Nuestra natural tendencia humana…, siempre nos impulsa a que se realice
ante todo nuestra voluntad y esta tendencia no solo es fruto solo de nuestra
relación humana con los demás, sino sobre todo y ante todo con nuestra
relaciones con el Señor. Y no es óbice para ello, que estemos rezando
diariamente o al menos con cierta frecuencia el Padrenuestro, en el que
decimos: “…hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo,…” Bien
sea, porque esto lo decimos mecánicamente y no reparamos en la trascendencia de
lo que decimos, o bien si reparamos en ella, no reparamos lo suficiente para
darnos cuenta de la absoluta trascendencia de esta frase.
Hemos de partir de la base y no olvida nunca, de cuál es la grandeza de
Dios y su ilimitada condición de que dispone, sobre todo en lo que esto afecta,
a su esencia y a sus atributos. Nada existe en el universo o fuera de él, si es
que algo existe, que no haya sido creado por Él, sea en su propio orden
espiritual o en el orden de la materia, por Él creado u otro orden que pueda
existir y del cual no tengamos noticia alguna. Dios es el Todo de todo mientras
que nosotros aunque por nuestra soberbia nos cueste reconocerlo, somos la nada
de la nada.
Y este Ser tan omnipotente, omnisciente, omnipresente, omnicreador y
todos los omnis… que nos podamos imaginar, Ser simplísimo cuya esencia es el
amor y solo el amor: “16 Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios
es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en É1. 17 La señal
de que el amor ha llegado a su plenitud en nosotros, está en que tenemos plena
confianza ante el día del Juicio, porque ya en este mundo somos semejantes a él.”. (1Jn 4,16-17). Y de este
maravilloso Ser que es nuestro Dios uno y trino, somos más de uno los que
estamos locamente enamorados de su amor. El fuego de la zarza ardiendo que
nunca se consumía y que movido a Moisés en Horeb, es el mismo fuego que Dios ha
prendido en muchos corazones de nosotros, es ese fuego el que nos mueve a
comprender que todo lo que no sea, cumplimentar su voluntad en este mudo, es
estar perdiendo el tiempo que ya ha pasado y si se persiste en el mismo camino,
es perderse lo que San Pablo nos refirió, acerca de lo que les espera a
aquellos que acepten el amor que Dio nos tiene y le correspondan.
Nosotros somos unas soberbias e ignorantes criaturas que no tomamos
conciencia de lo que es el amor que Dios nos tiene, inexplicablemente para
muchos de nosotros y en especial a los ángeles, que nos contemplan atónitos de
que seamos capaces de ofender a Dios y perdernos lo que nos decía San Pablo; “1 ¿Hay que seguir
gloriándose? Aunque no esté bien, pasaré a las visiones y revelaciones del Señor.
2 Conozco a un discípulo de Cristo que hace catorce años –no sé si con el
cuerpo o fuera de él, ¡Dios lo sabe!– fue arrebatado al tercer cielo. 3 Y sé
que este hombre –no sé si con el cuerpo o fuera de él, ¡Dios lo sabe!– 4 fue
arrebatado al paraíso, y oyó palabras inefables que el hombre es incapaz de
repetir. 5 De ese hombre podría jactarme, pero en cuanto a mí, sólo me glorío
de mis debilidades”.(2Co 12,1-4). Y este arrebato que seguramente debió de ser una visión
hay que añadirle lo que ya dijo también a los corintios en su primera epístola
a ellos: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar,
cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman”.(1Co 2,9).
Si aceptamos lo anteriormente escrito como una realidad evidente, hemos
de aceptar que Dios nos ama de tal forma que su voluntad sobre y para nosotros
es una continua fuente de bienes, si es que sabemos aceptarlos. Dios sabe en
todo momento, que es lo que más nos conviene y trata de encauzar nuestro libre
albedrío, hacia la obtención de ese fin, que es lo mejor para nosotros, aunque
no lo entendamos ni lo comprendamos. Pero nosotros con una estrecha mente que
no discurre de aquí a la pared de enfrente no vemos y la mayoría de las veces
ni siquiera intuimos, que es lo que más nos conviene.
Hace unos días estaba en una sala de urgencia de un gran hospital,
esperando la habitación que me estaban preparando para ingresarme y veía
asombrado la docilidad de los pacientes que allí llegaban asustados por sus dolencias
y dispuestos aceptar las indicaciones, no ya de las enfermeras que llevaban un
distintivo de color azul, sino la de una simples auxiliares para trabajos de
limpieza y mantenimiento que llevaban un distintivo de color rojo y actuaban
como si fueran doctoras con muchos años de experiencia y es que aquí como en
todas partes se cumple un principio que rige en la administración española y
que dice. “Si quieres conocer a fulanillo, dale un carguillo”. Y es así,
a todos se nos sube el cargo a la cabeza y dándose uno la importancia que le
pide su soberbia, inmediatamente se excede en sus competencias.
Pero volviendo a la sala de urgencias, lo que más me asombraba era la
docilidad de los pacientes, dispuestos a aceptar, todos los pinchazos
hipodérmicos que, aunque no soy un entendía veía que no eran muchas veces
innecesario, como tampoco el trato que se le daba a muchos pobres enfermos
asustados por sus dolencias y a los familiares que estaban en otra sala y a los
que no se les permitía ni siquiera hablar por teléfono con su doliente
familiar. Había mucha falta de amor fraterno por parte de algunos facultativos,
que no se molestan en dar explicaciones, porque creen o entienden que son
personas, sin formación universitaria, y que no se van a enterar. Y todo esto a
mí personalmente no me afectaba, era un espectador al que le dolía el trato que
se le daba a determinadas personas. y no por los facultativo, sino por parte
del personal auxiliar, que me parece que les acababan de regalar un carguillo.
Estuve internado cinco días y aprovecho la ocasión de expresarles mi
agradecimiento a todos los que me trataron.
Pero todo eso viene a cuento, de que viendo lo que ya he referido,
pensaba yo, acerca de cuanto estamos dispuestos hacer y soportar para no perder
nuestro cuerpo, y que poco es nuestro empeño en cuidar nuestra alma. Escribe
Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre, unas estrofas acerca del
valor de lo espiritual sobre lo material que aquí vienen a cuento:
Si fuese en nuestro poder
tornar la cara fermosa corporal,
como podemos hazer el ánima gloriosa angelical,
¡qué diligencia tan viva tuviéramos toda hora, y tan presta,
en componer la cativa, dexándonos la señora descompuesta!
como podemos hazer el ánima gloriosa angelical,
¡qué diligencia tan viva tuviéramos toda hora, y tan presta,
en componer la cativa, dexándonos la señora descompuesta!
¡Ojalá! todo el mundo acudiese a un Sagrario a santificar su alma
curándola de sus enfermedades espirituales con la misma rapidez que se acude a
una urgencia en un hospital, que la mayoría de las veces se usa la urgencia por
tonterías y aprehensiones, porque el temor a la muerte es una tenaza que más
aprieta a los que están más lejos de Dios.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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