La tierra es nuestro hogar, pero no es nuestra
creadora, ni vela por nosotros, simplemente está allí, en don.
¿Hay que ver por “la tierra”? Sí, sin duda, porque es parte de la
creación, la cual debemos saber “contemplar y cuidar como casa de todos los seres
vivos y matriz de la vida del planeta, a fin de ejercitar responsablemente el
señorío humano sobre la tierra y los recursos, para que pueda rendir todos sus
frutos en su destinación universal, educando para un estilo de vida de
sobriedad y austeridad solidarias”.
Esta es la orientación razonable, que se presentó en la reunión de “Aparecida”, Brasil, en 2007, en la cual el actual Papa Bergoglio presidió la Comisión Central de Redacción, junto con el cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga y Mons. Carlos Aguiar Retes.
La tierra es nuestro hogar, pero no es nuestra creadora, ni “vela” por nosotros, simplemente está allí, en donde Dios la puso y como Él la creó. Aquellos que hablan de “la madre tierra”, como si fuera una persona, un ser con espíritu, con voluntad propia, se equivocan soberanamente.
“La tierra” es un conjunto de materia, con leyes que la gobiernan que no provienen de ella misma, sino de su creador, Dios. La tierra no es madre de nadie, es hogar de muchos seres vivos: plantas, animales y personas humanas. Pero la tierra misma no tiene vida, tampoco voluntad o poder alguno. No le debemos a este planeta absolutamente nada, ya que no es persona, no hace más que seguir las reglas que le fueron diseñadas e impuestas por Dios.
Esto es importante por la deificación que se hace de nuestro planeta de parte de algunos grupos con ideas extravagantes. Lo malo es que hay personas que ingenua y entusiastamente le rinden pleitesía, incluso hasta llegar a posiciones realmente fanáticas. No tiene sentido alguno, y eso debe preocuparnos.
Igualmente se habla de otra madre que no puede ser tal, y que es una versión más amplia, que abarca digamos la creación material entera: ¡la “madre naturaleza”! No hay tal, la naturaleza es el conjunto de obras de la creación de Dios; no siendo persona, sin poder, sin vida propia, sin voluntad, tampoco es madre de nadie.
Detrás de la promoción de estas deificaciones, pues son tales, de la tierra y de la naturaleza, hay intereses reales, no son simples ingenuidades, aunque en principio en algunos casos sí lo fueron. La intención de los promotores es perversa, de trata de sustituir la visión de una deidad creadora, centro de las religiones mayores del mundo por una visión terrenal, sin Dios y por tanto sin religión, pues no haya relación con esa persona-divinidad, a quien llamamos Dios y con términos propios en otros idiomas.
De hecho, se sustituye al Dios personal por diversas personalidades supuestamente poderosas, espíritus capaces de regir la vida del mundo. Pero esas personalidades son cosas o fenómenos naturales, como la luna, el relámpago, o la aurora boreal. Estos “espíritus” son a su vez supuestamente contactados por brujos, chamanes o sacerdotes y sacerdotisas que controlan voluntades humanas, y hasta del mundo del espíritu, de las tinieblas, de las profundidades del mal.
Esto de la madre tierra no es tan simple, conlleva muchas cosas, hasta llegar a sustituir las religiones de un Dios personal, por una supuesta religiosidad universal, con sus propios mandamientos terrenales, no provenientes de la voluntad de Dios, sino como convenciones de la gente para convivir “en armonía con la naturaleza”.
Por iniciativa de los promotores de esta religiosidad mundana, terrenal, la de la madre tierra o la madre naturaleza, las mismas Naciones Unidas proclamaron un “día de la Tierra”, el 22 de abril, y justificaron el uso de la expresión “Madre Tierra”, como "una expresión común utilizada para referirse al planeta Tierra en diversos países y regiones, lo que demuestra la interdependencia existente entre los seres humanos, las demás especies vivas y el planeta que todos habitamos", esto en la Resolución 63/278 de la Asamblea General.
No podemos caer en este juego anti-Dios, con la aceptación de ese tema de la “madre tierra”, que parece, porque así se maneja, como algo poético, espiritual, de alto contenido humano y de comprensión responsable del valor del planeta en que habitamos.
Entre los promotores del culto (aunque no se le llame así) a la madre tierra, está el New Age (que por cierto no tiene nada de “new”).
Hay que estar alerta, sobre todo con los niños, a quienes fácilmente se les puede convencer de esta pseudo-espiritualidad del culto a la “madre tierra”, o a la “madre naturaleza”, pues les llevaría a una torcida interpretación de la religiosidad, de la divinidad personal de un Dios creador omnipotente y misericordioso. Celebrar a la madre tierra es el camino para trastocar la religión como una auténtica relación con Dios y con los demás seres espirituales, con las personas de cuerpo y alma, sujetos de Dios.
Esta es la orientación razonable, que se presentó en la reunión de “Aparecida”, Brasil, en 2007, en la cual el actual Papa Bergoglio presidió la Comisión Central de Redacción, junto con el cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga y Mons. Carlos Aguiar Retes.
La tierra es nuestro hogar, pero no es nuestra creadora, ni “vela” por nosotros, simplemente está allí, en donde Dios la puso y como Él la creó. Aquellos que hablan de “la madre tierra”, como si fuera una persona, un ser con espíritu, con voluntad propia, se equivocan soberanamente.
“La tierra” es un conjunto de materia, con leyes que la gobiernan que no provienen de ella misma, sino de su creador, Dios. La tierra no es madre de nadie, es hogar de muchos seres vivos: plantas, animales y personas humanas. Pero la tierra misma no tiene vida, tampoco voluntad o poder alguno. No le debemos a este planeta absolutamente nada, ya que no es persona, no hace más que seguir las reglas que le fueron diseñadas e impuestas por Dios.
Esto es importante por la deificación que se hace de nuestro planeta de parte de algunos grupos con ideas extravagantes. Lo malo es que hay personas que ingenua y entusiastamente le rinden pleitesía, incluso hasta llegar a posiciones realmente fanáticas. No tiene sentido alguno, y eso debe preocuparnos.
Igualmente se habla de otra madre que no puede ser tal, y que es una versión más amplia, que abarca digamos la creación material entera: ¡la “madre naturaleza”! No hay tal, la naturaleza es el conjunto de obras de la creación de Dios; no siendo persona, sin poder, sin vida propia, sin voluntad, tampoco es madre de nadie.
Detrás de la promoción de estas deificaciones, pues son tales, de la tierra y de la naturaleza, hay intereses reales, no son simples ingenuidades, aunque en principio en algunos casos sí lo fueron. La intención de los promotores es perversa, de trata de sustituir la visión de una deidad creadora, centro de las religiones mayores del mundo por una visión terrenal, sin Dios y por tanto sin religión, pues no haya relación con esa persona-divinidad, a quien llamamos Dios y con términos propios en otros idiomas.
De hecho, se sustituye al Dios personal por diversas personalidades supuestamente poderosas, espíritus capaces de regir la vida del mundo. Pero esas personalidades son cosas o fenómenos naturales, como la luna, el relámpago, o la aurora boreal. Estos “espíritus” son a su vez supuestamente contactados por brujos, chamanes o sacerdotes y sacerdotisas que controlan voluntades humanas, y hasta del mundo del espíritu, de las tinieblas, de las profundidades del mal.
Esto de la madre tierra no es tan simple, conlleva muchas cosas, hasta llegar a sustituir las religiones de un Dios personal, por una supuesta religiosidad universal, con sus propios mandamientos terrenales, no provenientes de la voluntad de Dios, sino como convenciones de la gente para convivir “en armonía con la naturaleza”.
Por iniciativa de los promotores de esta religiosidad mundana, terrenal, la de la madre tierra o la madre naturaleza, las mismas Naciones Unidas proclamaron un “día de la Tierra”, el 22 de abril, y justificaron el uso de la expresión “Madre Tierra”, como "una expresión común utilizada para referirse al planeta Tierra en diversos países y regiones, lo que demuestra la interdependencia existente entre los seres humanos, las demás especies vivas y el planeta que todos habitamos", esto en la Resolución 63/278 de la Asamblea General.
No podemos caer en este juego anti-Dios, con la aceptación de ese tema de la “madre tierra”, que parece, porque así se maneja, como algo poético, espiritual, de alto contenido humano y de comprensión responsable del valor del planeta en que habitamos.
Entre los promotores del culto (aunque no se le llame así) a la madre tierra, está el New Age (que por cierto no tiene nada de “new”).
Hay que estar alerta, sobre todo con los niños, a quienes fácilmente se les puede convencer de esta pseudo-espiritualidad del culto a la “madre tierra”, o a la “madre naturaleza”, pues les llevaría a una torcida interpretación de la religiosidad, de la divinidad personal de un Dios creador omnipotente y misericordioso. Celebrar a la madre tierra es el camino para trastocar la religión como una auténtica relación con Dios y con los demás seres espirituales, con las personas de cuerpo y alma, sujetos de Dios.
Por: Salvador I. Reding Vidaña
No hay comentarios:
Publicar un comentario