más transparente (a ver si aprenden ciertos párrocos y administradores curiales), pero no dejan de producir estupor y escándalo en la grey.

Son desafueros que la autoridad competente debe corregir con energía, porque si malo es que se escandalice a la buena gente, peor es que se quiebre el espíritu de fidelidad. La fidelidad es un gran bien que complace a las personas que la guardan y beneficia a la sociedad. Hablo por experiencia personal. La fidelidad conyugal, por ejemplo, no sólo ha de ser para toda la vida, sino aún más allá de este breve paréntesis temporal en la existencia de todo ser humano. Si no fuera así yo me sentiría profundamente defraudado. Si no puedo encontrarme de nuevo con la mujer de mi vida, pensaré que he sido engañado. No me conformo con haberle sido fiel en este mundo. Quiero serlo a perpetuidad, más allá del peregrinaje transitorio por la tierra.

En ese profundo sentimiento, ancla de mi vida y esperanza, ¿cómo no voy a pedir que insistamos en la virtud de la fidelidad? ¡Si es lo mejor que podemos transmitir a nuestros descendientes, a los jóvenes de hoy, tan machacados por oficiantes de ideologías extraviadas, frívolas y frustrantes! ¿Así que nada es para toda la vida? ¡Majaderos! ¿Qué sabréis vosotros de la verdadera felicidad? Esa sí, para toda la vida.

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