El Papa Francisco ha dedicado la catequesis de este miércoles, durante
la Audiencia, a recordar que la división entre las distintas confesiones
cristianas hace daño a Cristo y a la Iglesia. «La Historia nos ha separado,
pero estamos en camino hacia la reconciliación y la comunión»
Noticia digital (08-X-2014)
En línea con las anteriores catequesis, sobre la identidad de la
Iglesia, el Papa ha dedicado sus palabras de este miércoles a las distintas
confesiones que, compartiendo la fe en Jesucristo, se encuentran separadas de
la Iglesia Católica: «Muchos se han resignado a esta división -también dentro
de la Iglesia Católica- que en el curso de la Historia a menudo ha sido causa
de conflictos y de sufrimientos. También de guerras, ¡esto es una vergüenza!».
Esa división, ha explicado el Papa, no va en línea con los que el propio
Jesús pidió, ante la inminencia de la pasión, al Padre: Padre santo, cuida en
tu nombre a los que me diste, para que sean uno como nosotros (Jn, 17,11). Por
eso, y convencido de que «se puede y se debe caminar en la dirección de la
reconciliación y la plena comunión», el Santo Padre llama a los católicos a
vivir en comunión y amarnos. «No debe faltar la oración, en continuidad y en
comunión con la de Jesús, la oración por la unidad de los cristianos. Y junto
con la oración, el Señor nos pide una renovada apertura: no cerrarnos al
diálogo y al encuentro (...) nos pide fijar la mirada, no en lo que nos divide,
sino más bien en lo que nos une».
Francisco, que ha recordado que, tras la división de la Iglesia están
siempre la soberbia y el egoísmo, causa de desacuerdo y de intolerancia, ha
llamado a la búsqueda de la verdad y a la capacidad de perdón, «de sentirse
parte de la misma familia cristiana, de considerarse el uno un don para el otro
y hacer juntos muchas cosas buenas, y obras de caridad». «¡Vamos hacia delante,
hacia la unidad plena! La Historia nos ha separado, pero estamos en camino
hacia la reconciliación y la comunión».
Alfa y Omega / News.va
[TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS DEL PAPA]
«La Iglesia: los cristianos no católicos
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En las últimas catequesis, hemos tratado de sacar a la luz la naturaleza
y la belleza de la Iglesia, y nos hemos preguntado qué comporta para cada uno
de nosotros ser parte de este pueblo, pueblo de Dios, que es la Iglesia. Pero
no debemos olvidar que hay muchos hermanos, que comparten con nosotros la fe en
Cristo, pero que pertenecen a otras confesiones o a tradiciones diferentes de la
nuestra. Muchos se han resignado a esta división -también dentro de nuestra
Iglesia católica se han resignado- que en el curso de la historia, a menudo ha
sido causa de conflictos y de sufrimientos: ¡también de guerras eh! ¡Esta es
una vergüenza! También hoy las relaciones no son siempre marcadas por el
respeto y la cordialidad. Pero, me pregunto: ¿nosotros, cómo nos presentamos de
frente a todo esto? ¿También nosotros estamos resignados o somos incluso
indiferentes a esta división? ¿O más bien creemos firmemente que se puede y se
debe caminar en la dirección de la reconciliación y de la plena comunión? La
plena comunión, es decir, poder participar todos juntos en el cuerpo y la
sangre de Cristo.
Nosotros divididos herimos a Cristo: la Iglesia, en efecto, es el cuerpo
del cual Cristo es la cabeza. Sabemos bien cuánto deseaba Jesús que sus
discípulos permanecieran unidos en su amor. Es suficiente pensar en sus
palabras referidas en el capítulo décimo séptimo del Evangelio de Juan, la
oración dirigida al Padre en la inminencia de la pasión: Padre santo, cuida
en tu nombre a los que me diste, para que sean uno como nosotros (Jn,
17,11). Ésta unidad estaba ya amenazada mientras Jesús estaba todavía entre los
suyos: en el Evangelio, en efecto, se recuerda que los apóstoles discutían
entre ellos sobre quién fuera el más grande, el más importante (cfr Lc 9,46).
Pero el Señor, ha insistido tanto en la unidad en el nombre del Padre,
haciéndonos entender que nuestro anuncio y nuestro testimonio serán más
creíbles cuánto más nosotros, en primer lugar, seremos capaces de vivir en
comunión y de amarnos. Es lo que sus apóstoles, con la gracia del Espíritu
Santo, comprendieron después profundamente y cuidaron, tanto que San Pablo
llegará a implorar la comunidad de Corinto con estas palabras: Hermanos, en
el nombre de nuestro Señor Jesucristo, yo los exhorto a que se pongan de
acuerdo: que no haya divisiones entre ustedes y vivan en perfecta armonía,
teniendo la misma manera de pensar y de sentir (1 Cor 1,10).
Durante su camino en la Historia, la Iglesia es tentada por el maligno,
que trata de dividirla, y por desgracia se ha visto afectada por separaciones
graves y dolorosas. Son divisiones que a veces se han prolongado en el tiempo,
hasta hoy, por lo cual ahora resulta difícil reconstruir todos los motivos y
sobre todo, encontrar soluciones posibles. Las razones que llevaron a las
fracturas y separaciones pueden ser muy diferentes: desde las diferencias sobre
principios dogmáticos y morales y sobre concepciones teológicas y pastorales
diversas, a los motivos políticos y de conveniencia, hasta los enfrentamientos
debidos a antipatías y ambiciones personales... Los que es cierto es que, en un
modo o en el otro, detrás de estas laceraciones están siempre la soberbia y el
egoísmo, que son causa de todo desacuerdo y nos hacen intolerantes, incapaces
de escuchar y aceptar a aquellos que tienen una visión o un posición diferente
de la nuestra.
Ahora, de frente a todo esto, ¿hay algo que cada uno de nosotros, como
miembros de la santa madre Iglesia, podemos y debemos hacer? Ciertamente, no
debe faltar la oración, en continuidad y en comunión con la de Jesús, la
oración por la unidad de los cristianos. Y junto con la oración, el Señor nos
pide una renovada apertura: nos pide no cerrarnos al diálogo y al encuentro,
sino captar todo aquello que de válido y positivo se nos ofrece también por
quienes piensan diferente de nosotros o se ponen en una diferente posición. Nos
pide no fijar la mirada en lo que nos divide, sino más bien en lo que nos une,
tratando de conocer mejor y amar a Jesús y compartir la riqueza de su amor. Y
esto conlleva concretamente la adhesión a la verdad, junto con la capacidad de
perdonarse, de sentirse parte de la misma familia cristiana, de considerarse el
uno un don para el otro y hacer juntos muchas cosas buenas, y obras de caridad.
Es un dolor, pero hay divisiones, hay cristianos divididos, nos hemos
dividido entre nosotros. Pero todos tenemos algo en común: todos creemos en
Jesucristo el Señor, todos creemos en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu
Santo, y en tercer lugar, todos caminamos juntos, estamos en camino.
¡Ayudémonos los unos a los otros! Tú piensas así, tú así...Pero, en todas las
comunidades hay buenos teólogos: que ellos discutan, que ellos busquen la verdad
teológica, porque es un deber; pero nosotros caminemos juntos, rezando los unos
por los otros, y haciendo las obras de caridad. Y así hacemos la comunión en
camino, esto se llama: ecumenismo espiritual. Caminar el camino de la vida
todos juntos en nuestra fe, en Jesucristo nuestro Señor.
Se dice que no debe hablarse de cosas personales, pero, no resisto a la
tentación... Estamos hablando de comunión, comunión entre nosotros, y hoy,
estoy muy agradecido al Señor, porque hoy ¡hace 70 años que hice la Primera
Comunión! Pero, hacer la Primera Comunión todos nosotros debemos saber que
significa entrar en comunión con los otros, en comunión con los hermanos de
nuestra iglesia, pero también en comunión con todos aquellos que pertenecen a
comunidades diferentes, pero creen en Jesús. Agradezcamos al Señor, todos, por
nuestro bautismo, agradezcamos al Señor todos, por nuestra comunión, y para que
esta comunión sea al final una comunión de todos juntos.
Queridos amigos, ¡entonces vamos hacia adelante hacia la unidad plena!
La historia nos ha separado, pero estamos en camino hacia la reconciliación y
la comunión. Y esto es verdad, ¡esto tenemos que defender! ¡Todos estamos en
camino hacia la comunión! Y cuando la meta nos pueda parecer demasiado lejana,
casi inalcanzable, y nos sintamos atrapados por el desaliento, nos anime la
idea de que Dios no puede cerrar su oído a la voz de su propio Hijo Jesús y no
cumplir con sus y nuestras oraciones, para que todos los cristianos sean
verdaderamente una sola cosa. Gracias.
Traducción del italiano: María
Cecilia Mutual, Griselda Mutual - Radio Vaticana
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