La persona humana es muy
compleja. El psiquismo humano es muy complicado: se defiende, rechaza, acepta,
juzga. "El corazón del hombre, ¿quién lo entenderá?" (Jer
17,9) Entra en conflicto el consciente, el inconsciente, los deseos y pulsiones
con los movimientos de la razón y de la voluntad; el ser con todo lo que de
no-ser se alberga aún en el hombre; el mal que se hace y no se quiere y el bien
que se querría haber hecho.
A esta persona, a este hombre, es al que hay que servir, evangelizar y amar. Confiados en las personas, la misión fracasa, porque el pecado se introduce en el corazón humano, se rompen fidelidades y afectos y el que confió en el que ahora le rechaza ¿en quién se refugiará?
A esta persona, a este hombre, es al que hay que servir, evangelizar y amar. Confiados en las personas, la misión fracasa, porque el pecado se introduce en el corazón humano, se rompen fidelidades y afectos y el que confió en el que ahora le rechaza ¿en quién se refugiará?
Al tratar con personas se
constata cuán difícil es anunciarle la salvación de Jesucristo para que
escuchando crea, creyendo espere y esperando ame. De la naturaleza humana, tan
compleja, nace el rechazo, la crítica, la cerrazón, y el apóstol, hombre él
también, tendrá que resituarse, aceptar el principio de realidad, amando y
sirviendo a los otros tal como son pero, a la vez, quitando de su corazón todo
aquello que obstaculiza la misión a la que ha sido llamado: el sentimiento de
impotencia, la ansiedad compulsiva, el miedo al fracaso o al rechazo, la falsa
humildad (fruto del egoísmo).
El apóstol, al evangelizar, se va autoevangelizando. Crece con las dificultades y el corazón se purifica en una más plena y perfecta oboedientia fidei donde se sigue el mandato del Señor y no los propios deseos del corazón. En la fe, ciega y oscura, se evangeliza. Un par de sandalias, sin el caballo de nuestros ídolos; sin bastón, con el único cayado de un corazón creyente anclado en Jesucristo y marchando tras sus huellas (cf. 1Pe 2,21), por los mismos caminos que Él recorrió.
El apostolado nunca es un juego ni algo sobreañadido que se pueda tomar o dejar a libre arbitrio sino que forma parte connatural del ser discípulo. Por eso las dificultades, de todos los órdenes, irán apareciendo. Muchas de ellas aflorarán como consecuencia de la fragilidad del propio psiquismo humano y de la debilidad del propio corazón; otras serán trampas que el Maligno nos pone para engañarnos y apartarnos así de nuestra vocación y misión; otras, finalmente, vendrán de fuera, de los otros. Más, como todo sirve para el bien de aquellos a quienes Dios ama, todas estas dificultades del apostolado nos son útiles para un contínuo crecimiento en el ser apostólico.
El apóstol, al evangelizar, se va autoevangelizando. Crece con las dificultades y el corazón se purifica en una más plena y perfecta oboedientia fidei donde se sigue el mandato del Señor y no los propios deseos del corazón. En la fe, ciega y oscura, se evangeliza. Un par de sandalias, sin el caballo de nuestros ídolos; sin bastón, con el único cayado de un corazón creyente anclado en Jesucristo y marchando tras sus huellas (cf. 1Pe 2,21), por los mismos caminos que Él recorrió.
El apostolado nunca es un juego ni algo sobreañadido que se pueda tomar o dejar a libre arbitrio sino que forma parte connatural del ser discípulo. Por eso las dificultades, de todos los órdenes, irán apareciendo. Muchas de ellas aflorarán como consecuencia de la fragilidad del propio psiquismo humano y de la debilidad del propio corazón; otras serán trampas que el Maligno nos pone para engañarnos y apartarnos así de nuestra vocación y misión; otras, finalmente, vendrán de fuera, de los otros. Más, como todo sirve para el bien de aquellos a quienes Dios ama, todas estas dificultades del apostolado nos son útiles para un contínuo crecimiento en el ser apostólico.
Constantemente hay que purificar los afectos, y corregir todas aquellas inclinaciones
desviadas del propio corazón que nos apartan de la verdadera libertad del
cristiano para hacernos esclavos de nuestra imaginación o de nuestros deseos.
Servirán las dificultades para resituarnos constantemente en lo específico de
nuestra vocación, el envío, y unirnos
cada vez más, por la oración y la gracia, a Aquél que nos envía y que
nos llamó porque quiso para estar con Él (cf. Mc 3,13).
Sólo cuando se tiene el corazón
firmemente enraizado en la comunión vital, existencial, orante, con Jesucristo,
se es Apóstol. Si se tomase el
apostolado como un juego, un entretenimiento, algo pasajero que se puede tomar
y dejar cuando nos conviene, y que en cuanto pide más tiempo o exigencia en
nuestra vida rechazamos, estaríamos muy lejos de haber entendido el
sentido misional y apostólico de nuestro Bautismo.
Y es que el apostolado sólo puede
ser cruz, pero cruz gloriosa, donde morimos y resucitamos con Cristo fecundando
nuestra vida entregada el apostolado emprendido. La Cruz gloriosa es el sitio
donde encontramos la vida y donde la vida queda iluminada, adquiere nuevo
sentido y plenitud. Sin miedo a ella, afianzados en ella, porque ahí
encontramos la Vida, sin rehusarla, sin rebelarnos contra ella. La cruz que el
Señor nos regala para que vivamos en el Amor de Cristo, desnudo, sin nada, sólo
crucificados con Cristo.
Ahí, las
dificultades del apostolado, nos dan vida.
Javier
Sánchez Martínez
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