El Papa Francisco visitó la Curia
General de los jesuitas, el 27 de septiembre. Rezó vísperas con ellos y
pronunció unas palabras luminosas. Luminosas para los jesuitas a los que se
dirigía directamente y luminosas también para los Religiosos que vivimos en
Europa. He dicho Europa, porque es la realidad en que vivo con entusiasmo y con
pena.
Las mediaciones, en la historia,
siempre son frágiles. Algunas veces perversas.
La historia de la disolución de
la Compañía de Jesús tuvo distintas etapas: Pombal destruye las distintas
provincias jesuiticas en Portugal en 1759. En 1761 sucede lo mismo en Francia.
En España en 1760. Por fin el 21 de julio de 1773 el Papa Clemente XIV firme el
decreto de la disolución de la Compañía.
Lo que el Papa Francisco destaca
para sus hermanos es la actitud del P.Ricci, General de la Compañía. Dice el
Papa: “En tiempos de tribulaciones y turbación se levanta siempre un
polvareda de dudas y de sufrimientos y no es fácil seguir adelante, proseguir
el camino. Sobre todo en los tiempos difíciles y de crisis llegan tantas
tentaciones: detenerse a discutir ideas, dejarse llevar por la desolación,
concentrarse en el hecho de ser perseguidos y no ver nada más.
Leyendo las cartas del P. Ricci
me impresionó una cosa: su capacidad para no dejarse sujetar por estas
tentaciones y de proponer a los jesuitas, en tiempo de turbación, una visión de
las cosas que los arraigaba aún más en la espiritualidad de la Compañía”.
En este tiempo los jesuitas
experimentaron la muerte y la resurrección. Incluso cuando perdieron su
identidad pública, no opusieron resistencia a la voluntad de Dios. Obedecieron.
Vivieron la humillación con Cristo humillado. “Nunca de salva uno del conflicto
con la astucia y con estratagemas para resistir. En la confusión y ante la
humillación, la Compañía prefirió vivir el discernimiento de la voluntad de
Dios…
No es jamás la aparente
tranquilidad la que satisface a nuestros corazones, sino la verdadera paz que
es un don de Dios. Nunca se debe buscar la <> fácil, ni se deben practicar fáciles
<>. Solo el discernimiento nos salva del verdadero
desarraigo, de la verdadera<> del corazón, que es el
egoísmo, la mundanidad, la pérdida de nuestro horizonte, de nuestra esperanza
que es Jesús, que es solo Jesús”.
La compañía, incluso ante su
propio final, se mantuvo fiel a su carisma: “La compañía, incluso ante su
propio final, se mantuvo fiel a la finalidad para la que fue fundada. Por eso
Ricci concluye con una exhortación a mantener vivo el espíritu de caridad, de
unión, de obediencia, de paciencia, de sencillez evangélica, de verdadera
amistad con Dios. Todo lo demás es mundanidad. Que la llama de la mayor gloria
de Dios nos atraviese también hoy, quemando toda complacencia y envolviéndonos
en una llama que llevamos dentro, que nos concentra y nos expande, nos
engrandece y nos hace pequeños”.
Como Tobías después de la
oración, la compañía recibe su ángel Rafael: Pío VII.
Hoy, la mayor parte de los
religiosos de Europa y de otras regiones, nos encontramos en una situación
similar a la Compañía recién restaurada. Pocos y de bastante edad. Este
discurso del Papa ¿Será ocasión para un discernimiento sincero? Aquellos jesuitas,
pocos, ancianos y enfermos hicieron una gran Compañía. “Nuestros hermanos
jesuitas en la supresión fueron fervientes en el espíritu y en el servicio del
señor, gozosos en la esperanza, constantes en la tribulación, perseverantes en
la oración. (Rm 12:13) Y ello dio honor a la Compañía, no ciertamente
los encomios de sus méritos. Así será siempre”… “La compañía reconstruida por
mi predecesor Pío VII estaba integrada por hombres valientes y humildes en su
testimonio de esperanza, de amor y de creatividad apostólica, la del Espíritu”…
En 1814, en el momento de la restauración, los jesuitas eran un pequeño rebaño,
una<>, que sin embargo se sentía investido,
después de la prueba de la cruz, con la gran misión de llevar la luz del
Evangelio hasta los confines de la tierra… La identidad del jesuita es la de un
hombre que adora solo a Dios y ama y sirve a su hermanos, mostrando con el
ejemplo, no solo en qué cree, sino también en qué espera y quién es Aquel en
quien ha puesto su confianza (2 Tm 1, 12).”
¿Nos falta a los Religiosos
reconocer nuestros pecados, volver a Jesucristo Esposo y desde aquí llegar a las
periferias? Lamentarnos, buscar excusas es lo mundano. Imposible remar hacia
delante cuando se pierde la identidad carismática.
Termina
el Papa con una alusión a la Virgen tan querida por Ignacio: “La Bula de Pío
VII que reconstituyó la Compañía fue firmada el 7 de agosto de 1814 en la
Basílica de Santa María la Mayor, donde nuestro santo padre Ignacio celebró su
primera Eucaristía, en la Nochebuena de 1538. María, nuestra Señora, Madre de
la Compañía, estará conmovida por nuestros esfuerzos por estar al servicio de
su Hijo. Ella nos custodie y nos proteja siempre”.
Julio
Sáinz Torres
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