Normalmente, en la educación de
nuestros hijos, tenemos la tendencia a movernos dentro de unos parámetros
fijos, determinados, inamovibles. Conscientes de la importancia de las normas,
nos guiamos por unas reglas de comportamiento que determinan nuestras
exigencias hacia ellos: ponerles límites, exigirles ciertas actitudes... Sin embargo,
a veces existe el peligro de tratar a nuestros propios hijos como si fueran
robots. Nuestra necesaria obligación de ser estrictos puede convertirse en un
armase doble filo si no tenemos en cuenta que nuestros pequeños, además de
futuros adultos que deben aprender el arte del autodominio y el buen obrar, son
también personitas (aunque pequeñas) que pueden tener momentos o días mejores y
peores en función de muchas circunstancias, fisiológicas, físicas o
psicológicas.
1.
CUANDO ESTÁN CANSADOS SE ENFADAN
MÁS FÁCILMENTE.
Para empezar, algo tan sencillo
como el sueño, que puede afectar a los adultos de modo muy negativo, en los
niños provoca también sensaciones de irascibilidad o irritabilidad que hay que
tener en cuenta a la hora de ser exigentes con ellos. No es lo mismo el
comportamiento de un niño cuando se levanta un sábado y se sienta a jugar, que
un jueves que llega cansado del colegio a las cinco de la tarde.
2. EL HAMBRE TAMBIÉN PUEDE
PROVOCARLES MAL HUMOR.
Como otra necesidad fisiológica
que es, ese malestar físico puede ser también origen de susceptibilidades o
momentos de irritación que, como padres, debemos tener en cuenta.
Evidentemente, eso no significa que nuestros hijos se hayan de convertir en
pequeños tiranos del ´aquí y ahora´ o que debamos siempre ir con un trozo de
pan en el bolso para evitar esos momentos de tensión -claro que es bueno que, a
la hora de comer, sean capaces de permanecer sentados unos minutos mientras su
madre les prepara una tortilla, sin necesidad de picar algo entretanto-; pero
sí que habrá que tener más paciencia con ellos si el domingo se nos viene
encima la hora de comer y a las dos y media de la tarde siguen sin probar
bocado, teniendo en cuenta -por ejemplo- que el resto de la semana, a esas
horas ya casi han terminado de hacer la digestión...
3. CASI SIEMPRE ENCUENTRAN ALGO
MEJOR QUE HACER EN EL MOMENTO DE IRSE A LA CAMA.
A la mayoría de los adultos nos
pasa lo mismo. Nos cuesta irnos a dormir. Siempre hay mil cosas mejores que
hacer que meternos en la cama y cerrar los ojos, teniendo la sensación de que
no hacemos nada. Nosotros, como adultos que somos, sabemos que eso no es
exactamente así, pero para un niño es lógico que no tenga mucho sentido ponerse
a dormir pudiendo jugar con sus muñecos o charlar con su hermano y compañero de
habitación. Por eso, hay que tratar de ser firmes a la hora de acostarles, pero
también comprensivos. Quizás sea mejor acostarles con margen de tiempo para que
ellos mismos vayan cogiendo el sueño, que tener una bronca porque vamos viendo
el reloj y no dejamos de oír voces en la habitación.
4. NO LES GUSTA QUE LES
INTERRUMPAN.
A menudo, corregimos a nuestros
hijos porque nos interrumpen. Nos parece importante enseñarles a respetar las
conversaciones o actividades ajenas. Sabemos lo molesto que es que alguien
irrumpa en un diálogo cortándolo sin ningún respeto. Sin embargo, muchas veces
caemos en hacer lo mismo a la inversa sin ningún tipo de tacto. Por ejemplo,
estamos en un cumple y nos acercamos a nuestro hija que está sentada dibujando
en un cuadernito que le acaba de prestar la anfitriona de la fiesta y le
decimos: "gordita, hora de irse, vámonos, despídete...". Así, sin
más. De golpe y porrazo. La niña, que acaba de empezar su garabato, apenas levanta
la vista del papel y, cuando oye que insistimos, empieza a protestar. ¿No es
más fácil pensar unos segundos, observar, y decirle a nuestra niña que nos
vamos a ir en breve, que cuando acabe su dibujo nos iremos a despedir de sus
amigos? De ese modo, es muy probable que la reacción sea mucho más razonable y
podamos marcharnos de la fiesta sin necesidad de tener una bronca.
5. FUNCIONAN MEJOR CON ALABANZAS
QUE CON GRITOS.
Es un dato evidente. No en vano,
existe un refrán popular que dice que "más se consigue con miel que con
hiel". Todos funcionamos mejor en positivo, los peques también. Por eso,
es mejor que ese sea siempre nuestro primer recurso.
6. LES CUESTA PEDIR PERDÓN.
Es cierto que los niños son mucho
más humildes y sencillos de corazón que los adultos, que tienen mucha más
facilidad para reponerse de un enfado o de una bronca. Cuántas veces reñimos a
nuestros hijos y, segundos después, les oímos gritando: "¡mira, mamá, voy
a dar un salto!", como si no hubiera pasado nada. Pero, obviamente, tampoco
les entusiasma plantarse delante de alguien a reconocer un error. Hay que
enseñarles a ser humildes, pero predicando con el ejemplo, siendo nosotros los
primeros que tengamos el coraje de conocer nuestros defectos, pedir perdón y
rectificar.
7. NO SOPORTAN QUE LLEGUE EL
LUNES, SUELEN SUFRIR ´DEPRESIÓN POST VACACIONAL´ Y TAMBIÉN SE LES PEGAN LAS
SÁBANAS CUANDO SUENA EL DESPERTADOR.
Y es que, insisto, no son
autómatas, son personas. Les gusta el ocio, jugar, no hacer nada, pasarlo bien,
que nadie les imponga un orden y un horario. No es que no lo necesiten, pero
les gusta torearlo. Igual que los adultos preferimos que sea jueves antes que
domingo por la tarde y nos entra una leve depresión cuando termina un puente de
tres días, a los peques también les gustaría pasarse el día en casa y no tener
que ir al colegio, y también odian madrugar (normalmente, esto de que se les
peguen las sábanas les ocurre solo cuando es lunes o martes; en cambio, basta
que sepan que es sábado y no hay cole para que con un único salto logren
bajarse de la cama, atravesar el pasillo y caer directamente junto a nuestra
almohada...).
Así que,
lo dicho, tengamos -dentro de la disciplina y el orden- un poquito de
paciencia. Aunque solo sea la misma dosis de paciencia que acostumbramos a
tener con nosotros mismos.
Susana
Ariza
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