Cuando veamos el rostro de Dios
en el Cielo, si por su misericordia somos salvos, no tendremos que ir a ningún
lugar. El Hacedor está en todas partes. Su rostro será visible en cualquier
lugar del universo. Aunque nuestras almas no estarán en ningún lugar del
universo; simplemente, existirán.
Los velos se correrán y veremos
el rostro del Creador. Ahora bien, entre mi inteligencia y Dios habrá un algo.
Del mismo modo que entre mi inteligencia y un árbol que miro, está la luz que
rebota sobra el árbol. Sin esa luz, el árbol sería invisible.
Así también, entre Dios y yo habrá un algo que no será luz material,
pues Dios no tiene cuerpo, pero que sí podemos calificar de luz inmaterial. Esa
luz será completamente necesaria, porque de otra manera mi inteligencia no
podría captar el objeto conocido que es el Ser Infinito.
P.
FORTEA
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