miércoles, 8 de octubre de 2014

EDUCACIÓN EN EL PUDOR: COMBATIR ABURRIMIENTO EN LA RELACIÓN


Una vez leí un sucedido que me llamó la atención y que —por qué no decirlo— me liberó de un problema intelectual que no sabía resolver.

Después de la Segunda Guerra Mundial se realizó un experimento en Israel relacionado con el pudor. Niños y niñas que habían quedado huérfanos de padres, casi bebés, fueron alojados en la misma residencia.

Uno de los objetivos era demostrar que el pudor no existía, que era una cuestión cultural, educacional, enseñada.

Cuando estos niños fueron creciendo, llegó un momento en que las niñas se situaron todas juntas en el mismo lado del dormitorio y pidieron a los responsables que pusieran una cortina que las separase de los chicos.

Nadie les había hablado del pudor. No tenían padres que pudieran haber condicionado su comportamiento.

Simplemente lo pidieron.

Actualmente se habla mucho del pudor como si fuera un tema cultural en exclusiva. No es verdad.

Todas las sociedades tienen actitudes de preservación de lo íntimo. Tanto a la hora de mostrar el cuerpo, como la interioridad personal.

Quizá lo cultural sea qué es lo que hay que ocultar y qué es lo que hay que mostrar o decir.

Todas las personas, cuando destapan aquello que ellas consideran íntimo, tienen la sensación de estar expuestas al público.

Lo que produce un sentimiento de vergüenza grande. Eso es el pudor. El espíritu de supervivencia de lo espiritual, de lo psicológico.

Ahí encontramos parte del misterio de la persona y del amor.

En una relación de enamoramiento, lo que va atrayendo es eso que no se ve, que no se sabe, esa "otra" forma de ser persona —en palabras de Julián Marías— que se nos va desvelando, que atrae, que engancha a la persona entera.

Si esto no se vive así, si se muestra todo lo físico y espiritual de golpe, no puede haber enamoramiento; lo que hay es una exaltación de los instintos hacia el otro sexo.

Al enamorarnos de una persona, a nuestro instinto le atrae lo físico, que forma parte de la persona, pero que no es toda su persona.

Pero igual que en ese momento se encuentran exaltados, también es cierto que más adelante esos instintos terminarán decayendo.

El instinto se exalta y decae: no ha habido enamoramiento.

Lógicamente, si toda la relación se basa en eso, no se puede establecer una relación duradera.

Se puede afirmar que sin vivir el pudor es imposible que se enamoren de uno, porque se pierde el misterio de la persona, de toda ella, que es lo que atrae.

Sin vivir el pudor lo que uno sí puede es atraer temporalmente, pero tiene que saber que eso ha de hacerse a base de mostrarse, a base de cosificarse.

Todo lo que se muestra se hace público. Se hace de todos.

Y, antes o después, se pierde el encanto porque siempre es más atractivo lo misterioso, lo que se imagina, lo que se intuye, que lo que se ve.

No nos podemos desembarazar del pudor. Parte del misterio de la sexualidad, del misterio de la persona, consiste en eso: ¿qué es, si no, el galanteo?

Se podría decir que es una utilización del pudor… para conquistar al otro.

Aunque el pudor forma parte de la naturaleza humana, los continuos actos de impudor pueden ir haciendo que esa «vergüenza pudorosa», que tan atractiva es, vaya desapareciendo. Es la ley de los rendimientos decrecientes que tiene que afectar a todos los sentidos.

Así logra anestesiar nuestro pudor. Nuestro espíritu de supervivencia de lo íntimo.

Ese comportamiento tiene un coste: uno deja de ser atractivo como persona, para serlo sólo como cuerpo. Como «cosa». Y, como tal, se expone al público para decirle: «Deséame».

Ese comportamiento tiene fecha de caducidad. Siempre habrá otro que nos atraiga y además será NUEVO para nosotros.

Lógicamente, si nos exponemos como objeto, nos tratarán como tal. Y esto está ocurriendo en muchas parejas. Y es la causa de su ruptura.

Dentro de la relación hombre-mujer, el pudor es muy importante para que sobreviva ese misterio que tiene mucho que ver con el encanto. Con la ilusión.

Una forma muy frecuente de desencantarse y de desencantar es no saber mantener la masculinidad o la feminidad de una manera pudorosa dentro de la relación.

Es, sin duda, una de las razones por las que se ve tanta pareja joven aburrida.

Por cierto, de estas cosas también deberíamos hablar con los hijos. ¿O es que nos da pudor?

José María Contreras

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