martes, 7 de octubre de 2014

«NI CATASTROFISMO NI ABDICACIÓN; LA FAMILIA ES UNA VERDAD MEDICINAL», PROCLAMA EL CARDENAL ERDÖ


La Relación previa a la discusión en el Sínodo de los obispos, presentada el lunes por la mañana por el cardenal Peter Erdö, Relator General y arzobispo de Budapest, introduce los trabajos del Sínodo, destacando los puntos principales sobre los que se desarrollará la discusión en el aula.

En este Sínodo se da una novedad: la Relación ya incluye las intervenciones escritas de los Padres Sinodales , enviadas a la Secretaría general del Sínodo antes del inicio de los trabajos.

El texto inicial del cardenal Erdö invita a mirar a la familia con esperanza y misericordia, anunciando su valor y su belleza, ya que, a pesar de las muchas dificultades, no es un “modelo fuera de curso”.

Vivimos en un mundo solamente de emociones, dice el cardenal, en el que la vida “no es un proyecto, sino una serie de momentos” y “el compromiso estable parece temible” para el ser humano al que el individualismo ha hecho muy frágil.

Pero es precisamente aquí, frente a estos “signos de los tiempos” que el evangelio de la familia se presenta como un “remedio”, una “verdad medicinal”, que hay que proponer colocándose en el lugar de aquellos a quienes más “les cuesta” reconocerla como tal y vivirla.

No, por lo tanto, al “catastrofismo o a la abdicación” dentro de la Iglesia: “Existe un patrimonio de fe claro y ampliamente compartido”.

Por ejemplo, las formas ideológicas tales como la teoría del gender [en español se suele llamar la "ideología de género"; nota de ReL] o la equiparación de las uniones homosexuales con el matrimonio entre hombre y mujer no gozan de consenso entre la gran mayoría de los católicos, mientras que el matrimonio y la familia siguen considerándose ampliamente vistos como un “patrimonio” de la humanidad, que se debe proteger, promover y defender. Ciertamente, entre los creyentes, la doctrina es a menudo poco conocida o practicada, pero “esto no significa que se ponga en tela de juicio”.

Esto vale, en particular, en lo que se refiere a la indisolubilidad del matrimonio y su sacramentalidad entre los bautizados.

No se cuestiona la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio en cuanto tal, es más, queda incontestada y en gran parte es observada en la praxis pastoral de la Iglesia con las personas que han fracasado en su matrimonio y que buscan un nuevo inicio.

Por lo tanto, en este Sínodo no se discute sobre las cuestiones doctrinales, sino sobre las cuestiones prácticas —inseparables, por otro lado, de las verdades de la fe—, de naturaleza exquisitamente pastoral.

De ahí, la necesidad de una mayor formación, especialmente para los novios, para que sean plenamente conscientes tanto de la dignidad sacramental del matrimonio, basado en la “unicidad, fidelidad y fecundidad”, tanto de su ser “una institución de la sociedad”.

Aunque amenazado por “factores disgregadores”, tales como el divorcio, el aborto, la violencia, la pobreza, el abuso, “la pesadilla” de la precariedad, el desequilibrio causado por las migraciones- explica el cardenal Erdö- la familia es siempre una “escuela de humanidad”: “La familia es casi la última realidad humana acogedora en un mundo determinado casi exclusivamente por las finanzas y la tecnología. Una nueva cultura de la familia puede ser el punto de partida para una renovada civilización humana”.

Por eso, prosigue el purpurado, la Iglesia sostiene a la familia concretamente, incluso si dicha ayuda “no puede prescindir de un compromiso eficaz de los Estados” en la tutela y promoción del bien común, mediante políticas adecuadas. Refiriéndose luego a los que viven en situaciones maritales difíciles, el cardenal Erdö hace hincapié en que la iglesia es una “casa paterna” para ellos y con ellos es necesaria “una acción de pastoral familiar renovada y adecuada” sobre todo para que se sientan amados por Dios y por la comunidad eclesial, en una perspectiva misericordiosa que no cancele sin embargo, “la verdad y la justicia”.

La misericordia, por lo tanto, tampoco anula los compromisos que nacen de las exigencias del vínculo matrimonial. Éstos siguen subsistiendo incluso cuando el amor humano se ha debilitado o ha cesado. Esto significa que, en el caso de un matrimonio sacramental (consumado), después de un divorcio, mientras el primer cónyuge siga con vida, no es posible un segundo matrimonio reconocido por la Iglesia.

Por otra parte, dada la diversidad de situaciones - divorcio, matrimonio civil, convivencia - el cardenal Erdö destaca la necesidad de “directrices claras” para que los pastores de las comunidades locales puedan ayudar concretamente a las parejas en problemas, evitando las improvisaciones de una “pastoral casera”.

En cuanto a la divorciados vueltos a casar civilmente, el cardenal subraya que crearía confusión “concentrarse sólo en la cuestión de la recepción de los sacramentos”: es necesario, en cambio mirar a un contexto más amplio, de preparación al matrimonio y de ayuda- no burocrática, sino pastoral- a los cónyuges para ayudarlos a entender las razones del fracaso del primer matrimonio, e identificar elementos útiles para la invalidez: “Hay que tener en cuenta la diferencia entre quien culpablemente ha roto un matrimonio y quien ha sido abandonado. La pastoral de la Iglesia debería hacerse cargo de estas personas de modo particular”.

No sólo eso: teniendo en cuenta la escasa conciencia que existe hoy del sacramento del matrimonio y la difusión de la mentalidad partidaria del divorcio, “no parece imprudente”, considerar que no pocos matrimonios celebrados en la Iglesia pueden resultar no válidos.

De ahí, la sugerencia, contenida en la Relación, - de reconsiderar, en primer lugar, la obligatoriedad de la doble sentencia conforme a la declaración de nulidad del vínculo matrimonial siempre y cuando se eviten “el mecanicismo y la impresión de la concesión de un divorcio” o “soluciones injustas y escandalosas”.

En este ámbito, dice el purpurado, es necesario examinar más en profundidad la praxis de algunas de las Iglesias ortodoxas, que prevé la posibilidad de segundas nupcias y terceras connotadas por un carácter penitencial.

En la última parte, el documento del cardenal Erdö se centra en el Evangelio de la vida: la existencia va desde la concepción hasta la muerte natural, destaca el Relator de la Asamblea y la apertura a la vida es “una parte esencial, una exigencia intrínseca” del amor conyugal, mientras que hoy en día, sobre todo en Occidente, las parejas que eligen deliberadamente no tener hijos, o las que hacen de todo por tenerlos se ven aplastadas por la propia capacidad de autodeterminación.

La acogida de la vida, el asumirse responsabilidades en orden a la generación de la vida y al cuidado que ésta requiere, sólo es posible si la familia no se concibe como un fragmento aislado, sino que se percibe insertada en una trama de relaciones...

Es cada vez más importante no dejar a la familia o a las familias solas, sino acompañarlas y sostenerlas su camino... Detrás de las tragedias familiares con mucha frecuencia hay una desesperada soledad, un grito de sufrimiento que nadie ha sabido escuchar.

Es importante, por lo tanto, “recuperar el sentido de una solidaridad difusa y concreta” superar la “privatización de los afectos” que vacía de sentido a la familia y la confía a la decisión del individuo; es necesario crear en el plano institucional, las condiciones que facilitan la acogida de un niño y la asistencia a un anciano, como “un bien social que hay tutelar y favorecer”.

Por su parte, la Iglesia debe cuidar de modo particular la educación de la afectividad y de la sexualidad, explicando su valor y evitando la “banalización y la superficialidad”.

En conclusión, afirma el cardenal Erdö, el desafío del Sínodo es lograr proponer ´´más allá del círculo de los católicos practicantes y, considerando la situación compleja de la sociedad´´, el “atractivo” del mensaje cristiano respecto al matrimonio y la familia, dando “respuestas verdaderas e impregnadas de caridad”. Porque “el mundo necesita a Cristo”.

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