Habla, Señor, porque tu siervo escucha.
Yo soy tu siervo, dame
entendimiento, para que sepa tus verdades.
... SIN
SONIDO DE PALABRAS.
Habla,
Señor, porque tu siervo escucha.
Yo soy tu siervo, dame
entendimiento, para que sepa tus verdades.
Inclina
mi corazón a las palabras de tu boca: descienda
tu habla así como rocío.
Decían en
otro tiempo los hijos de Israel a Moisés: Háblanos
tú y oiremos: no nos hable el Señor, porque quizá moriremos.
No así,
Señor, no así te ruego: Sino más bien como el Profeta
Samuel, con humildad y deseo te suplico: Habla, Señor, pues tu siervo oye.
No me
hable Moisés, ni alguno de los Profetas; sino
bien háblame
Tú, Señor
Dios, inspirador y alumbrador de todos los Profetas: pues Tú solo sin ellos me puedes enseñar
perfectamente; pero ellos sin Ti ninguna cosa aprovecharán.
Es verdad
que pueden pronunciar palabras; mas no dan espíritu.
Elegantemente
hablan; mas callando Tú no encienden
el corazón.
Dicen la
letra; mas Tú abres el sentido.
Predican
misterios; mas Tú ayudas a cumplirlos.
Muestran
el camino; pero Tú das esfuerzo para
andarlo.
Ellos
obran por de fuera solamente; pero Tú instruyes y alumbras
los corazones.
Ellos
riegan la superficie; mas Tú das la fertilidad.
Ellos dan
voces; pero Tú haces que el oído las perciba.
No me sea para condenación la
palabra oída y no obrada, conocida y no amada, creída y no guardada.
Habla,
pues, Tú, Señor; pues tu siervo oye, ya que tienes
palabras de vida eterna.
Háblame
para dar algún consuelo a mi alma, para
la enmienda de toda mi vida, y para eterna alabanza, honra y gloria tuya.
LAS PALABRAS DE DIOS SE DEBEN OÍR CON HUMILDAD, Y CÓMO MUCHOS NO LAS
CONSIDERAN COMO DEBEN.
Oye,
hijo, mis palabras, palabras suavísimas que exceden
toda la ciencia de los filósofos y sabios de este mundo.
Mis
palabras son espíritu y vida, y no se pueden ponderar por la
razón humana. No se deben traer para vana complacencia, sino oírse en silencio, y recibirse con toda
humildad y grande afecto.
Dijo
David: Bienaventurado aquel a quien Tú, Señor,
instruyeres, y a quien mostrares tu ley;
Porque le guardes de los días malos, y no sea desamparado en la tierra.
Yo, dice
Dios, enseñaré a los Profetas desde el principio, y
no ceso de hablar a todos hasta ahora, pero muchos son duros y sordos a mi voz.
Oyen con
más gusto al mundo que a Dios; y más fácilmente siguen el
apetito de su carne, que el beneplácito divino.
El mundo promete
cosas temporales y pequeñas, y con todo eso le sirven con
grande ansia: Yo prometo cosas
grandes y eternas, y entorpécense los corazones de los mortales.
¿Quién Me
sirve a Mí, y obedece en todo con tanto cuidado, como al mundo y a sus señores
se sirve?
Avergüénzate,
Sidón, dice el mar. Y si preguntas la causa, oye el
por qué.
Por un
pequeño beneficio van los hombres largo camino, y por la vida eterna con dificultad muchos
levantan una vez el pie del suelo.
Mas ¡ay
dolor! que emperezan de fatigarse un
poco por el bien que no se muda, por el galardón que inestimable, y por la suma
gloria sin fin.
Avergüénzate,
pues, siervo perezoso y descontentadizo, de que
aquellos se hallen más dispuestos para la perdición que tú para la vida.
Alégranse
ellos más por la vanidad que tú por la verdad.
Porque
algunas veces les miente su esperanza; pero
mi promesa a nadie engaña, ni deja
frustrado al que confía en Mí.
Daré lo
que he prometido; cumpliré lo que he dicho, si alguno perseverare fiel en mi amor hasta
el fin.
Yo soy
remunerador de todos los buenos, y fuerte examinador de todos los devotos.
Escribe tú mis palabras en tu
corazón, y considéralas con mucha diligencia, pues en el tiempo de la
tentación te serán muy necesarias.
Lo que no entiendes ahora, cuando
lo lees, conoceráslo en el día de mi visitación.
De dos
maneras acostumbro visitar a mis escogidos, esto es, con tentación y con
alivio.
Y dos lecciones les doy cada día:
una reprendiendo sus vicios; otra amonestándolos al adelantamiento de las
virtudes.
El que entiende mis palabras y
las desprecia, tiene quien le juzgue en el postrero día.
Oración
Señor
Dios mío, Tú eres todos mis bienes.
¿Quién
soy yo para que me atreva a hablarte?
Yo soy un
pobrísimo siervecillo tuyo, y gusanillo desechado, mucho más
pobre y despreciable de lo que yo sé y puedo decir.
Pero
acuérdate, Señor, que soy nada, nada tengo y nada
valgo.
Tú solo
eres bueno, justo y santo; Tú lo puedes todo, lo das todo,
dejando vacío solamente al pecador.
Acuérdate
de tus misericordias, y llena mi corazón de gracia; pues
no quieres que sean vacías tus obras.
¿Cómo
podré sufrirme en esta miserable vida, si no me
confortare tu gracia y misericordia?
No me
vuelvas el rostro; no dilates tu visitación; no
desvíes tu consuelo, porque no sea mi alma para Ti como la tierra sin agua.
Señor,
enséñame a hacer tu voluntad; enséñame a conversar delante de
Ti digna y humildemente, pues Tú eres
mi sabiduría, que en verdad me conoces, y conociste antes que el mundo se
hiciese, y yo naciese en el mundo.
Al copiar este artículo favor conservar o citar la Fuente: EL CAMINO HACIA DIOS
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