Sobre estos dos términos..., de entrada se puede pensar de ellos, que
significan lo mismo que son equivalentes. Pero no es así, los dos términos no
se identifica. Uno puede pasarse la vida terrenal, en plenitud de santificación
y en el último momento de su vida perder la condición de santidad, ofendiendo a
Dios sin arrepentimiento por su parte. Lo cual es difícil que suceda, pero en
hipótesis pudiera suceder. Condenarse, como se sabe es la antítesis de salvarse.
Claro que esta situación es prácticamente imposible que se dé, tal como antes
hemos dicho para una persona que se pasado la vida tratando de vivir en amor y
gracia divina, pues hay un principio que nos dice que: Como se vive se muere.
Una persona bautizada que habitualmente ha conservado dentro de su alma
la Inhabitación trinitaria que recibió en el bautismo, Es muy difícil que se
llegue a condenarse porque el cuidado que se haya tenido a lo largo de una vida
en conservar y acrecentar la Inhabitación trinitaria, ella ha creado en esa
alma, una corrientes de amor a Dios que a su vez, han hecho crecer en esa alma
un caudal de gracia divinas, que es un muro inexpugnable para la acechanzas
demoníacas. Sobre todo para las asechanzas y tentaciones, con las que actúa,
muy preferentemente el demonio en las almas que están en agonía, a punto de
abandonar este mundo. Porque el demonio nunca se da por vencido y aún en esos
momentos finales, ve que es un alma que se le escapa y hace lo indecible por
llevársela. Pero que nadie se asuste, en eso s momentos finales, nos rodea
nuestro ángel de la guarda y sobre todo el amor de nuestra Madre celestial que
puede con todos los demonios y nunca nos abandonará,
También hemos de considerar, el caso de la persona que durante toda su
vida estaba en desgracia de Dios, es decir sin Inhabitación alguna en su alma y
en el último momento de su vida, se arrepiente del trascurso de ella y pide
perdón a Dios y perdonado por la misericordia divina obtiene la vida eterna.
Quizás este caso sea mucho más frecuente que el anterior, pues aunque el
demonio ataca como ya hemos dicho en los últimos momentos de la vida de un alma
en la tierra, también existe una Virgen María madre auxiliadora de todos y
especial de aquellos que han estado invocándola y orándole a ella, aunque
solamente haya sido con un ave maria rezado a diario, o el sacramental de un
simple beso diario a una medalla de la virgen que siempre la ha llevado al
cuello. Y aquí también tal como hemos dicho antes el ángel de la guarda, que
nunca olvida la función que Dios le tiene encomendada.
Nunca olvidemos que el amor es el todo en la vida
espiritual, por la sencilla razón de que Dios es amor y solo amor (1Jn 4,16),
El amor es la fuerza mayor que existe, porque es Dios mismo, es una fuerza de
carácter espiritual, solo nuestra alma tiene capacidad de amar y de ser amada
pero nuestro cuerpo material, carece de la facultad de amar. Desgraciadamente
se emplea, el bello término amor de carácter espiritual, para aplicarlo a
la relación sexual humana, de claro carácter material.
Ser santo se puede ser antes y después de abandonar este
mundo. El reino de Dios lo alcanzan las almas santificadas, es decir, las que
han luchado para santificarse y adquirir el calificativo de santo. En el
Levítico se puede leer: “1 El Señor dijo a Moisés: 2 Habla en estos
términos a toda la comunidad de Israel: Ustedes serán santos, porque yo, el
Señor su Dios, soy santo y nos escogió para ser santos y sin mancha en su presencia”. (Lv 19,1-2). La voluntad de Dios es la de que todos
seamos santos, tal como se lo manifiesta San Pablo en su primera epístola a los
Tesalonicense. (1Ts 4,3). También San Pablo, nos dice en su epístola a los
Efesios, les dice a estos y a nosotros: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación”.(1Ts
4,3). Y También San Pablo les dice a los Gálatas y a nosotros también, que: “Lo que uno
siembre eso cosechara. El que siembra para la carne, de ella cosechara
corrupción; el que siembra para el espíritu, del Espíritu cosechara vida
eterna”. (Ga 6,7b-8).
La
santidad a nadie se la regala Dios y para alcanzarla, hay que luchar, hay que
recorre en esta vida el camino que desea el Señor que recorramos, es un camino
áspero para entrar por la puerta estrecha, porque bien claro que nos lo dijo el
Señor, cuando dijo: “24… El que quiera venir en pos
de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. 25 Pues el que quiera salvar
su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallara”. (Mt 16,24-25). Lo primero de todo lo que
necesitamos es tener Fe que es la primera virtud de las tres teologales, si
carecemos de fe, nunca podremos alcanzar la vida eterna. La fe es un don, que
Dios nunca se lo niega al que se la pide, pues e mero hecho de pedírsela es ya
en sí un acto de fe, una fe pequeña, pero fe al fin y al cabo que con la
perseverancia y el amor, siempre crece.
La
esperanza es la segunda de las virtudes teologales, ella se encuentra
supeditada a la existencia de la fe, pues nadie espera nada de quien cree que
no existe. Si se carece de fe es imposible tener esperanza que es la virtud que
nos ayuda en la lucha contra la desesperanza. Y por último tenemos la tercera
de las tres virtudes esenciales o teologales que es el amor. El amor es Dios
mismos, nosotros existimos y vivimos porque es el amor de Dios el que nos
sostiene. Dios nos ha creado por amor para que dentro de su amo seamos
glorificados como hijos suyos que somos. Quien no ame a Dios es porque no le
conoce y si teniendo en sus manos la posibilidad de conocerlo, no le busca, se
auto condena a que, llegado el momento de abandonar este mundo sin haber
aceptado el amor, que constantemente a lo largo de su vida, Dios ha estado
siempre ofreciéndoselo. El final es salir del ámbito de amor del Señor lo que
implica en el ser humano perder la para siempre, eternamente la capacidad de
amar y de poder ser amado. La antítesis del amor que es el odio ocupara en ser
el lugar que ahora ocupa el amor
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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