Hace tiempo un conocido mío musulmán
me preguntó por qué los cristianos no nos habíamos “pasado” al islam, pues al
fin y al cabo ellos también creían en las historias de los profetas y de Jesús.
Una amiga mía, cantautora
cristiana y que hace poco estuvo realizando una experiencia prevocacional en un
convento, es una gran admiradora de la espiritualidad oriental sin que eso
reste un ápice de su fe católica. En cierta ocasión se mostró muy contenta al
encontrar unas declaraciones de un sacerdote jesuita que, al igual que ella,
también era seguidor de ese tipo de religiones. Según él, ninguna religión
podía abarcar a Dios y por tanto era bueno también aprender de otras.
Recientemente asistí a un
encuentro de música y oración en una parroquia de mi diócesis. El acto era
principalmente católico, pero también había intervenciones de cristianos de
otras confesiones, cantautores de música “en valores” e incluso algunos
miembros de otras religiones monoteístas. Me senté junto a un amigo, igualmente
músico católico que estaba relacionado con la organización del acto.
Escuchábamos las peroratas de un miembro de una religión de tipo gnóstica sobre
la respiración como facilitadora de la relación con el alma suprema creadora y
otro que contaba como la máxima de su religión, fundada en el S. XIX, era la
fraternidad universal, cuando le comenté
-Yo la verdad es que todo esto me
parece un sinsentido
-Hombre, ten en cuenta – me
contestó- que debe haber cabida para todo.
Tras un artículo reciente en el que un servidor instaba al Papa a buscar la unidad con todas las iglesias monoteístas del mundo y en especial con las confesiones cristianas separadas, algunos de mis lectores me echaron en cara lo que entendían que era una relativización de mi fe cristiana y católica.
Todo esto me llevó a una
reflexión que comparto, ¿debemos aprender los cristianos de otras religiones?,
¿podrían completar otros credos nuestra propia fe?, ¿hay verdades ocultas a
nuestra doctrina que han sido reveladas en otras?
Es evidente que, para empezar,
las personas podemos y debemos aprender unas de otras. Así yo como cristiano de
pacotilla puedo tomar ejemplo un conocido musulmán que sea perseverante en la
oración mucho más que yo. O puedo ver, cuando me dejo llevar por mi
materialismo, la búsqueda de la trascendencia de algún religioso oriental. O
pecador como soy, me puede dar mil vueltas ante mi falta de caridad un ateo que
actúa de forma solidaria con los demás por simples principios humanistas...
Hace poco leí también la
experiencia de una mujer protestante conversa al catolicismo que contaba cómo
una de las cosas que más le había costado para dar ese paso era la “frialdad”
con la que los católicos participamos en las celebraciones. Nada más que una
anécdota, aunque sumamente significativa, fue para ella comprobar la falta de
percheros en la entrada de los templos. Los católicos participamos con el
abrigo puesto, como si tuviésemos prisa y de hecho pocos se quedan
tranquilamente a charlar a la conclusión, como auténticos desconocidos. Es otra
de las cosas que el común de los católicos podríamos aprender de los
protestantes.
Pero volviendo al tema, la
cuestión no era las actitudes personales o incluso colectivas de los miembros
de otras religiones, si no la esencia de las mismas, su credo y su doctrina.
¿Podemos y/o debemos aprender algo de ellas?. Vayamos por partes pues. Para los
impacientes ya podemos adelantar que la respuesta es un no, pero eso debe ser
por tanto aclarado y argumentado.
A mi amigo musulmán no le
contesté en ese momento, me pareció que la pregunta estaba fuera de lugar
cuando se pronunció, pero la respuesta sería sencilla. Los cristianos creemos
que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, Dios mismo que por amor ha
asumido nuestra condición humana e incluso se ha despojado (kénosis) de toda
dignidad llegando a la muerte del criminal como sacrificio para el perdón de
nuestros pecados y nuestra salvación. De este modo cualquier otra religión o
cualquier otro credo que presente a su fundador u otro hombre como superior a
Jesucristo es incompatible con nuestra fe. Y esta es la pretensión que ha tuvo
Mohammad (Mahoma) y han tenido otros a lo largo de la historia.
En el caso musulmán sería además
de toda lógica rechazar una fe que es utilizada por algunos (no todos ni la
mayoría, pero sí por muchos) como pretexto para perseguir a los cristianos,
destruir sus templos e incluso asesinarlos.
No es una cuestión de buenos y
malos, eso sería maniqueísmo y ya lloró bastante Santa Mónica para apartar a su
hijo San Agustín de esas creencias. De hecho el Islam tiene muchas cosas
buenas, la mayoría tomadas de las comunidades judías y cristianas que conoció
Mohammad en su día, como las prácticas del ayuno, la limosna y la oración, la
realización de peregrinaciones, etc.
¿Y de las religiones orientales?
Si lo que nos proponen es la búsqueda de la transcendencia, la fraternidad
universal o el desapego de las riquezas y los bienes materiales eso mismo ya
está en la doctrina de Jesús. Son cosas estupendas, pero que ya poseemos. Si lo
que nos proponen, en su lógica, es entrar en una experiencia de la divinidad en
la que nadie es superior a otro, ni siquiera Jesucristo, si no que depende del
grado espiritual que alcances, no solo se parece al cristianismo como un sapo a
un huevo frito, sino que es completamente contrario.
¿Y de las otras confesiones
cristianas? A fin de cuentas ellos también siguen a Jesús. Bueno, teniendo en
cuenta que las causas principales que llevaron a los cismas de los hermanos
separados fueron fundamentalmente más personales que doctrinales, aunque pueda
parecer lo contrario (ver artículo “¿Pero cuál de las iglesias cristianas es la
verdadera?” y su segunda parte), no deberíamos tener mayor problema. Pero en
esencia los protestantes, y perdóneseme la simplificación, en lugar de “añadir”
cosas nuevas a la doctrina lo que han hecho ha sido ir “quitando”: la
veneración por María, los sacramentos, la presencia real de Jesús en la
Eucaristía, el valor de las obras...
¿Qué concluiremos pues, que las
demás religiones son rechazables? Evidentemente no. El hombre es religioso por
naturaleza y busca esa relación con Dios y en ocasiones la encuentra por otros
cauces que no son el cristianismo. Si eso le lleva a la oración, a la búsqueda
de la fraternidad universal, estupendo, mejor eso que ser un ateo materialista.
Incluso aquellos que por su
historia no han conocido realmente a Cristo o en su ignorancia lo han
rechazado, pero han sido misericordiosos con los más próximos y necesitados, el
Señor los juzgará con esa misma misericordia, puesto que, como dice el mismo
Jesucristo, todo eso es como si se lo hicieran a Él mismo, incluso sin
conocerlo (¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer o sediento y te
dimos de beber o desnudo, enfermo, en la cárcel y te socorrimos?)
Pero lo que sí que debemos
afirmar y sin género de dudas, es que habiendo conocido a Jesús todos los demás
caminos, aún siendo buenos, son infinitamente inferiores a Él, por lo que es un
absurdo para el cristiano buscar por otras vías lo que encontramos plenamente
en nuestro Señor.
¿No nos convierte eso a los
cristianos en general y a los católicos en particular en unos soberbios? ¿No
será cierto, como afirmaba el jesuita, que ninguna religión puede abarcar a
Dios en su totalidad?. Pues, parezca lo que parezca y con el debido respeto a
los que puedan pensar de otra manera, debemos negar la mayor. Los cristianos no
es que creamos abarcar a Dios en plenitud, es que tenemos a Dios en plenitud.
Por que Jesús mismo es el culmen de la Revelación. Jesús no es un profeta o un
maestro de las realidades divinas, es Dios mismo, por entero y entregado a cada
uno de nosotros, en espíritu y gracia y también en su cuerpo y sangre.
Podrías
creer otra cosa pero entonces, simplemente, no serías cristiano.
José Luis Rubio
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