Todo el mundo es consciente del
proceso de descristianización que está sufriendo España y otros países de su
entorno. Para algunos es una tragedia que nos pone al filo de algún abismo
difícil de definir. Buscan las causas pero no suelen encontrar otras que la
malicia y molicie de la gente. Todo es perversión, corrupción, pérdida de
valores. Mi amigo, con el que charlo muchas noches después de la cena, dice que
la culpa la tiene la Iglesia por no saber ir con los tiempos presentando un
Jesucristo vivo.
Hace poco veíamos los dos un
reportaje de un evento religioso multitudinario, que desprendía una teología
bastante pasada de moda. Él me decía que este movimiento y otros apenas han
evolucionado desde que nacieron. Se han quedado anclados en su época.
Difícilmente dialogarán con los que se van secularizando. A mí no me chirriaba
lo que veía en aquella gente sino que en parte me identificaba con ella porque
de joven, como resultas de mi formación, aspiré a una santidad y a unos métodos
para alcanzarla muy semejantes. Me daba cuenta que les respetaba, que les tenía
simpatía, que hay mucha seriedad en ellos pero, por otra parte, me sentía muy
contento de haber escapado de esa mentalidad.
Mi compañero seguía diciéndome:
“Mira, en poco tiempo se han sucedido tres eclesiologías: la de Trento, la del
Vaticano II y la actual. La primera, en la que están estos grupos, es muy
preconciliar y empeñada en luchar contra el pecado y en la adquisición de las
virtudes sin enterarse de que desde las virtudes nunca se salta hasta el nivel
del don, que es el de la santidad, por lo que apenas tienen experiencia del
Espíritu Santo. Es muy antigratuita. La segunda eclesiología es la del
Concilio. Esta abrió muchos caminos de acercamiento al mundo y al pueblo
secularizado pero no ha sido capaz de detener la hemorragia de los que se van.
No obstante, ya abrió muchas pistas. Introdujo en medio de nosotros el lenguaje
y la experiencia del Espíritu como autor verdadero de la fe y el sentido religioso.
Habló mucho, por ejemplo, del ecumenismo pero no sabemos qué hacer con él, no
se atisban pasos hacia la unidad. No se dio cuenta de que había que dar un paso
más. La tercera eclesiología se basa en la gratuidad de la salvación. El
concilio no lo supo ver”.
Esta eclesiología de la
gratuidad, tiene que realizar un cambio profundo no en el mundo ni en la
Iglesia sino en nuestro corazón. Necesitamos unos principios teológicos que nos
unifiquen a todos. No teóricos ni racionalmente deductivos, sino experimentales
y que nos permitan rezar juntos. Lo que llamamos verdad, hasta ahora muy
teórica, nos ha estado bloqueando demasiado. El Espíritu a lo que nos lleva es
a la persona de Jesucristo muerto y resucitado. Nada ni nadie, ninguna verdad o
dogma, ningún comportamiento o virtud nos hará entrar en el misterio de este
Cristo resucitado. Pues bien, ahora estamos entrando en el misterio escondido
durante siglos de la salvación gratuita por la sangre y muerte de Cristo. Ya lo
sabíamos pero esa sabiduría no ha sido capaz de retener a la gente en la fe y
en la Iglesia, luego le falta algo.
Si esto
es así yo creo que lo primero que hay que hacer es examinar nuestra
predicación. Es urgente porque las predicaciones en las distintas eclesiologías
no se parecen en nada y hay que buscar el punto de unidad verdadero. Al
Espíritu parece que le corre prisa porque en tan poco tiempo nos está haciendo
pasar con rapidez por formas y espiritualidades tan distintas. En la primera
eclesiología la predicación está llena de exigencias, de mandatos, de metas a
conquistar con el esfuerzo personal y los méritos individuales. Inyecta
síndrome de ansiedad. No nos sirve para la pastoral actual. Su tema obsesivo de
siempre ha sido la lucha contra el pecado y el temor al infierno: Pues bien,
hay que cambiar de melodía porque este tema ya no retiene a la gente en la fe.
La
predicación después del Vaticano II abrió puertas y ventanas y sacudió el polvo
de siglos. Nos llevó al mundo, al compromiso con los pobres, a las realidades
terrenas. En su eclesiología nos sentimos más cómodos. Hemos llegado a creer
que su apertura nos traía la solución y que la nueva oferta pastoral nos iba a
llevar al éxito. Nos ha hecho cambiar la noción de pecado cada vez menos
platónico y más cercano al pueblo, a los demás, a lo comunitario y solidario.
Nos ha abierto caminos de compromiso con lo que la santidad ha pasado de las
virtudes heroicas a los compromisos muy en consonancia con los quehaceres
mundanos de tipo sociopolítico. Después de sesenta años no vemos que haya
afectado ni al número ni a la calidad de los que creen.
La
predicación en la tercera eclesiología, la de la gratuidad, inaugura un cambio
profundo. No tiene interés por hacer mejor al mundo, ni por la justicia e
igualdad social ni por las obras de misericordia ni por ninguna otra tarea o
compromiso. Todo eso vendrá por añadidura. Su predicación se basa en el kerigma
puro y duro. Se predica a Jesucristo muerto y resucitado, el escándalo de la cruz
y el compromiso de la fe. No es al mundo al que hay que cambiar sino nosotros
los que tenemos que ser cambiados. En esta forma de predicación y experiencia y
pastoral el poder se desplaza a la gracia y al Espíritu Santo. Aquí se termina
con el protagonismo y fariseísmo del hombre tan presente en las dos anteriores
eclesiologías. Aquí el Espíritu nos dice que todo es gracia, una gracia
proveniente de la muerte y resurrección de Cristo. Qué el único salvador es
Jesucristo, el hombre Jesús, al cual se le ha dado todo poder en la tierra, en
el cielo y en los abismos. Que lo único importante es creer en este Cristo y
saber que hemos sido salvados gratuitamente por él y, por lo tanto, dejar que
esa gratuidad vaya transformándonos a nosotros y al mundo. No hay otra
metanoia posible. Ya estamos salvados. Dejémonos actuar con pobreza
de Espíritu siempre más y más.
La nueva
fe ya no va a usar la contabilidad de la antigua. No sabremos nunca cuántos
seremos ni nos va a interesar tampoco. Lo que sí sabremos es que esta fe nueva
brotará del Espíritu Santo no de los logros y estadísticas de otros tiempos.
Como dice Pablo VI en la Evangelii nuntiandi, cualquier cosa que se haya
hecho en la Iglesia en sus veinte siglos de existencia, si no ha procedido del
Espíritu Santo no ha valido para nada. Es necesario, pues, que, como Descartes
establezcamos una duda metódica sobre nuestras certezas religiosas aprendidas
en el catecismo o en la universidad y conectemos con nuestra primera
experiencia de fe que es el misterio pascual de Jesucristo.
La
gratuidad de la salvación en Cristo Jesús desplazará el afán y el interés
religioso hacia el campo de la experiencia donde el Espíritu Santo nos guiará y
guiará a la Iglesia entera hacia nuevas estructuras eclesiológicas donde los
que acojan la fe serán pobres y necesitados porque verán que nada tienen que no
hayan recibido. Si es así ya nadie será más que nadie y desaparecerá el
enrocamiento en que nos hemos parapetado cada uno detrás de nuestras verdades.
Este cambio o metanoia es duro porque desaparecerá mucho de lo que ha
sido nuestro alcázar y refugio pero el Espíritu Santo llevará las riendas de
todo.
Nos
daremos cuenta que no es necesario cambiar casi nada, ni en el mundo ni en la
Iglesia; sólo será importante que se cambien nuestros corazones para que
dejemos que fluya la corriente del Espíritu que irá haciendo nuevas todas las
cosas. La Biblia nos cuenta estos relatos por activa y por pasiva pero nosotros
seguimos pensando que serán nuestros programas, eso sí bendecidos por Dios, los
que van a hacer la obra. Si la Iglesia ha de ser sal y fermento hemos de tener
claro que la fuente de donde broten no está en nosotros.
La sal es
el Espíritu Santo. El fermento es el Espíritu Santo. Os aconsejo a todos los
que tenéis tanto miedo al futuro, a los que teméis por la Iglesia, que estéis
tranquilos y disfrutéis, nada depende de ti, relájate, cree en la obra de
Jesucristo. El creerse tan importante es un pecado en la nueva eclesiología; la
falta de fe la destruye. El morbo de la antigua salvación desaparece pero
brotan nuevas fidelidades a las que hay que atender en el amor. La nueva
eclesiología es apta para decir a los que se han ido: Vuelve, vuelve al hogar,
te espera un aire nuevo, un trato nuevo. Los antiguos pesos desaparecerán, no
tienes por qué vivir en la soledad fuera del redil porque vas a ser muy feliz
dentro.
No
pierdas la paz porque se vayan muchos y las iglesias estén más vacías. Una
buena temporada de ateísmo ambiente no le vendrá mal a la Iglesia y a cada uno
de nosotros. Es necesario que se purifique tu fe y la de la Iglesia toda
entera. No tengas miedo. Yo, al menos, no tengo ninguno. Jesús dice: Yo
estaré con vosotros hasta el fin del mundo.
Chus
Villarroel O.P
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