Era el
México de la década de los 20’s. En aquel momento, la nación vivía un conflicto
de tientes políticos y militares en torno a la “Ley Calles” (1926), en la que
de forma tajante se prohibió la libertad religiosa. Esto golpeó seriamente la educación del país, pues las mejores
escuelas -académicamente hablando- habían sido construidas por la Iglesia y
ahora tenían que cerrar dejando a un gran número de alumnos sin estudios, pues
las primarias del gobierno eran insuficientes. En medio de la violencia y del
miedo que provocó una de las persecuciones más sangrientas cuyos antecedentes
se remontan al México post-revolucionario, aparecieron dos hermanas mexicanas y
un sacerdote francés -el V.P. Félix de Jesús Rougier- que se atrevieron a hacer
lo humanamente imposible: fundar en
plena crisis nacional. Aunque la historia daría para una novela, lo
cierto es que esas dos hermanas -con la ayuda económica de su mamá- se
arriesgaron por dar paso a un colegio que no se convirtiera en una institución
que aceptara sin mayor crítica los principios socialistas que regían en aquel
momento de un modo radical y contrario a la libertad de los padres de familia,
maestros y estudiantes. Hoy se dice
fácil, pero en aquel tiempo abogar por un modelo educativo integral era
impensable. Así las cosas, Ana María y Guadalupe Gómez Campos,
orientadas en todo momento por el P. Rougier, sentaron -el 12 de enero de 1924-
las bases de la congregación de Hijas del Espíritu Santo y, desde ahí, una de
las escuelas más representativas de San Luis Potosí: el colegio Motolinía. Lo
hicieron con poco personal y dinero, pero siempre con la convicción de cambiar
las cosas en el país. Varias veces; sobre todo, a partir de 1926, los agentes
del gobierno amenazaron con la clausura; sin embargo, entre una cosa y la otra,
consiguieron esquivarlos. Al ser ellas dos religiosas, tuvieron que
disfrazarse, incluso colocar el sagrario dentro de un ropero. Lo que por la
mañana eran salones de clase, en las noches se volvían sus habitaciones con una
austeridad propia de quien está empezando.
Actualmente, casi todos protestan y, a veces, con destrozos incluidos; pero ¿así se arreglan las cosas? En vez de eso, hay que trabajar el cambio empezando por uno mismo. Independientemente de que seamos creyentes o no, el ejemplo de estas dos hermanas demuestra cómo debemos ir mejorando. Ellas pudieron haberse quedado cómodamente instaladas, pues su papá -Anselmo Gómez Rubio- les había heredado lo suficiente para llevar una vida tranquila; sin embargo, al darse cuenta de la realidad, prefirieron arriesgarse y abrir escuelas en diferentes partes de la República Mexicana pese a la violencia. Lo interesante es que además de promover las materias o asignaturas seculares como matemáticas, geografía, español, etcétera, pensaron en que también debían ayudar a los alumnos para que descubrieran su vocación; es decir, el estilo de vida con el que vivirían más adelante. Una visión muy completa acerca de los procesos de aprendizaje que fue algo inédito en la pedagogía del momento y que hoy sigue siendo actual, quizá más que nunca, porque aunque las definiciones y los números son datos insustituibles, el ser humano necesita un sentido, una dirección hacia la cual caminar para poder realizarse plenamente.
Rentando una casa en el barrio potosino de San Miguelito, con muebles prestados y menos de 30 alumnos inscritos, comienza la aventura que daría lugar a catorce colegios más. ¿Qué las salvaba de la clausura? El hecho de que Ana Ma. y Guadalupe contaban con títulos profesionales como maestras normalistas. De alguna manera, eso desconcertaba a los agentes, quienes estaban acostumbradas a profesoras de facto; es decir, mujeres que daban clases sin acreditación oficial, cosa que en ellas dos era una clara diferencia, pues se habían formado en las mejores instituciones de la capital del país a pesar de que por el machismo imperante la mayoría de las aulas universitarias eran ocupadas por hombres. Hasta en eso innovaron, abrieron camino y cambiaron la historia. De hecho, Ana Ma., llegó a formar parte del primer Círculo de Psicología Experimental del país. Tenía experiencia, fe y una audacia envidiable. Con el paso del tiempo, aquella primera escuela clandestina, marcada por un ambiente hostil, fue ganando terreno y relevancia social por la calidad humana, espiritual e intelectual de sus egresados. Con la llegada a la Presidencia de la República del Gral. Manuel Ávila Camacho en 1940 y los buenos oficios de Mons. Luis María Martínez, Arzobispo Primado de México, la libertad religiosa fue gestándose, lo que les permitió llegar a otras ciudades del país. Sin duda, dos religiosas y pedagogas de “alto calibre” que no escatimaron esfuerzos por la educación.
Actualmente, casi todos protestan y, a veces, con destrozos incluidos; pero ¿así se arreglan las cosas? En vez de eso, hay que trabajar el cambio empezando por uno mismo. Independientemente de que seamos creyentes o no, el ejemplo de estas dos hermanas demuestra cómo debemos ir mejorando. Ellas pudieron haberse quedado cómodamente instaladas, pues su papá -Anselmo Gómez Rubio- les había heredado lo suficiente para llevar una vida tranquila; sin embargo, al darse cuenta de la realidad, prefirieron arriesgarse y abrir escuelas en diferentes partes de la República Mexicana pese a la violencia. Lo interesante es que además de promover las materias o asignaturas seculares como matemáticas, geografía, español, etcétera, pensaron en que también debían ayudar a los alumnos para que descubrieran su vocación; es decir, el estilo de vida con el que vivirían más adelante. Una visión muy completa acerca de los procesos de aprendizaje que fue algo inédito en la pedagogía del momento y que hoy sigue siendo actual, quizá más que nunca, porque aunque las definiciones y los números son datos insustituibles, el ser humano necesita un sentido, una dirección hacia la cual caminar para poder realizarse plenamente.
Rentando una casa en el barrio potosino de San Miguelito, con muebles prestados y menos de 30 alumnos inscritos, comienza la aventura que daría lugar a catorce colegios más. ¿Qué las salvaba de la clausura? El hecho de que Ana Ma. y Guadalupe contaban con títulos profesionales como maestras normalistas. De alguna manera, eso desconcertaba a los agentes, quienes estaban acostumbradas a profesoras de facto; es decir, mujeres que daban clases sin acreditación oficial, cosa que en ellas dos era una clara diferencia, pues se habían formado en las mejores instituciones de la capital del país a pesar de que por el machismo imperante la mayoría de las aulas universitarias eran ocupadas por hombres. Hasta en eso innovaron, abrieron camino y cambiaron la historia. De hecho, Ana Ma., llegó a formar parte del primer Círculo de Psicología Experimental del país. Tenía experiencia, fe y una audacia envidiable. Con el paso del tiempo, aquella primera escuela clandestina, marcada por un ambiente hostil, fue ganando terreno y relevancia social por la calidad humana, espiritual e intelectual de sus egresados. Con la llegada a la Presidencia de la República del Gral. Manuel Ávila Camacho en 1940 y los buenos oficios de Mons. Luis María Martínez, Arzobispo Primado de México, la libertad religiosa fue gestándose, lo que les permitió llegar a otras ciudades del país. Sin duda, dos religiosas y pedagogas de “alto calibre” que no escatimaron esfuerzos por la educación.
Carlos J.
Díaz Rodríguez
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