miércoles, 8 de octubre de 2014

¿SABÍA UD. QUE TAMBIÉN LAS CAMPANAS SON BAUTIZADAS?


Después de conocer un poco la historia de las campanas, tanto el instrumento de sonido en sí (pinche aquí para recordarlo), como luego de las campanas que colgadas de un campanario animan la vida cotidiana de todos los pueblos con iglesia (pinche aquí para hacer lo propio), toca hoy conocer una práctica muy extendida en la vida de la Iglesia cual es la que se da en llamar “bautismo de campanas” y técnicamente es la “Benedictio Signi vel Campanae” (“Bendición de los signos o campanas”), el acto mediante el cual la campana es bendecida y hasta recibe un nombre. En el bien entendido que sólo es de aplicación a campanas de uso eclesiástico, y ello aun cuando el procedimiento provea también de una bendición simple para campanas de otros usos.

La práctica de dar nombre a las campanas comienza, según el gran cronista de la Iglesia Baronio al que también un día hemos de dar entrada en esta columna, con la dedicación de una campana a San Juan Bautista por el Papa Juan XIII en el año 969, si bien consta de la utilización de rituales similares previos en tiempos de los monarcas carolingios y en el episcopado de Egberto de York (m. 766). Algunos ordinales españoles del s. VII y hasta anteriores recogen un rito diferente, sin lavados ni unciones, aunque sí exorcismos y oraciones del Pontifical Romano.

El ritual está reservado al obispo o a sacerdote especialmente facultado, quien, acompañado por un clérigo ayudante y ataviado de la capa pluvial blanca, comienza recitando siete Salmos, los números 50, 53, 56, 66, 69, 85 y 129. Luego mezcla agua con sal, sobre las que recita un exorcismo análogo al recitado en la preparación del agua bendita, con especial referencia a las consecuencias atmosféricas -tormentas, relámpagos- a las que estará sometida la campana a la intemperie.

Con el agua así preparada se lava la campana por dentro y por fuera, mientras se canta el salmo 148 titulado “Laudate Dominum de coelis” y otros cinco de contenido similar. Haciendo con el pulgar de la mano derecha sobre la campana, se unge el exterior de la campana con el aceite de los enfermos en siete puntos, y el interior en cuatro, mientras se reza:

“Sanctificetur et consecratur, Domine, signum istud.
In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. In honorem Sancti N. Pax tibi”. (Santifica y consagra Señor, esta campana. En el nombre del Padre, y del Hijo y del espíritu Santo. En honor de San (lo que sea), la paz sea contigo”

Las oraciones acompañantes hacen mención de las trompetas de plata de la Antigua Ley y de la caída de los muros de Jericó, mientras se pide una vez más la protección contra los poderes del aire y se anima a los fieles a refugiarse bajo el signo de la cruz.

Por último, el incensario con incienso y mirra se coloca bajo de la campana para que el humo llene su interior. Le sigue otra oración y la ceremonia finaliza con la lectura del pasaje del Evangelio de Lucas sobre Marta y María.

“Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Al fin, se paró y dijo: ‘Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude’. Le respondió el Señor: ‘Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada’” (Lc. 10, 38-42)

La bendición de campanas es uno de los puntos cuestionados por la Reforma Protestante por su posible confusión con el sacramento del bautismo de personas. Pero lo cierto es que aparte determinadas similitudes como la concesión del nombre y los exorcismos, es clara su diferencia en la forma, la finalidad y la solemnidad, por lo que suena a polémica hueca. Dicho todo lo cual, me despido por hoy de Vds. deseándoles como siempre que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos.

Luis Antequera

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