viernes, 14 de noviembre de 2014

CATÓLICA POR UNIVERSAL


El nuevo Pentecostés, como recuerda Santa Teresa de Jesús, tendrá sólo un idioma, el amor.

En una misa católica británica, se pide durante la oración de los fieles por el Papa y por la Reina, por este orden. Sintetiza el pensamiento del Santo Tomás Moro -«soy un fiel servidor del Rey, pero primero de Dios»-. Se marca así la precedencia, no excluyente, de lo católico sobre lo cristiano. Teológicamente es un absurdo pero tiene una dimensión identitaria fortísima y en el caso inglés una explicación histórica muy sencilla.

Esto mismo hace que oigamos con frecuencia el uso y abuso del término cristiano sobre el adjetivo católico. Incluso en ámbitos religiosos y cultos. La pretensión es restar peso a la carga identitaria. Evitar el conflicto, por lo menos semántico. Sin embargo esquivar la denominación, no deja de esconder una ignorancia.

Porque renunciamos no sólo a afirmar que la Iglesia romana está pastoreada por el sucesor de Pedro, único eslabón con Jesús, sino también a la vocación de abrazo a una humanidad sin exclusiones y sin condiciones. Por lo tanto si algo nos debe de diferenciar de otras denominaciones cristianas vinculadas a realidades nacionales o poderes terrenales, es la llamada universal, precisamente la condición de católico. O lo que es lo mismo, la vocación por encima de la identidad. Lo segundo nos habla de separación, frente a confesiones cristianas no católicas. Lo primero nos llama al encuentro.

Sin embargo el futuro de la Iglesia sólo depende de su fidelidad a la segunda acepción, a su propia vocación. Y no sólo porque fuera el mandato directo de Cristo -«haced discípulos de todas las naciones»- sino porque está en la misma naturaleza de la Iglesia por Él fundada. Así la Iglesia supera la condición de Babel y su torre ininteligible para abrirse a la humanidad entera en una única llamada. El nuevo Pentecostés, como recuerda Santa Teresa de Jesús, tendrá sólo un idioma, el amor.

Por los continuos viajes que realizo entre continentes, algunos de ellos con pocas horas de diferencia, he vivido esa realidad vibrante de la Iglesia global presente en comunidades locales que leen el Evangelio en decenas de idiomas pero que cada domingo es el mismo en Hong-Kong, Rio de Janeiro o Viena. Hay una unidad admirable en los usos, criterios e interpretaciones aquí o allá, por distintas que sean las circunstancias. Sin desconocer las realidades particulares, que la Iglesia articula con exquisita prudencia sobre el principio de subsidiariedad, existe una continuidad en la vida de fe de millones de personas pertenecientes a realidades sociales diametralmente opuestas. Es la pretensión de la unidad de la Iglesia que es su aspecto más vulnerable, por ser el más esencial -«Padre, que todos sean uno como nosotros»-.

El mensaje católico de salvación, no proclama una ideología infalible, una mayoría social, ni una moral exacta, sino la salvación del hombre por el Hombre, a través a la Encarnación. Por su condición de imagen de Dios, por su capacidad de caerse y levantarse, por su dignidad recobrada. Es lo único que nos recuerda la Iglesia de Cristo, desde Roma y siempre católica por universal.

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