Gerard
Depardieu, el hombre que ha sido Cyrano de Bergerac, Jean Valjean, Obélix,
Cristóbal Colon, Porthos, D´Artagnan y Mazarino, podría no haber sido nadie si el
aborto hubiera estado legalizado en 1948 en Francia.
Su madre quería abortarlo. Y como era una opción difícil e ilegal, intentó hacerlo ella misma, con agujas de coser. Y fracasó.
Si hubiera sido fácil y legal, como es hoy, si hubiera podido recurrir a uno de esos profesionales actuales que mata con eficacia entre 20 y 100 bebés a la semana, casi seguro habría muerto (aunque todavía hay bebés que sobreviven al aborto, a veces con mutilaciones y daños, y lo cuentan al crecer, por ejemplo aquí). El actor que todo el mundo conoce y aprecia no habría llegado a nacer.
Gerard Depardieu lo sabe porque se lo explicó su propia madre. Lo cuenta ahora en su polémica biografía ´Ça s´est fait comme ça´, traducido como ´Así pasó´, ´Así sucedió´.
Quizá en ese origen de odio materno, de desamor desde la infancia, radican elementos de desequilibrio en el resto de su vida: su tendencia al alcoholismo, su dificultad en el compromiso marital (una esposa desde 1971 a 1996 y tres parejas después) e incluso una experiencia como prostituto para homosexuales.
"ELLA NO QUERÍA QUE YO NACIESE"
"Sobreviví a la violencia que mi madre se ejerció a sí misma con agujas de tejer", explica. Gerard Depardieu no duda en hablar de sí mismo como un "superviviente" del aborto.
"Ella no quería que yo naciese. El aborto no salió bien y acabé naciendo", afirma con rotundidad el actor.
También habla de su época autodestructiva en su juventud.
"Me dí cuenta de que mi cuerpo gustaba mucho a los homosexuales. Por eso pensé que meterme en la prostitución me permitiría ganarme algo de dinero".
Por entonces ya bebía 14 botellas al día, afirma. Y profanaba tumbas para robar dinero.
UN ACTOR QUE AMA A SAN AGUSTÍN
Quizá por este pasado lesivo siente una gran cercanía por su santo preferido, San Agustín. Agustín vivió una juventud disoluta, como Depardieu, y se gozaba en su don para la oratoria, como el actor francés (ahora nacionalizado ruso). Al crecer, Agustín también repasaría su pasado con dolor.
Probablemente Depardieu añoraba una gran riqueza que tuvo Agustín: una madre amorosa, Santa Mónica, modelo de madre desvelada y constante para toda la historia del Occidente cristiano.
Depardieu leyó por primera vez, con unos amigos, "Las Confesiones" de San Agustín. El santo apasionó al actor. Lo estudió y hasta escribió un libro sobre él: Lire saint Augustin (ed. Desclée de Brower), en colaboración con el filósofo especialista en él, André Mandouze.
"Amo de san Agustín su amor por la vida, su espíritu de apertura, su voluntad de descubrir lo desconocido. Asumo las cosas y las transmito de nuevo sin analizarlas, tal y como yo las he recibido. Me siento un ignorante iluminado, un inocente", explicó a Le Monde.
En cierta ocasión Depardieu leyó fragmentos de San Agustín en público en Notre Dame de París, y afirmó: "San Agustín es para mí la cuestión del por qué. Es el misterio, el misterio de la vida. Amo observar a la gente en oración –no hablo de los fanáticos, o de aquellos que utilizan la religión para anestesiar su dolor–. Amo el verbo de san Agustín, la palabra de sus meditaciones, el sonido que mana de ellas".
Su madre quería abortarlo. Y como era una opción difícil e ilegal, intentó hacerlo ella misma, con agujas de coser. Y fracasó.
Si hubiera sido fácil y legal, como es hoy, si hubiera podido recurrir a uno de esos profesionales actuales que mata con eficacia entre 20 y 100 bebés a la semana, casi seguro habría muerto (aunque todavía hay bebés que sobreviven al aborto, a veces con mutilaciones y daños, y lo cuentan al crecer, por ejemplo aquí). El actor que todo el mundo conoce y aprecia no habría llegado a nacer.
Gerard Depardieu lo sabe porque se lo explicó su propia madre. Lo cuenta ahora en su polémica biografía ´Ça s´est fait comme ça´, traducido como ´Así pasó´, ´Así sucedió´.
Quizá en ese origen de odio materno, de desamor desde la infancia, radican elementos de desequilibrio en el resto de su vida: su tendencia al alcoholismo, su dificultad en el compromiso marital (una esposa desde 1971 a 1996 y tres parejas después) e incluso una experiencia como prostituto para homosexuales.
"ELLA NO QUERÍA QUE YO NACIESE"
"Sobreviví a la violencia que mi madre se ejerció a sí misma con agujas de tejer", explica. Gerard Depardieu no duda en hablar de sí mismo como un "superviviente" del aborto.
"Ella no quería que yo naciese. El aborto no salió bien y acabé naciendo", afirma con rotundidad el actor.
También habla de su época autodestructiva en su juventud.
"Me dí cuenta de que mi cuerpo gustaba mucho a los homosexuales. Por eso pensé que meterme en la prostitución me permitiría ganarme algo de dinero".
Por entonces ya bebía 14 botellas al día, afirma. Y profanaba tumbas para robar dinero.
UN ACTOR QUE AMA A SAN AGUSTÍN
Quizá por este pasado lesivo siente una gran cercanía por su santo preferido, San Agustín. Agustín vivió una juventud disoluta, como Depardieu, y se gozaba en su don para la oratoria, como el actor francés (ahora nacionalizado ruso). Al crecer, Agustín también repasaría su pasado con dolor.
Probablemente Depardieu añoraba una gran riqueza que tuvo Agustín: una madre amorosa, Santa Mónica, modelo de madre desvelada y constante para toda la historia del Occidente cristiano.
Depardieu leyó por primera vez, con unos amigos, "Las Confesiones" de San Agustín. El santo apasionó al actor. Lo estudió y hasta escribió un libro sobre él: Lire saint Augustin (ed. Desclée de Brower), en colaboración con el filósofo especialista en él, André Mandouze.
"Amo de san Agustín su amor por la vida, su espíritu de apertura, su voluntad de descubrir lo desconocido. Asumo las cosas y las transmito de nuevo sin analizarlas, tal y como yo las he recibido. Me siento un ignorante iluminado, un inocente", explicó a Le Monde.
En cierta ocasión Depardieu leyó fragmentos de San Agustín en público en Notre Dame de París, y afirmó: "San Agustín es para mí la cuestión del por qué. Es el misterio, el misterio de la vida. Amo observar a la gente en oración –no hablo de los fanáticos, o de aquellos que utilizan la religión para anestesiar su dolor–. Amo el verbo de san Agustín, la palabra de sus meditaciones, el sonido que mana de ellas".
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