¿Existe el derecho a ofender la religión del otro? Tal parece ser el
punto de vista del Primer Ministro británico, David Cameron. Le responde Austen
Ivereigh, coordinador y cofundador de Catholic Voices y autor de El Gran
Reformador: Francisco y la fabricación de un Papa radical, que se publicará en
España en el mes de abril
La prensa británica, durante el
pasado fin de semana, estaba convencida de que el Primer Ministro, David
Cameron, está en desacuerdo con el Papa. En declaraciones realizadas en un
canal de televisión estadounidense, Cameron afirmó que existe un derecho a
ofender la religión de alguien. «David Cameron no está de acuerdo con el Papa»,
afirma The Guardian; «David Cameron dice que el Papa está equivocado»,
dice el Mail. El titular del Independiente incluso afirma: «El Papa
Francisco está equivocado al apoyar la venganza en la estela de los ataques de
París, dice David Cameron».
Sin embargo, todos estos medios
todos dan por sentado algo absolutamente falso. Francisco dejó claro que no
había justificación para la violencia bajo ningún pretexto. Cuando dijo que es natural
esperar un golpe en respuesta a la madre de alguien que está siendo insultado,
él estaba describiendo una realidad, no justificando la violencia. Incluso si
las declaraciones del Papa podrían haber sido malinterpretadas, su portavoz no
podía haberlo sido. «Obviamente, no estaba justificando la violencia –dijo el
padre Federico Lombardi–. Habló de una reacción espontánea que uno puede tener
cuando se siente profundamente ofendido. En este sentido, ha puesto sobre el
tapete el derecho a ser respetado».
Sin embargo, es cierto que el
Primer Ministro y el Papa tienen perspectivas muy distantes. David Cameron
estaba hablando, estrictamente, de un derecho legal en una sociedad libre.
Francisco estaba abordando un punto ético mucho más profundo y amplio acerca de
cómo promover el crecimiento humano. Él dijo que la libertad de expresión tiene
límites; su objetivo es construir el bien común, no burlarse y mofarse. Para
construir una sociedad en paz consigo misma, tenemos que respetar lo que otros
aprecian; mientras que el reverso de este respeto –un humor burlón aliado con
un desprecio post-iluminista hacia las creencias religiosas, a las que se
considera como la excentricidad de una minoría– tiende a provocar reacciones
violentas que hacen más difícil la construcción del bien común.
Gran parte de la indignación y la
protesta Je suis Charlie ha dado por sentado que la religión es una
idea. En una clásica malinterpretación secular-humanista, el columnista de The
Guardian Polly Toynbee afirma que Francisco estaba exigiendo «un estatus
especial y anti-voltairiana de protección para las ideas religiosas, un respeto
nunca concedido a las ideas políticas o de otro tipo».
Pero la gente religiosa no se
molestan con el hecho de que las ideas religiosas sufran este desafío; lo que
les molesta es la burla de Dios, de Jesús o la Virgen María, o del profeta
Mahoma o el Guru Nanak. ¿Por qué? Los creyentes viven una relación; y como
todas las relaciones, la de ellos implica la memoria y el sentimiento, que son
el fruto de la experiencia de una oración continuada a lo largo del tiempo. Por
este motivo, la analogía de Francisco acerca de un hombre al que insultan a su
madre era una buena comparación. El vínculo no es intelectual, sino personal.
Los creyentes merecen, como
cualquier otra persona (los gays, por ejemplo, o las minorías raciales), que
sus sentimientos e identidad respetados. Si la ridiculización pública de los
gays debiera alegarse como ejemplo de vigorosa libertad de expresión, habría
una protesta –y las Iglesias serían las primeras en quejarse–. Pero debido a
que son creyentes de una religión ¬–lo cual, en el mito liberal, supone una
hegemonía que debe ser confrontada–, de alguna manera parece un aceptable
ejercicio de libertad de expresión despreciar a aquellos que creen.
Esto no significa per se
que debería haber más límites legales a la libertad de expresión. Esos límites
son un tema de debate constante para los legisladores, quienes deben sopesar
otros derechos con los que están en tensión: el derecho a no ser difamado, por
ejemplo, o el derecho a ser protegidos contra el acoso y la incitación al odio.
Pero con el fin de construir una
sociedad verdaderamente pluralista, tolerante, en la que la gente puede con
libertad buscar y debatir sobre el bien común, y en la que los diferentes
grupos que sostienen convicciones fuertes pueden vivir en paz unos con otros,
tenemos que ir más allá de un supuesto derecho legal a ofender. Tenemos que
afirmar la obligación ética de respeto. Ese fue el punto subrayado por el Papa.
David Cameron, como el líder electo encargado de velar por el bien común en
Gran Bretaña, debe ser valiente para subrayar el mismo punto. En cambio, afirmó
una verdad banal políticamente correcta. Su desacuerdo con el Papa se ha
exagerado, pero lo cierto es que se perdió una excelente oportunidad de estar
de acuerdo con él.
Austen
Ivereigh
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