jueves, 13 de noviembre de 2014

SANTIFICARSE Y SALVARSE


Sobre estos dos términos..., de entrada se puede pensar de ellos, que significan lo mismo que son equivalentes. Pero no es así, los dos términos no se identifica. Uno puede pasarse la vida terrenal, en plenitud de santificación y en el último momento de su vida perder la condición de santidad, ofendiendo a Dios sin arrepentimiento por su parte. Lo cual es difícil que suceda, pero en hipótesis pudiera suceder. Condenarse, como se sabe es la antítesis de salvarse. Claro que esta situación es prácticamente imposible que se dé, tal como antes hemos dicho para una persona que se pasado la vida tratando de vivir en amor y gracia divina, pues hay un principio que nos dice que: Como se vive se muere.

Una persona bautizada que habitualmente ha conservado dentro de su alma la Inhabitación trinitaria que recibió en el bautismo, Es muy difícil que se llegue a condenarse porque el cuidado que se haya tenido a lo largo de una vida en conservar y acrecentar la Inhabitación trinitaria, ella ha creado en esa alma, una corrientes de amor a Dios que a su vez, han hecho crecer en esa alma un caudal de gracia divinas, que es un muro inexpugnable para la acechanzas demoníacas. Sobre todo para las asechanzas y tentaciones, con las que actúa, muy preferentemente el demonio en las almas que están en agonía, a punto de abandonar este mundo. Porque el demonio nunca se da por vencido y aún en esos momentos finales, ve que es un alma que se le escapa y hace lo indecible por llevársela. Pero que nadie se asuste, en eso s momentos finales, nos rodea nuestro ángel de la guarda y sobre todo el amor de nuestra Madre celestial que puede con todos los demonios y nunca nos abandonará,

También hemos de considerar, el caso de la persona que durante toda su vida estaba en desgracia de Dios, es decir sin Inhabitación alguna en su alma y en el último momento de su vida, se arrepiente del trascurso de ella y pide perdón a Dios y perdonado por la misericordia divina obtiene la vida eterna. Quizás este caso sea mucho más frecuente que el anterior, pues aunque el demonio ataca como ya hemos dicho en los últimos momentos de la vida de un alma en la tierra, también existe una Virgen María madre auxiliadora de todos y especial de aquellos que han estado invocándola y orándole a ella, aunque solamente haya sido con un ave maria rezado a diario, o el sacramental de un simple beso diario a una medalla de la virgen que siempre la ha llevado al cuello. Y aquí también tal como hemos dicho antes el ángel de la guarda, que nunca olvida la función que Dios le tiene encomendada.

            Nunca olvidemos que el amor es el todo en la vida espiritual, por la sencilla razón de que Dios es amor y solo amor (1Jn 4,16), El amor es la fuerza mayor que existe, porque es Dios mismo, es una fuerza de carácter espiritual, solo nuestra alma tiene capacidad de amar y de ser amada pero nuestro cuerpo material, carece de la facultad de amar. Desgraciadamente se emplea, el bello término amor de carácter espiritual, para aplicarlo a la relación sexual humana, de claro carácter material.

            Ser santo se puede ser antes y después de abandonar este mundo. El reino de Dios lo alcanzan las almas santificadas, es decir, las que han luchado para santificarse y adquirir el calificativo de santo. En el Levítico se puede leer: 1 El Señor dijo a Moisés: 2 Habla en estos términos a toda la comunidad de Israel: Ustedes serán santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo y nos escogió para ser santos y sin mancha en su presencia”. (Lv 19,1-2). La voluntad de Dios es la de que todos seamos santos, tal como se lo manifiesta San Pablo en su primera epístola a los Tesalonicense. (1Ts 4,3). También San Pablo, nos dice en su epístola a los Efesios, les dice a estos y a nosotros: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación”.(1Ts 4,3). Y También San Pablo les dice a los Gálatas y a nosotros también, que: “Lo que uno siembre eso cosechara. El que siembra para la carne, de ella cosechara corrupción; el que siembra para el espíritu, del Espíritu cosechara vida eterna”. (Ga 6,7b-8).

            La santidad a nadie se la regala Dios y para alcanzarla, hay que luchar, hay que recorre en esta vida el camino que desea el Señor que recorramos, es un camino áspero para entrar por la puerta estrecha, porque bien claro que nos lo dijo el Señor, cuando dijo: 24… El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. 25 Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallara”. (Mt 16,24-25). Lo primero de todo lo que necesitamos es tener Fe que es la primera virtud de las tres teologales, si carecemos de fe, nunca podremos alcanzar la vida eterna. La fe es un don, que Dios nunca se lo niega al que se la pide, pues e mero hecho de pedírsela es ya en sí un acto de fe, una fe pequeña, pero fe al fin y al cabo que con la perseverancia y el amor, siempre crece.

            La esperanza es la segunda de las virtudes teologales, ella se encuentra supeditada a la existencia de la fe, pues nadie espera nada de quien cree que no existe. Si se carece de fe es imposible tener esperanza que es la virtud que nos ayuda en la lucha contra la desesperanza. Y por último tenemos la tercera de las tres virtudes esenciales o teologales que es el amor. El amor es Dios mismos, nosotros existimos y vivimos porque es el amor de Dios el que nos sostiene. Dios nos ha creado por amor para que dentro de su amo seamos glorificados como hijos suyos que somos. Quien no ame a Dios es porque no le conoce y si teniendo en sus manos la posibilidad de conocerlo, no le busca, se auto condena a que, llegado el momento de abandonar este mundo sin haber aceptado el amor, que constantemente a lo largo de su vida, Dios ha estado siempre ofreciéndoselo. El final es salir del ámbito de amor del Señor lo que implica en el ser humano perder la para siempre, eternamente la capacidad de amar y de poder ser amado. La antítesis del amor que es el odio ocupara en ser el lugar que ahora ocupa el amor

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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