Sobre la difusión de la Relatio
del Sínodo de la Familia habría mucho que comentar. La manera con que se ha
publicado y el contenido, pueden darnos una pista de lo que está en juego.
Tenemos que orar a Dios el Sínodo.
La soberbia es peor y más condenable, porque busca el recurso de la excusa aun para los pecados más evidentes.
Así hicieron los primeros hombres. Ella dijo: La serpiente me engañó y comí, y
él a su vez: La mujer que me diste por compañera me dio del fruto y comí. Nunca suena la petición del perdón, nunca la
impetración del remedio. Aunque, como Caín, no nieguen que lo han
cometido, con todo, la soberbia busca
descargar sobre otro la responsabilidad de sus malas obras. La soberbia
de la mujer culpa a la serpiente, y la del varón, a la mujer. Mas, cuando se da
una transgresión formal del mandato divino, hay una auténtica acusación, más
bien que una excusación. Y no se vieron
libres de pecado, porque la mujer lo cometió aconsejada por la
serpiente, y el varón a instancias de la mujer, como si hubiera de creerse o de
ceder a algo antes que a Dios. (San Agustin, La Ciudad de Dios, Libro XIV, 14)
En un mundo que ha olvidado qué significa la palabra pecado y que cree
que pecar es incluso algo positivo, no es de extrañar que se nos “olvide” esa
incómoda palabra. El problema es que el olvido se sustancia en la “Relatio del
Sínodo de la Familia”. Tan sólo tres
veces aparece la palabra pecado. Dos en citas bíblicas y una única vez,
dentro del texto redactado:
“Se trataría de una posibilidad no
generalizada, fruto de un discernimiento actuado caso por caso, según una ley
de la gradualidad, que tenga presente la distinción entre el estado de pecado,
estado de gracia y circunstancias atenuantes.”
En este párrafo, el pecado es un extremo dentro de las consideraciones
del redactor, siendo lo normal estar en un indefinido (gradual) estado
intermedio entre el pecado y la gracia. Además se hace ver que pueden darse
circunstancias que atenúen el pecado que no pueda ser graduado
convenientemente. Es decir, sólo en
situaciones que el redactor estima como excepcionales, podremos estar en
verdadero pecado.
“La gradualidad” es un invento relativizador que hace que cualquier objeción a la frase, nos lleve a
ser considerados como fanáticos extremistas, también llamados
impropiamente fundamentalistas. ¿Quién se atreverá a contradecir esta redacción
sin esperar que un rayo relativista y buenista le caiga encima?
Pero hay otras palabras olvidadas, por ejemplo “santidad”. La santidad
es el remedio del pecado y por lo tanto, es la solución a las situaciones que
se plantean continuamente dentro del documento. Sólo aparece una vez, escondida
dentro de un ideal, que en otros puntos se señala como imposible de alcanzar
por muchas personas:
“El Evangelio de la familia,
mientras resplandece gracias al testimonio de tantas familias que viven con
coherencia la fidelidad al sacramento, con sus frutos maduros de auténtica
santidad cotidiana, nutre además estas semillas que todavía esperan madurar, y
debe sanar aquellos árboles que se han marchitado y piden no ser descuidados.”
Me resulta curioso que todas las medidas y propuestas, se enfoque a
cambiar la forma de entender el pecado. En
ninguna parte se señala que el pecado es lo que nos hace sufrir y que este
debería ser el objetivo que hay que tratar. ¿Cómo enfrentar el pecado,
socialmente bien visto, en estos tiempos tan duros?
Por otra parte, es curioso que no
se aborde el tema del arrepentimiento como algo básico a la hora de
acceder a los sacramentos. La palabra “arrepentimiento” no aparece en el texto,
como tampoco aparece contrición o dolor de corazón. ¿Qué camino hacia la santidad puede dejar de lado el arrepentimiento?
A lo mejor el concepto de pecado puede quedar abolido de forma tácita a partir
de ahora. Este es el problema más directo de poner la misericordia por encima
de la justicia. Nos olvidamos del necesario equilibrio de ambas, dentro y fuera
de nosotros.
Escondida dentro del texto, se puede detectar la misma soberbia que hizo
que Adan y Eva, pecaran y salieran del Paraíso. Soberbia, ya que se señalan medidas humanas para paliar el sufrimiento al
que el pecado nos condena. Indudablemente no se trata de echar a patadas
a las personas que vienen a la Iglesia implorando ayuda. Cristo ayudó muchas
veces a personas que mostraban su arrepentimiento, pero no estuvo muy dispuesto
a aplaudir a quienes no se aceptaban como pecadores.
¿Dónde empieza la misericordia? En nosotros mismos a través del
arrepentimiento. ¿Dónde empieza la justicia? En nosotros mismos, que buscamos
reencontrarnos con Cristo para no volver a pecar. Imaginemos a la Samaritana, diciendo a Cristo que sus cinco maridos eran
la forma de encontrarse gradualmente con Dios.
En este Sínodo nos jugamos mucho y sería
necesario revisar la metodología que está siendo empleada. El diablo entra, como humo, por debajo de
las puertas más robustas.
Néstor
Mora Núñez
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