San Francisco de Asís nació en el siglo XII. Era hijo de un rico
comerciante. De joven le sobraba el dinero, aunque los negocios no le llamaban
mucho la atención. Prefería pasar el tiempo con los amigos gastando el dinero.
Como buen contemporáneo de la época, gustaba de dar grandiosas limosnas a los
más necesitados
Noticia digital (03-X-2014)
Con 20 años, su pueblo y el de Perugia entraron en guerra. Él salió a
combatir por su ciudad y cayó preso. Pasó un año en la cárcel. Fue en su
periodo de reclusión cuando empezó su transformación. Se dio cuenta de que no
podía seguir con la vida que llevaba. Al salir de la cárcel, regresó a Asís, se
compró los utensilios militares más lujosos, y marchó de nuevo a combatir por
su ciudad. De camino a la guerra se encontró con un pobre soldado desarmado. Le
regaló todo su equipo recién comprado. Esa noche sintió en sueños que volvía a
tener las mejores armaduras, mejores que las que él había comprado y que luego
había regalado al pobre soldado; eran unas armaduras para enfrentarse a los
enemigos del espíritu.
Volvió a Asís y cayó enfermo. Oyó una voz que decía: «¿Por qué dedicarse
a servir a los jornaleros, en vez de consagrarse a servir al Jefe Supremo de
todos?» Francisco cambió de vida. Dejó de salir con sus amigos y se volvió
silencioso y reflexivo. La gente pensaba que estaba enamorado y él contestaba
que así era, estaba enamorado «de la novia más fiel y más pura y santificadora
que existe». Francisco se había enamorado de la pobreza, de la misma pobreza de
Jesús.
BESOS A UN LEPROSO
Un día, en el campo, se encontró con un leproso y su visión le
horrorizó. Una moción interna le llevó a pensar que si nunca luchamos contra
nuestros instintos nunca seremos santos. Francisco se detuvo y besó las llagas
del leproso. Al finalizar logró conseguir de Dios una gran fuerza para dominar
sus instintos y poder sacrificarse siempre a favor de los demás. Tras este
suceso comenzó a visitar a los pobres y los enfermos, entregándoles todo lo que
llevaba.
Un día, rezando ante el crucifijo de la iglesia de San Damián, creyó oír
que Cristo le decía «Francisco, tienes que reparar mi casa, porque está en
ruinas». Él creyó que se refería a las paredes de la iglesia de San Damián. Fue
al comercio de su padre, vendió varias telas y con el dinero fue al párroco
para arreglar la iglesia. El párroco no lo aceptó porque sabía que era el
dinero de su padre. Aun así el padre de Francisco entró en cólera y desheredó a
su hijo. Éste le entregó la ropa que llevaba y desde entonces empezó a vestir,
hasta su muerte, con una túnica de jornalero.
Después del enfrentamiento con su padre, se dedicó a mendigar y pedir
limosnas para reconstruir la capilla de San Damián. A pesar de las burlas de
sus antiguos vecinos consiguió el dinero para arreglar la pequeña capilla, que
empezó a llamarse La Porciúncula, y se quedó a vivir allí. Fue entonces cuando
empezó su comunidad.
EL SUEÑO DEL PAPA
El 24 de febrero de 1209 sintió la llamada a la predicación. Francisco
pasó de ser ermitaño a ser apóstol. Salió por los caminos descalzo y sin más
pertenencias que su túnica ceñida con una cuerda. Pronto se le sumaron varios
compañeros. Francisco predicaba la pobreza y proponía un modelo de vida
sencillo basado en el Evangelio. Cuando el grupo aumentó hasta 12 personas se
fueron a Roma a pedir que el Papa aprobara su comunidad. Al principio hubo
dificultades y la Santa Sede se resistía a la aprobación. Todo se resolvió
cuando un cardenal dijo: «No les podemos prohibir que vivan como lo mandó
Cristo en el evangelio». Inocencio III aprobó la nueva congregación. Además, el
Papa había soñado por aquellos días que la Iglesia se desmoronaba y que había
dos hombres que ponían el hombro para sostenerla. Uno era san Francisco de
Asís, fundador de los franciscanos, y el otro era santo Domingo, fundador de
los dominicos.
Con la aprobación de la Iglesia, Clara, una devota joven de Asís, se
escapó de casa y decidió seguir la vida de los franciscanos, una vida de
pobreza, oración y santa alegría. Clara y Francisco fundaron entonces otra
orden, las clarisas.
Francisco se retiró 40 días al monte a orar. Tanto meditó sobre las
heridas de Cristo que a él también se le empezaron a formar en su cuerpo. Los
estigmas de Cristo le acompañaron de por vida. Oración y evangelización.
Francisco difundía a Cristo con alegría y la gente que le escuchaba se quedaba
maravillada de su doctrina.
La presencia de Francisco le era grata hasta a los animales y las
bestias del campo. Las golondrinas le acompañaban en su predicación y una mirla
le despertaba por la noche cuando le tocaba hacer oración. Conejos y otros
animales del campo le acompañaban.
CUSTODIO DE LOS SANTOS LUGARES
Después de visitar Egipto para intentar evangelizar al sultán, cosa que
no consiguió, se fue hasta Tierra Santa a visitar los lugares por los que pasó
Jesucristo en la Tierra. En recuerdo de este viaje, son los franciscanos los
que custodian los Santos Lugares. El viaje por Egipto le pasó factura. El sol del
desierto y una pobre protección hicieron que el santo italiano se quedara
prácticamente ciego.
MUERTE EN LA PORCIÚNCULA
San Francisco, a la edad de 44 años, era consciente de que le quedaban
pocos días de vida y quiso pasarlos en la Porciúncula. Se instaló en una
pequeña cabaña cercana a la capilla. Murió el 3 de octubre de 1226. Miles de
personas se acercaron a contemplar los estigmas que cubrían el cuerpo sin vida
de san Francisco de Asís. Fue canonizado dos años después de su muerte por el
Papa Gregorio IX.
José Calderero
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