En su tercera catequesis sobre la Iglesia, el Papa ha abordado dos
conceptos -católica y apostólica- que definen la esencia del ser católico. El
Santo Padre ha recordado, además, a los misioneros que han dado su vida por
anunciar el mensaje de Cristo
Noticia digital (17-IX-2014)
El Papa Francisco ha continuado, este miércoles, con su ciclo de
catequesis sobre la Iglesia Católica. Centrada en dos conceptos -católica y
apostólica- la explicación del Santo Padre ha comenzado por el carácter
universal de la Iglesia. «La Iglesia sin duda es llamada católica, es decir,
universal, por el hecho que está difundida por doquier, desde uno al otro
confín de la tierra; y porque universalmente y sin defección enseña todas las
verdades que deben llegar a conocimiento de los hombres», ha dicho el Papa,
recordando palabras de san Cirilo de Jerusalén.
Francisco, que ha vuelto a recomendar llevar un Evangelio pequeñito
siempre a mano, y leer un fragmento cada día, ha recordado que «el Evangelio
está difundido en todas las lenguas porque la Iglesia, el anuncio de Jesucristo
Redentor, está en todo el mundo».
Ya abundando en el segundo rasgo que caracteriza a la Iglesia,
apostólica, el Santo Padre se ha preguntado qué habría sido del catolicismo si
los apóstoles se hubieran quedado en el Cenáculo, sin salir a anunciar a
Cristo. «La Iglesia sería solamente la Iglesia de aquel pueblo, de aquella
ciudad, de aquel cenáculo. Pero todos salieron por el mundo desde el momento
del nacimiento de la Iglesia; desde el momento que vino el Espíritu Santo. Y
por eso, la Iglesia nació en salida, es decir, misionera». Igual que los
primeros apóstoles, ha proseguido el Pontífice, «todos nosotros estamos en
continuidad con aquel grupo de apóstoles que ha recibido el Espíritu Santo y
luego fue en salida a predicar».
A la luz de estas dos características, católica y apostólica, los
creyentes debemos, ha explicado Francisco, «llevar en el corazón la salvación
de toda la humanidad». No sentirnos indiferentes o extraños con el destino de
muchos de nuestros hermanos, sino abiertos y solidarios para con ellos, ha
añadido. «También significa tener el sentido de plenitud, de lo completo, de la
armonía de la vida cristiana, rechazando siempre las posiciones parciales,
unilaterales, que nos encierran en nosotros mismos. Ser parte de la Iglesia
apostólica -ha continuado- quiere decir ser conscientes de que nuestra fe está
anclada en el anuncio y en el testimonio de los mismos Apóstoles de Jesús».
El Papa ha recordado entonces la labor de tantos misioneros cuyas tumbas
adornan los cementerios de pueblos del Amazonas, por ejemplo, y ha recordado
las palabras que un cardenal brasileño le decía sobre ellos: todos ellos
pueden ser canonizados ahora, han dejado todo para anunciar a Jesucristo.
«Demos gracias a Dios porque nuestra Iglesia tiene tantos misioneros, ha dicho
el Papa, que ha animado a los jóvenes que sientan el deseo de ser misioneros, a
no tener miedo y seguir adelante: «¡Es bello esto, llevar el Evangelio de
Jesús! ¡Sed valientes!»
Alfa y Omega / Radio Vaticana
[TEXTO ÍNTEGRO DE LA CATEQUESIS DEL PAPA]
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Esta semana continuamos hablando sobre la Iglesia.
Cuando profesamos nuestra fe, nosotros afirmamos que la Iglesia es católica
y apostólica. Pero, ¿cuál es efectivamente el significado de estas dos
palabras, de estas dos conocidas características de la Iglesia? ¿Y qué valor
tienen para las comunidades cristianas y para cada uno de nosotros?
1. Católica significa universal. Una definición completa y clara nos es
ofrecida por uno de los Padres de la Iglesia, de los primeros siglos, San
Cirilo de Jerusalén, cuando afirma: “la Iglesia sin duda es llamada católica,
es decir, universal, por el hecho que está difundida por doquier, desde uno al
otro confín de la tierra; y porque universalmente y sin defección enseña todas
las verdades que deben llegar a conocimiento de los hombres, ya sea con
respecto a las cosas celestes que a las terrestres. (Catequesis XVIII, 23). Un
signo evidente de la catolicidad de la Iglesia es que ella habla todas las
lenguas. Y esto no es otra cosa que el efecto del Pentecostés (cfr At 2, 1-13):
es el Espíritu Santo, en efecto, que ha puesto en condiciones a los Apóstoles y
a la Iglesia entera para que hagan resonar para todos, hasta los confines de la
tierra, la Buena Noticia de la salvación y del amor de Dios. La Iglesia así
nació católica, es decir, “sinfónica” desde los orígenes y no puede ser otra
cosa que católica, proyectada hacia la evangelización y al encuentro con todos.
La palabra de Dios hoy se lee en todas las lenguas: todos tienen el Evangelio
en la propia lengua. Para leerlo. Y vuelvo a lo mismo: es siempre bueno llevar
con nosotros un Evangelio chiquito, para llevarlo en el bolsillo, en la
cartera. Y durante la jornada leer un fragmento. Esto nos hace bien. El
Evangelio está difundido en todas las lenguas porque la Iglesia, el anuncio de
Jesucristo Redentor está en todo el mundo. Y por esto se dice que la Iglesia es
católica: porque es universal.
2. Si la Iglesia nació católica, quiere decir que nació “en salida”, que
nació misionera. Si los apóstoles se hubieran quedado ahí en el cenáculo, sin
salir a predicar el Evangelio, la Iglesia sería solamente la Iglesia de aquel
pueblo, de aquella ciudad, de aquel cenáculo. Pero todos salieron por el mundo
desde el momento del nacimiento de la Iglesia; desde el momento que vino el
Espíritu Santo. Y por esto la Iglesia nació “en salida”, es decir, misionera.
Es lo que expresamos calificándola apostólica. Porque el apóstol es el que
lleva la Buena Nueva de la resurrección de Jesús. Este término nos recuerda que
la Iglesia, sobre el fundamento de los Apóstoles está en continuidad con ellos.
Son los apóstoles que fueron y fundaron nuevas iglesias, han consagrado nuevos
obispos. Y así en todo el mundo, en continuidad. Hoy, todos nosotros estamos en
continuidad con aquel grupo de apóstoles que ha recibido el Espíritu Santo y
luego fue “en salida” a predicar. La Iglesia es enviada para llevar a todos los
hombres este anuncio del Evangelio, acompañándolo con los signos de la ternura
y del poder de Dios. También esto deriva del evento del Pentecostés: es el Espíritu
Santo, en efecto, que supera toda resistencia, que vence la tentación de
cerrase en sí mismos, entre pocos elegidos, y de considerarse los únicos
destinatarios de la bendición de Dios. Imaginémonos si un grupo de cristianos
hace esto: “nosotros somos los elegidos, sólo nosotros”… al final, mueren.
Mueren primero en el alma, luego morirán en el cuerpo porque no tienen vida, no
son capaces de generar vida a otra gente, a otros pueblos. No son apostólicos.
Y es precisamente el Espíritu Santo que nos conduce al encuentro con los
hermanos, también hacia aquellos más distantes en todo sentido, para que puedan
compartir con nosotros el amor, la paz, la alegría que el Señor Resucitado nos
ha dejado como don.
3. ¿Qué comporta para nuestras comunidades y para cada uno de nosotros,
ser parte de una iglesia que es católica y apostólica? En primer lugar,
significa llevar en el corazón la salvación de toda la humanidad, no sentirse
indiferente o extraños con el destino de muchos de nuestros hermanos, sino
abiertos y solidarios para con ellos. También significa tener el sentido de
plenitud, de lo completo, de la armonía de la vida cristiana, rechazando
siempre las posiciones parciales, unilaterales, que nos encierran en nosotros
mismos.
Ser parte de la Iglesia apostólica quiere decir ser consciente de que
nuestra fe está anclada en el anuncio y en el testimonio de los mismos
Apóstoles de Jesús. Está anclada allí, es una larga cadena que viene de allí; y
por eso sentirse siempre enviados, sentirse mandados, en comunión con los
sucesores de los Apóstoles, a anunciar, con el corazón lleno de alegría, a
Cristo y su amor por toda la humanidad. Y aquí yo quisiera recordar la vida
heroica de tantos, tantos misioneros y misioneras, que han dejado su patria
para ir a anunciar el evangelio en otros países, en otros continentes. Me decía
un cardenal brasilero que trabaja bastante en el Amazonas, que cuando él va a
un lugar, a un pueblo del Amazonas, a una ciudad, va siempre al cementerio. Y
allí ve las tumbas de estos misioneros, sacerdotes, hermanos, monjas, que han
ido a predicar el Evangelio, apóstoles; y él piensa: todos ellos pueden ser
canonizados ahora, han dejado todo para anunciar a Jesucristo. Demos gracias a
Dios porque nuestra Iglesia tiene tantos misioneros, ha tenido tantos
misioneros, y tiene necesidad de más aún, ¡agradezcamos al Señor por esto! Tal
vez entre tantos jóvenes, chicos y chicas que están aquí, alguno tiene ganas de
convertirse en misionero, ¡que vaya hacia adelante! ¡Es bello esto, llevar el
Evangelio de Jesús! ¡Sean valientes!
Pidámosle entonces al Señor, que renueve en nosotros el don de su
Espíritu, para que toda comunidad cristiana y todo bautizado sea expresión de
la santa madre Iglesia católica y apostólica».
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